The F word

27. World-shaking events

27. World-shaking events

Para ser tan menuda, Laura es una marimandona de cuidado y persistente como un dolor de muelas. A pesar de que todavía no hace un mes que nos conocemos, no ha dudado un segundo en perseguirme por la facultad para intentar convencerme. Según ella, soy una persona creativa y tengo buenas ideas, así que está segura de que juntas podremos organizar una fiesta de Halloween "legen... wait for it... dary", como dice siempre. Claramente, la maratón de Cómo conocí a vuestra madre que se está pegando estos días, acabará por afectarnos a todos. Al final, he aceptado por puro agotamiento, pero si llego a saber que hacerlo sería tan extenuante, me habría quedado calladita.

―¿Ya sabes de qué te vas a disfrazar? ―me pregunta, con sus ojitos brillantes, mientras preparamos juntas la lista de adornos que tenemos que ir a comprar esta semana.

―No creo que vaya a disfrazarme...

―¿¡Cómo que no?! ¡No puedes hacer eso!

―¿Por qué? No es mi estilo, Laura...

―Porque eres una de las organizadoras. La gente confía en ti hasta el último segundo y eso, amiga mía, incluye el vestuario. Menuda imagen darías como anfitriona. No, no ―niega con la cabeza, efusivamente―, de ninguna manera. Tenemos que buscarte algo.

―Lau... ―replico lentamente, intentando controlar el enfado en mi voz-, nosotras no somos las anfitrionas. Vamos a hacer la fiesta en casa de Kayla, ¿recuerdas? Nosotras solo ayudamos. A-yu-da-mos.

―Es lo mismo.

―No, no lo es.

―Claro que sí. Bueno, me da igual. ¡Cassie! ¡No me dejes sola en esto! Please, please, please ―me suplica, juntando sus manos y haciendo un mohín con los labios.

Si tuviéramos suficiente confianza, podría mandarla a la mierda y quedarme tan a gusto, pero ni soy la chica que era hace dos años, ni quiero ganarme una enemiga como ella durante el resto del curso. Al fin y al cabo, solo es un disfraz.

―Está bien, tú ganas, pero el disfraz me lo busco yo y no podrás quejarte. Ni preguntar antes de verlo ―añado rápidamente, antes de que se apunte a venir de compras conmigo.

La mirada de ilusión que me dedica mi nueva amiga me hace sentir como si le hubiera regalado un poni por Navidad y no puedo evitar sonreír. Es una plasta, pero desprende tal energía positiva que me es imposible estar de morros con ella por mucho tiempo. Me recuerda a Bea. Seguro que también cree en cristales y chakras.

Al recordar a mi amiga, inevitablemente la imagen de Edu toma forma en mi mente. A pesar de que me prometió llamarme hace unos días, no lo hizo. De hecho, no hemos vuelto a hablar desde entonces porque no conseguimos coincidir, pero hoy me ha confirmado mediante un mensaje que no está bien con Paulina. Lo sospechaba, porque hace mucho que no me habla de ella, pero no consigo que se abra del todo con este tema. Es como si cada vez que le he preguntado por ella durante todos estos meses, corriera una cortina entre nosotros que solo me permitiera ver a trasluz. Es muy frustrante. Me molesta que no pueda sincerarse conmigo con este tema. A veces me pregunto si lo hace porque cree que me incomoda, por cómo me puse la Nochevieja pasada; otras, imagino que simplemente quiere separar la relación que tiene con ella de la que tiene conmigo para dedicarnos toda su atención por separado. Por eso, aunque me muero de ganas de preguntarle qué ha ocurrido, voy a esperar a que sea él quien me lo cuente por propia voluntad. Espero que algún día lo haga.

***

Una larga, larga, larga semana ha pasado desde que empezamos a montar la fiesta junto a Kayla y esta mañana tenemos que ir a comprar los últimos adornos. Hemos quedado con Ben en el bazar y espero que sea tan confiable como dice ser, porque él es el responsable de cargar con el fondo común con el que lo pagaremos todo.

Tengo que admitir que, una vez más, me precipité al juzgar a mi compañero. Al principio me pareció un niñato insufrible, como me ocurrió con Edu en su momento, pero ha resultado ser tan buen chico como él y tan descarado como Marc.

―¿Dónde está Laura? ―cuestiono en cuanto nos encontramos frente a la puerta de la tienda.

―Ha tenido un problema con sus compañeros de piso, algo relacionado con una fuga de agua, creo ―contesta, encogiéndose de hombros―. Tendrás que conformarte conmigo, ¿serás capaz?

La sonrisa maliciosa que me regala y que tanto me crispó el día que nos conocimos, me provoca un cosquilleo en el vientre que sube hasta mis mofletes. Hace días que soy consciente de que me siento atraída por él. Es innegable. Tal vez sea producto de mi sequía, pues desde lo de Fabio no he vuelto a estar con nadie, pero lo sé; sus ojos me hipnotizan, su sonrisa me derrite y me muero de ganas de pasar mis manos por sus rizos. No obstante, aunque no tengo dudas sobre las sensaciones que provoca en mí, no quiero precipitarme.

―Entramos, ¿o qué? ―Arquea una ceja, esperando a que me decida a moverme.

Sure.

Con torpeza, me adentro en aquel enorme bazar. Se trata de un establecimiento muy conocido en la ciudad porque tiene de todo y a un precio muy económico. Mientras paseamos por los pasillos en busca de telarañas y serpentinas de calabazas, admiro los artículos en exposición. Me llama especialmente la atención una sección de libretas de pentagramas y cojo una especialmente bonita para hojearla. Tiene una textura agradable al tacto y un dibujo abstracto que me recuerda ligeramente al diseño de las carátulas de un grupo que he visto por casa de Edu.

―¿Compones? ―inquiere, con curiosidad.

―No ―río, pasando las páginas distraídamente―, yo soy malísima para eso, aunque sí toco la guitarra, o al menos lo intento. Un buen amigo me estuvo dando clases durante un tiempo, pero sigo siendo pésima. Estaba pensando que sería un buen regalo para él.

―¿Y cómo de bueno es ese amigo?




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