Las nubes se alzaban sobre el cielo en una tonalidad grisácea que entristecía el ambiente y provocaba el decaimiento en la población cercana al volcán de Yellowstone.
Las lluvias se avecinaban, el alto cielo avisaba con berreo tronante que las lágrimas frías caerían sobre la tierra en cualquier momento. El aire era helado, seco, y en alguna medida, un presagio dudoso. Eso era lo que pensaba el enigmático hombre que se encontraba parado a unos metros del peligroso volcán, husmeando el cielo con ojos entrecerrados y una expresión distante.
—¿Sucede algo señor? —inquirió una pequeña voz a sus espaldas, un joven muchacho que parecía deseoso de entender lo que fuera que llamara la atención del hombre claramente mayor y su fuente de admiración.
—Nada muchacho —dijo el hombre, soltando la frase en un suspiro—. Subamos, no podemos llegar tarde a la sesión.
—Sí señor —asintió el joven con una sonrisa fascinada— ¿Veré a los demás señores?
—Los verás muchacho— aceptó el hombre, caminando sin rumbo fijo, pero seguro. —Pero no te aseguro que te dirijan la palabra.
—¡No importa señor! ¡Agradezco la oportunidad!
—No deberías estar tan feliz —negó el hombre sin mirar al chiquillo escuálido que caminaba a su lado—. Estas reuniones no siempre terminan felizmente. No somos armoniosos.
—Pero esto parece algo importante —le hizo ver el joven—. Algo por lo que los cuatro se reuniría, debe ser transcendental.
—Lo es. Lo es en verdad —suspiró de nuevo—. Vamos muchacho, que este clima no me da un buen presentimiento, algo anda mal, lo sé, ¿no lo sabré yo, que soy uno de los cuatro?
—¿Qué presiente señor? ¿Algo malo?
—Eso creo. Espero que no. Pero me hago viejo, y con eso viene la sabiduría, pero espero no estar adquiriéndola, en serio lo espero.
El mayor guardó silencio, y el muchacho decidió no interrumpir los pensamientos de aquel hombre que fruncía el ceño con una expresión de concentración. El joven pensaba que, si se esforzaba lo suficiente, lograría escuchar las voces internas de aquel hombre al cual admiraba tanto, pero no intentaría preguntar, sería una falta de respeto, no, mejor esperaría. Seguramente si ese gran hombre intuía algo, no tardarían mucho en descubrirlo.
Los dos varones subieron la colina pedregosa del volcán. No era un típico día de excursión en la que los turistas visitaban el peligroso volcán con intenciones de ver los espectaculares colores que yacían en el suelo como humeantes calderos. Era curioso también, que ese día en particular, solo se les permitía la entrada a ocho personas. Cuatro importantes, cuatro compañías, eso era todo.
El enigmático hombre comenzó a caminar por el normal y rutinariamente transitado camino que llevaba al cráter del volcán, el muchacho no podía creer que esos grandes hombres fueran a verse en un lugar tan transitado como el volcán de Yellowstone. Tampoco era como si lo fuera a decir en voz alta.
Siguió caminando tras las pisadas del magnate y paró en seco cuando el hombre se detuvo frente a ese enorme cráter lleno de agua hirviendo, alrededor de una deforme circunferencia, se podían notar los característicos colores que resultaban tan atractivos del volcán. La primera capa de color era un naranja amarillento, del cual se derivaba a convertirse en un verde intenso y, al final, un azul cielo. El vapor del agua humeante era una actividad normal del volcán.
Lo impresionante para el muchacho no fue ver aquel recinto de agua humeante con colores vivaces gracias a las bacterias amantes del agua caliente, sino la facilidad con la que el hombre al que seguía, caminaba directo hacia aquel lugar y comenzaba a internarse sin ningún problema.
Aquél muchacho no pudo evitar abrir la boca y los ojos con especial impresión. Su mayor no era el único que estaba haciendo tal muestra de suicidio, sino que había otras tres personas acompañadas que comenzaban a internarse en el agua hirviente.
Al igual que él, otros tres muchachos se habían quedado rezagados, a una distancia prudencial del agua que los cocinaría como pavos en navidad.
—¡Eh! ¡Muchacho! —le gritó el magnate— ¿Qué no pensáis venir?
El hombrecillo, tímido y manipulable, asintió un par de veces, acercándose con cuidado al lugar donde el hombre lo esperaba con una mirada intrigante.
—Espera —dijo de pronto el hombre, justo antes de que el muchacho diera un paso hacia su final— ¿Por qué no hacéis preguntas?
—Sobre qué, mi señor.
—Bueno muchacho —se burló el hombre—, no todos los días te piden que entres a las entrañas hirvientes de un súper volcán.
—Mi señor, con todo respeto, puedo ver que a usted el agua le llega hasta los tobillos, no lo escucho gritar o siquiera hacer una cara de aflicción. Quiero suponer con eso que nada malo me pasará.
—¿Una suposición? —asintió el hombre—, ¿basas tu vida con una suposición?
—Confió en usted.
—Haces muy mal muchacho. Yo, en cualquier momento podría darte la espalda, no te necesito y cuando no eres de necesidad, eres desechable, dime entonces chico, ¿Qué harías para sobrevivir?
El joven no supo que responder. Confiaba en aquél hombre, ¿Cómo podía pensar en que lo engañaría o haría algo para dejarlo morir?