The Black Cards

Capítulo XXIII

La discográfica había planeado el encuentro a tempranas horas de la mañana. Mateo junto a los demás esperaban sentados en el salón principal del centro de grabación, «RECEPCIÓN» decía el letrero. De fondo se oía En la ciudad de la furia con un volumen tan bajo que costaba trabajo oír el aporte de Zeta en el bajo. La secretaria no quitaba su mirada del computador, cantaba la canción, aun así. La grave y sensual voz de Cerati apaciguaba los nervios de los músicos y de cualquiera; pero ellos, no paraban de temblar. Mateo pataleaba solamente con su pie derecho como si se tratara de un baterista. Sabía que no debía entrar por aquella puerta sin antes recibir una llamada. O una visita, ambas eran factibles e importantes.

Importante también fueron…

… Durante las semanas pasadas, en víspera del comienzo de octubre. Mateo comenzaba a dudar sobre la grabación del disco. Lo cual de llegarse a cancelar provocaría el rechazo total de AZ ante ellos, y estaban en su derecho, les habían dado mucho más que la mano. Y es tal miedo que sentía desde el momento en que lo platicó con Maite, cada uno sentado en una de las mesas que disponía el Kilkeny. La música que sonaba desde el bar hacia afuera ambientaba la serenidad. Amadeo entregaba la cuenta en una mesa. El mesero observaba a Mateo mientras el cliente pasaba su tarjeta de crédito por la máquina, juraba haberlo visto alguna vez aquí en el bar. La tarjeta, bañada en azul marino provocó la sensación de un corte en Amadeo ya que sostenía el aparato. Pero no fue excusa para dejar de observar al muchacho. Sabía que aquel rostro le traía recuerdos. Sujeto a la faceta de él, estrujaba su mente afín de obtener una respuesta. Pudo haber llegado a una conclusión, pero el agrio y áspero tono de voz del cliente le distrajo de sus intenciones. Mateo en cambio, miraba reacio a caer en la mirada de la Manager.

—Este proyecto no me puede tener más contento. Pero, si no es miedo pueden ser nervios —Maite oyó cada palabra, creía saber el porqué de ellas. Rápida, prefirió romper el silencio.

—¿A qué le temes, Mateo? —no entendió a qué se refería, aun así, la miró esta vez.

—No comprendo.

—No le temes al éxito, ni tampoco al desastre que podría provocar este —parecía que Maite encajaba como anillo al dedo en sus pensamientos.

—Cómo puedes estar segura de ello.

—¡Las letras! —dijo en símbolo de eureka—. Aseguro que solamente tú sabes de ellas.

—Sí, así es —comprendió el sentido de su pregunta. Le dolió el hecho de que esa muchacha, una extraña para él aún, tuviera razón en sus palabras.

En el transcurso de la mañana, de cada cerveza que bebía, platicaron acerca de eso. Mateo, con espuma en sus labios, miraba a Maite con cierta duda y admiración. Todo lo que salía de ella era tanta verdad, que le aterraba. Como si se tratara de una adivina, y su mente, su propia mente resultaba más que un cofre en donde ella lo abría las veces que quisiera para divertirse. La miraba con repudio mientras ella bebía su cerveza de cero grados de alcohol. Solamente deseaba volver a casa, dejarse caer al sofá junto a su acústica, y dejarse llevar con la melodía de esta más los versos de Lou Reed. Por cada frase que soltara a la nada entraría más en aquel estado, afín de olvidarse de que pertenece a la vida, aunque sólo fueran cinco minutos, para él serían eternos; o algo así había dicho Víctor Jara, pensó.

—Pensé que era natural temer ciertas cosas —sacó de su mochila su libreta y de esta las letras.

—A que sí, Mateo. Pero —tendió su mano a la suya, Mateo sintió como se le ablandaba el corazón— ¿Temerle a lo que eres? No apruebo eso.

Comenzó a leer las notas. Cada una resultaba una experiencia distinta pero complementaria, se adentró en el mundo que Mateo quiso plantear con palabras. La sensación de solemnidad le afectó, pero supo lidiarlo. Se reencontró con su persona más joven, una chica tímida y cuidadosa de todas sus acciones y actos. Miraba a esa chica, se mantenía ahí, quieta y sin pestañear. Se asombraba por el cambio, sentía como sus ojos ardían. Pensaba en las promesas, en las que ella a esa edad y tiempo planeó, por el bien integral suyo. Temió seguir pensando en eso, en el momento que fuera, sabía que en algún momento debía retomar la sensación a fin de concluir el lapsus.

—Me encanta —dijo con una voz enmudecida y seca.

Con cálidos argumentos Mateo comprendió que debía aceptarlo. La idea de dejar su obra fue tan fuerte como el peso del clima que había en el momento, una niebla sumamente espesa. La cerveza al igual que la niebla se encontraba espesa, pero podía convivir con eso. El resto sólo fue la reserva del estudio y el acuerdo con la discográfica en lo que se basó en la presentación del proyecto.



#12939 en Joven Adulto

En el texto hay: amigos, banda de musica, musica rock

Editado: 02.05.2018

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