The boy with the green eyes.

IX

Los gritos de ambos se escuchan desde la manzana, en dónde yacemos en casa.

La verdad es que uno cree que el amor es algo que con un simple "perdón" se arregla todo, ¿Es verdad eso? Pues, ambos sabemos la respuesta y sabemos que no es así.

Toda la habitación se siente fría y sola, porque sé que sólo estoy yo mientras vos descansas en el sofá.

Es muy vergonzoso decir que extraño mucho tus besos y abrazos, pero sé que no puedo hacerlo o decirlo, porque es como darle más sal a la herida recién fresca.

Vos, aquél que prefirió ser bueno y no saber decir no.

Vos, aquél que no quiso decir basta porque pensó que podía hacer enojar al otro.

Vos, aquella buena persona.

Y yo, a pesar de querer gritarte por aquello, sé que no me animaré, porque sé que la vida es así.

Y es mejor decir sí, a decir que no.

Pero, ¿Por qué los celos me carcomen por esa escena?

La verdad, no lo sé.

Pero sí sé con orgullo, que extraño tus besos y abrazos.

Me levanté de la cama y te observé determinadamente en el sofá.

Tus pómulos con lágrimas secas.

Tus ojos algo hinchados mientras tus pestañas descansaban y recubrían tus ojos.

Tus labios, aquellos labios rojizos que tanto amo besar, estaban resecos y estaban agrietados por el hecho de que intentaban acallar los sollozos.

Te vi de la peor forma muchas veces, pero nunca podré acostumbrarme a verte llorar.

Más si es por mí egoísmo.

Soy un hijo de puta que no puede decir lo siento cuando está equivocado.

Te acomodé mejor en el sofá y besé tus labios.

Sonreí al ver que estirabas tus labios y al ver que abriste los ojos, te invité a dormir a la cama.

¿Estaremos bien?

Seremos la delgada línea fina, pero lo estaremos.

 




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