13. Electric love
Mayo
"Todo esto ha sido idea de Edu". Las palabras que me dijo Daphne al oído durante el concierto, el día de la fiesta, llevan días resonando en mi cabeza y no puedo evitar que vuelvan a mí mientras observo al pelinegro, concentrado, buscando en la tablet los acordes de la canción que estamos practicando para la sesión de hoy. Al final no pude coger la Fender ese día, pero fue mejor. Infinitamente mejor.
—¿Eres real? —murmuro, casi sin darme cuenta.
—¿Cómo? —responde, volviendo en sí.
—¿Qué?
—¿Has dicho algo?
—No.
Me dirige una mirada mezcla de desconfianza e incredulidad, pero rápidamente vuelve a enfocar su atención hacia la pantalla que tiene en su regazo. Cuando finalmente la encuentra, coloca la tablet en el atril y me va guiando, a medida que pinzo las cuerdas para crear los acordes que necesito. Mientras, voy rasgando las cuerdas con la púa que me regaló hace unos meses, tras conseguir tocar sola por primera vez Sweet Child O' Mine. Parece que haya pasado una eternidad desde entonces, pero solo ha pasado medio año. Algo más, tal vez. Y, sin embargo, siento que todo ha cambiado. Me siento segura, me siento cómoda, a gusto, conmigo misma y con los demás. Si me hubieran dicho que esto sería posible hace un año, probablemente me hubiera lanzado a mordiscos contra quien osara emitir tal declaración. No es que en Tarragona me sintiera deprimida, o al menos no lo creo. Bueno, lo cierto es que no estoy segura. Hice amigos y sigo queriendo a los que mantengo, pero me faltaba algo. Sentía que algo estaba mal en mí y no era capaz de salir de ese bucle. Era como si tuviera que estar constantemente en alerta con el mundo, para no preocupar a nadie y al mismo tiempo mantenerme a flote, a trompicones. Desde luego, no experimentaba esta sensación de calma. Hacía siglos que no la sentía. Esta... confianza. Y soy consciente de que, aunque he trabajado muchísimo en mí misma, y mi bolsillo y la cuenta bancaria de Miranda son testigos de ello, la persona que tengo enfrente ha sido, inesperadamente, mi mayor apoyo. No podría negarlo, aunque quisiera.
—Hey, vuelve. ¿Qué te pasa hoy? Estás en la parra.
—¿Qué?
—Has tocado dos veces la misma estrofa...
—Oh, sorry.
—¿Te preocupa algo? —me pregunta, cogiendo la guitarra de entre mis manos y dejándola a un lado, para dedicarme su atención.
—No, estoy bien. Estoy muy bien, de hecho. Es solo que creo que hoy no me apetece mucho tocar. No estoy inspirada.
—No estás inspirada... —repite, reprimiendo una risa—. Vale, ¿qué quieres hacer entonces?
—Podríamos solo pasar el rato, ¿no? —propongo, cogiendo el cojín más cercano que tengo y tirándoselo, dándole en la cara al cogerle desprevenido.
—¿Jugando al 'tiro al Edu'? —me devuelve el cojinazo.
Estallo en carcajadas, mientras trato de cubrirme, sin éxito. Sin embargo, en lugar de iniciar una guerra de almohadas, simplemente se sienta en la silla giratoria frente a mi cama y empieza a hablarme sobre la última serie que está viendo. Se trata de una de humor que no conozco, pero que parece tener muy buena pinta, de modo que me la apunto. Por mi parte, le cuento cómo llevo la Selectividad, pues la tengo dentro de poco más de un mes. Le confieso que estoy un poco nerviosa, ya que necesito sacar nota para entrar en Física, pero rápidamente me tranquiliza diciéndome que con mis notas no voy a tener problema. Que lo pintan mucho peor de lo que es.
Mientras le cuento el último cotilleo, que mi amiga Bea está empezando a hablarme muy bien de Urrutia, Edu se pasea por mi habitación, curioso. No es la primera vez que lo hace, pero siempre se las apaña para encontrar algo nuevo que comentar. Bien sea que ha encontrado un calcetín solitario detrás del escritorio o que ha visto un libro que le ha gustado en la estantería. En estos momentos, está observando detenidamente algo fuera de mi alcance ocular, junto a mi estantería de CDs.
—¿Me estás escuchando? Yo creo que están liados... Y si no, poco les falta... ¿Les echamos una mano?
—Hm, sí, claro —responde, vagamente.
—¿Se puede saber qué estás cotilleando? —me levanto y me acerco a él, impaciente, intentando descubrir la fuente de su repentino interés por mi sosa estantería negra.
Me doy cuenta de que tiene en la mano una fina cadena plateada, de la que cuelga una placa en forma de estrella. Oh, no.
—Deja eso donde estaba —intento arrebatárselo, pero lo sujeta en alto. Cómo odio que haga eso.
—Es un colgante muy bonito, ¿quién te lo dio?
—Mi abuela —admito, a regañadientes.
—Tiene algo escrito.
—Dámelo —doy un salto, pero me ignora, simplemente manteniendo el brazo alejado de mí.
—Cassiopeia... —lee—. ¿Cassiopeia? ¿Eso no es una constelación?
—Exacto —replico, quedamente, consiguiendo al fin alcanzar la gargantilla y volver a dejarla colgada en su sitio—. Bueno, ¿qué piensas d-
—¡CASSIOPEIA! —me interrumpe de golpe, señalándome boquiabierto—. ¡Te llamas Cassiopeia!
—Shhhh, ¡cállate! —sonrojada desde la punta de la nariz hasta la raíz del cabello, le cubro la boca con la mano durante unos segundos, hasta que me doy cuenta de que clava sus ojos en mí como si estuviera loca y me aparto para volver a sentarme en la cama y mirar hacia cualquier otro lado—. Sí, así me llamo, ¿contento?
Cuando vuelvo a alzar la vista, me encuentro con unos ojos que me observan divertidos y unos labios apretados, tratando de mantener la compostura, en vano, y siento que me empiezo a mosquear.
—Stop it.
—Lo siento, no puedo evitarlo... —se "disculpa", carraspeando—. Está bien, lo siento... es solo que... ¿Cassiopeia? Siempre pensé que te llamabas Casimira o algo parecido.
—WTF? Pero si eso es incluso peor —exclamo, exasperada.