The F word

17. Fintas (II)

17. Fintas (II)

Odio las salas de espera. Odio ese olor antiséptico tan característico de los hospitales, que se junta con el de los uniformes y el de las botas de goma del personal sanitario. Pero, sobre todo, odio la incertidumbre de no saber qué va a pasar, de no saber si voy a volver a ver a mi mejor amigo ni en qué condiciones.

Al contrario de lo que se podría pensar y de lo que nos muestran las series de televisión, no veo médicos corriendo de un lado a otro gritando cosas como ‘¡Dos miligramos de epinefrina! ¡Se nos va!’. Al contrario, el ambiente está relajado. Demasiado relajado. Tanto que me pone de los nervios y me entran ganas de levantarme cada dos por tres, para pasear por el pasillo y liberar un poco de energía. Y si yo estoy así, no quiero imaginarme cómo están los padres de Marc. Su madre, sentada a mi lado, intenta mantener la calma, pero sus ojos rojos la delatan sin piedad. Arantxa y Tomás, el padre de Marc y nervioso por naturaleza, hace rato que se han ido con el mío a intentar averiguar qué se sabe al respecto y por qué está tardando tanto la operación. Ventajas de tener un padre médico.

—Amaia, voy a acercarme un momento a la cafetería, ¿quieres algo? Deberías coger fuerzas —le pregunto a la madre, poniéndole una mano sobre el hombro. En realidad, no creo que tenga hambre, pues yo sería incapaz de tragar nada ahora mismo, con el enorme nudo que tengo en la boca del estómago, pero necesito una excusa para moverme y despejar un poco la cabeza.

—No, cariño, gracias. Estoy bien así.

—No tardo —le prometo.

De camino a la cafetería, reviso mi móvil. Tengo varias llamadas perdidas de mi madre, de David y de Paulina. A mi madre la avisé yo mismo, y acabo de ver que me ha mandado un mensaje avisándome de que viene para acá. Supongo que a los demás les ha avisado Aran. Mientras mis ojos se posan sobre el listado de llamadas, veo el registro de la que tuve con Arantxa y siento un escalofrío recorriéndome todo el cuerpo, mientras varios fragmentos de las últimas horas bombardean mi mente, aparentemente sin orden. La llamada de Arantxa; Marc despidiéndose de mí porque llegaba tarde a ayudar con la mudanza; el abrazo tembloroso de su madre; el médico responsable hablándonos sobre la hemorragia interna; la risa jovial de mi mejor amigo metiéndose conmigo por el tema del beso; la larga espera ante la puerta de urgencias con el cartel de ‘No pasar’ ante la que llevamos hora y media esperando. Siento que me falta el aire y empiezo a asustarme. El nudo que atenaza mi pecho se hace más grande y sube hasta mi garganta, obstruyéndola y haciéndome sentir como si necesitara tomar grandes bocanadas para seguir respirando, así que me recuesto contra la pared y empiezo a hiperventilar.

—¿Edu? —me sorprende una voz conocida. Alzo la vista, agobiado, y reconozco a Paulina, que me observa con su fino rostro arrugado de preocupación—. Ven aquí.

Dejo que mi amiga me abrace fuertemente, tras dejar su bolso gigante en el suelo de cualquier manera y decirme que todo saldrá bien. ¿Cómo lo sabe? ¿Acaso es adivina? Sin embargo, aunque al principio, todavía me cuesta respirar, incluso bajo su abrazo, poco a poco, mi cuerpo empieza a reaccionar ante su toque y comienzo a calmarme. No me había dado cuenta de que había estado sujetándola con tanta fuerza y ahora me siento avergonzado.

—Perdona, Pau, no sé q-

—No tienes que disculparte, Edu —me interrumpe, seria pero dulce—. Lo raro sería que no estuvieras así. ¿Estás un poco mejor?

—Sí, muchas gracias… de verdad, no sé qué me ha pasado.

—Ha sido un ataque de ansiedad. A mí me han dado muchas veces, pero hace tiempo descubrí que sentir que alguien me abrazaba presionando fuerte, me calmaba. Por eso pensé que podía pasar lo mismo contigo. Espero no haberte hecho daño.

—Eres un saco de huesos, hace falta mucho más que esto para dañar este cuerpo serrano —intento burlarme.

Ambos nos reímos torpemente y la invito a acompañarme a la cafetería mientras le cuento las novedades, que no son muchas. Le explico lo que nos dijo el médico que nos atendió. Que, por lo visto, Marc patinó con la moto en una curva, ya que la carretera estaba ligeramente mojada por la lluvia y se chocó con un guardarraíl, clavándose el manillar en el estómago justo antes de salir despedido. Por suerte, parece que una chica que venía en el coche de detrás lo vio todo, paró y llamó a la ambulancia, que vino rápidamente. No quiero pensar en lo que habría podido ocurrir si no hubiera pasado nadie, pues era una carretera poco transitada.

Tras invitarla a una Coca-Cola, volvemos a la sala de espera, que está exactamente igual que cuando la dejé hace un rato. Amaia me hace un gesto amable con la cabeza y saluda con un abrazo a Paulina, antes de volver a sentarse con la mirada fija en la puerta del área de quirófanos. Segundos después, aparecen Tomás, el padre de Marc, y Arantxa, mosqueados por no haber podido obtener más información que la que ya sabíamos y se unen a nosotros. Pero antes de llegar a sentarse, aparece un médico por uno de los pasillos adyacentes a la sala y se nos acerca.

Con el corazón en un puño, trato de descifrar su expresión, intentando adivinar si son buenas o malas noticias. Vuelvo a sentir el escalofrío que me embargó hace un rato y cada centímetro de mi cuerpo empieza a temblar como si estuviéramos varios grados bajo cero, pero al ver la expresión relajada del médico, el calor vuelve a mí.

—Vengo a comunicarles que la operación ha salido bien, lamentamos haberles hecho esperar. Hemos conseguido frenar la hemorragia y hemos descubierto que el origen estaba en el bazo, que hemos tenido que extirparle porque estaba demasiado dañado por el impacto. No se preocupen, se puede vivir una vida perfectamente normal sin bazo, solo deberá tener un poco más de cuidado con las infecciones. Ha tenido mucha suerte de que el golpe no le haya afectado ningún otro órgano. Hemos tenido que operarle también la pierna derecha y no sabemos si recuperará por completo la movilidad en esa extremidad, pero ya está fuera de peligro.




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