The flip side

Capítulo 1: Intruso a la vista

Entré al bar de Hermes. Fui directamente a la barra para apoyarme sobre ella y tocar la campanilla con fervor. Gwen, la encargada del bar apareció dándome una mirada en reprimenda pero yo en cambio, le di una mirada inocente. 

—¿Cuándo será el día que llegues sin hacer tanto escándalo?  

—Nunca.  

Rodeó la barra, y paso sus brazo por encima de mis hombros. Hace dos años, cuando me mudé de Vancouver a Ontario para estudiar Música, composición y canto, en una ocasión vine a este bar con un grupo inmenso de chicos de primer año. Era muy conocido por todos en el campus, y podría decirse que era una extensión de la universidad.  

Luego, lo comencé a frecuentar con varios compañeros de clases cada viernes y hubieron noches dónde participaba en el karaoke. Hasta que un día, me fije que entre las fotos colgadas en la pared del bar, estaba una donde aparecía la banda de mi papá tocando en el escenario. Hermes, el dueño me vio interesada en aquella foto y fue cómo surgió la conversación de que yo era su hija. Por otro lado, Gwen se emocionó ya que había tenido un tipo de historia con mi papá —que no me interese en profundizar — y resaltó el hecho de que me había prestado atención las veces que canté en las noches karaoke, por lo que me ofrecieron interpretar una que otras canciones todos los viernes por la noche.  

Y tras dos años, seguía cantando allí y ocasiones Hermes me dejaba presentar canciones de mi autoría. Era fantástico, muchas personas ya me conocían y me pedían canciones en específico. A papá le encantaba la idea de que estuviera en uno de los primeros bares que fueron acogidos fuera su ciudad.  

—Cuéntame sobre tu repertorio de hoy.  

Gwen me seguía abrazando mientras caminábamos hasta el pequeño escenario, dónde la banda del bar conformada por cuatro hombres sesentones, probaban el sonido y afinaban los instrumentos. Dejé mi bolso en el escenario y nos sentamos una al lado de la otra en el orillo.  

—Algo calmado. The Eagles.  

—Un clásico que no falla —sonreí y ella le dio un vistazo a los hombres detrás de nosotras. Volvió a mirarme y subió la ceja en la que llevaba un piercing—. ¿Acústico o necesitarás al equipo geriátrico?  

—Gwen… —reí—. Tocare solo la guitarra. 

—En serio irás calmada —asintió con la cabeza. Se puso de pie y llevo sus manos a la cintura—. Nos vemos en un rato Lay-Lay, iré a supervisar al personal. 

Gwen desapareció de mi vista. Tomé mi bolso y saque mi libreta azul eléctrica, con calcomanías de todas las bandas, de todos los géneros y algunas estampillas que mi papá me ha traído de sus viajes. Saqué la plumilla que estaba enganchada de la tapa y escribí un par de frases que se me habían ocurrido en el camino, para una de mis composición incompletas.  

Amaba cantar, tocar la guitarra, la batería y el piano. No solo les tenía amor, sino que eran absolutamente parte de mi vida, y tenía la dicha de hacerlo bien.  

Pero había algo en componer, en escribir historias con melodías que me transportaba a escenario únicos, y momentos inolvidables o entrañables, que no se comparaba con nada. No habían sido muchas las canciones que había escrito, pero tenía un montón sin terminar. En realidad, los últimos cinco años se me había hecho complicado cerrar las historias o ideas de mis canciones. Cuando era más joven, una adolescente en realidad, era muy fácil para mí componer y crear las melodías.  

—Pero si es mi chica favorita. 

Levanté solo mi vista, y me encontré con un chico rubio, cabello muy corto, sonrisa coqueta, tatuajes en su ante brazo derecho y varios aretes en su oreja izquierda.  

—Corky. —saludé con tono neutro, y cerré mi libreta para luego ponerme de pie. Él se acercó y me envolvió con brazos, escondiendo mi rostro en su pecho. 

—Lay. —nos separamos y sonrío.  

—¿Qué haces aquí? —dije realmente extrañada.  

—¿No puede tu más viejo, íntimo y atento amigo a saludarte, y darte un gran abrazo? —dijo inclinándose hacia adelante con sus manos en su pecho. 

Mi respuesta fue subir mis cejas y retener una sonrisa burlesca. Corky, se quedó viéndome unos segundos y luego soltó un bufido en rendición. 

—Bien, atrapado —subió sus manos y reí—. Necesito un favor. 

Rodé mis ojos y guarde mi libreta en mi bolso, dándole la espalda al rubio. 

—Si se trata de la chica de mi residencia, de una vez me niego a todo.  

—¡Layla! —me rodeó y dio una mirada suplicante. 

—¡Cornelia te echó de la residencia ayer! —hice un movimiento con mi mano. 

—Bueno, pero no hice nada malo… 

—Estabas semi desnudo.  

—No es lo que parecía.  

Subí al escenario cuando vi que ya no estaban los hombres probando los instrumentos. Tomé la guitarra acústica y la empecé a afinar.  

—De acuerdo, no ayudes a tu amigo. El cual te ama, conoces desde que estabas en pañales y cuál siempre te cubre en cada locura que quieres hacer.  

Se sentó en el escenario dándome la espalda. Dejé de tocar las cuerdas de la guitarra y suspiré frustrada por su drama. 

Colin Brett alias Corky, era hijo de dos de los integrantes de la banda de mi papá. Y si, por eso nos conocíamos con el decía, desde que teníamos pañales. Tocamos con la suerte de quedar en la misma universidad, aunque el estudiaba ingeniería en sonido. Era algo reconfortarte tener a alguien cerca que considerabas familia, cuando estabas a dos mil millas de casa.  

Caminé hasta quedar a su lado, e igual que todas las veces que me pedía un favor, di otro suspiro y termine por decir: 

—¿Qué necesitas que haga? 

El subió su cabeza y me dio una sonrisa triunfal. Se abalanzó hacia mi y me abrazo por las piernas.  

—Eres la mejor, Lay. —su puso de pie. 

—Di que quieres, adulador. —golpe su hombro con mi puño. 

—Que me dejes entrar por tu ventana.  

Lleve mi mano a mi rostro y cerré los ojos. 

—Vivo en el tercer piso. —le recordé. 

—Se escalar. 

—Mi compañera de cuarto es particularmente molesta, lo sabes. 

—Enciérrala en el baño. No sé.  

—¿En serio no pueden hacer sus guarradas en otro lugar? Un parque, tal vez. —sugerí con ironía. Corky elevó una ceja. 

—No me va eso de hacerlo en público —llevo sus manos a las caderas—. Layla, ya dijiste que si. Nos vemos a las once en tu ventana. —guiñó un ojo. 

—Pero… 

Me lanzó un beso y se fue con la misma alegría con la que había entrado al bar. Hice una mueca de arrepentimiento, pero aun así seguí afinando la guitarra en mis manos.  

Esa noche fue igual que las demás. A las ocho, estaba cantando I Can’t Tell You Why y como ya a eso de más de las diez, la banda del bar me acompañaba cantando Paranoid de Black Sabbath. El público siempre era muy receptivo, incluso pedían ciertas canciones y a final de la noche, era costumbre que eligiera una canción popular para cantar con todos. Era el momento donde mi sentía una verdadera estrella de rock.  

—Niña, que buena noche —Hermes, el dueño del bar, me esperaba en la barra cerca de la salida. Me detuve a saludarlo—. Nunca me decepcionas.  

—Se que soy tu mejor cantante. —sonreí con adulación. Él río con tono grave y carrasposo.  

—Sin duda mis mejores noches son los viernes y sábados. Viene mucha clientela, y se sienten en ambiente con ustedes en el escenario.  

Mi humor se aplacó un poco al oír lo de »ustedes«.  

—Nos vemos la próxima semana, Hermes.  

Él asintió y salí del bar. Me di prisa, ya que le había prometido —de algún modo— a Corky que estaría a las once en la residencia. Al llegar, me conseguí con Cornelia leyendo un periódico desde su puesto.  

—Buenas noches. —saludé al pasar al frente, pero ella solo gruño al verme y luego siguió en lo suyo. 

Subí los escalones de a dos, y atravesé la puerta de mi habitación a la vez que lancé mi bolso a dónde mejor me pareció. Me detuve en seco, al ver a Alba con la mirada sumamente fija estando acostada en su cama. Sus manos reposan en su estómago y su cabeza en el respaldar de su cama.  

—Hey. —dije y ella no hizo nada. 

Di unos pasos sumamente sigilosos hasta ella, y en ningún momento parpadeó o movió un músculo. Pase mi mano por su cara y fue cuando certifique, que estaba dormida.  

Si, Alba dormía con los ojos abiertos en ocasiones. Era algo tenebroso.  

Mi teléfono comenzó a vibrar en el bolsillo trasero de mi pantalón. Era Corky, así que le contesté enseguida. 

—Estoy aquí. —susurro con tono apresurado. Me asome a la ventana y entonces lo vi, él agitó su mano. 

—Bien, sube. Pero no hagas ruido que mi compañera esta dormida. —respondí del mismo modo y él solo asintió con su cabeza para luego colgarme. 

Guarde mi teléfono y abrí la ventana lentamente para que no chillara. Corky, comenzó a escalar por la enredadera del edificio y entre los pequeños huecos de los ladrillos. La verdad no tardó en subir. Estaba en lo cierto cuando alardeo sobre saber escalar. 

Al llegar a la ventana, lo ayude tomándolo de las muñecas y entro a tropezones a la habitación. Al girar hacia Alba, dio un saltó de susto y casi gritó pero le tape la boca con mi mano. Lo arrastre hacia mi cama y él frunció su ceño algo asustado. 

—Me dijiste que estaba dormida. —abrió sus ojos exageradamente señalando a la chica de cabello caoba.  

—Lo está —sentencié—. Solo que duerme con los ojos abiertos. 

Él la vio una última vez con mala cara y luego se puso de pie para ir hasta la puerta, pero lo detuve jalando su camisa. 

—Espera —me adelanté y abrí la puerta para mirar el pasillo de ambos lados—. Cornelia tiene chismosas.  

—Me di cuenta en mi última visita —murmuró detrás de mi y le di una mirada interrogante—. Evie me dijo que fue la chica de al lado la que aviso que estaba aquí. —dijo refiriéndose a mi vecina de al frente. 

—¿Y conoces a esa chica de casualidad? —lo observé con firmeza elevando una ceja. Él miro sus uñas—. Deja de meterte en líos de chicas. —regañé golpeando su abdomen. 

—Lay, basta —susurró molesto—. Déjame salir, no hay nadie. 

Paso de mi y fue hasta la puerta del frente. Dio toques con ritmo en específico, y Evie apareció enseguida luciendo una enorme sonrisa. Luego me miró a mi y se sonrojó. 

—No tardes. —le advertí a Corky. Él me dio de nuevo esa sonrisita socarrona. 

—Oh créeme que lo haré.  

Ambos entraron a la habitación y yo di un suspiro. Hice lo mismo y fui directamente a mi cama para acostarme, pero sabia que no podía quedarme dormida aún. Por lo que decidí que era buen momento para mandarle un mensaje de texto a alguien que debía haberlo hecho hace un tiempo. 


Hola. ¿cómo estás? Si te preguntas cómo estoy yo, pues cansada pero sin poder dormir porque estoy cubriendo a un amigo. Ya sabes, cosas de universitarios. 


Envié el mensaje y dejé mi teléfono en mi pecho. Centré mi atención en el techo, y repiquete mi dedos sobre el colchón. Finalmente decidí que no soportaba más el silencio y me coloque los audífonos. Cerré los ojos por unos minutos mientras escuchaba a Bon Jovi y luego cambié a una playlist de canciones de películas que me gustaban como Ultimate de Friky Friday.  

Casi una hora después mi celular vibró y abrí mis ojos. Había recibido un mensaje, pero no de quién esperaba. Era Corky avisándome que se saldría en cinco minutos así que, me puse de pie y salí hasta el pasillo para vigilar que nadie viniera. En efecto, cinco minutos después Corky salió sigilosamente de la habitación y al verme, sonrió.  

—¿Te he dicho que eres la mejor?  

—Acabas de tener relaciones con alguien, así que no me digas eso. —arrugue mi gesto y lo hale del brazo, para luego empujarlo a la habitación.  

Ambos observamos a Alba, que ahora sí tenía los ojos cerrados y daba ronquidos alarmantes. Compartimos miradas y luego nos encogimos de hombros. Caminos hasta la ventana, y lo ayude ahora para que bajara.  

—Oye, no te dije gracias…  

—Solo apresúrate. —reñí nerviosa. Él dio una silenciosa carcajada y comenzó a bajar con total lentitud.  

Yo seguía vigilándolo desde mi lugar, y también daba vistas paulatinas hacia Alba y la puerta de la habitación. Cuando regresé a ver a Corky, una destello de luz apareció y luego identifique que se trataba de una linterna. 

—¡Hey! 

Un guardia de seguridad apareció a lo lejos con alumbrando hacia Corky. 

—¡Hey, alto!  

Yo intenté inclinarme para ayudarlo a subir nuevamente pero el en cambio, comenzó a bajar mucho más rápido, tanto que resbaló uno de los soportes de la enredadera y cayó de espaldas al suelo. 

—¡Corky! —grité al verlo caer y lleve una mano a mi boca. 

Mi compañera se despertó del susto, me dio una mala cara pero la ignore y salí corriendo de la habitación. En el pasillo tropecé con una chica morena y la hice a un lado, escuché que me dijo algo. Bajé las escaleras muy rápido y en la entrada me conseguí con Cornelia viendo lo que pasaba afuera. Ella me dio la peor de las miradas, pero también la ignore y salí. 

—¡Muchachita! Regresa ahora mismo. 

Corrí hasta rodear el edificio. El guardia estaba intentando ayudar a Corky a levantarse a tropezones y malos tratos, yo fui directamente con él y me agache para quedar a su altura. 

—Dime que estás bien. ¿Ves bien? ¿te duele algo? —pregunté muy rápido mientras tocaba sus brazos, torso y cabeza—. ¡Corky dime qué estás bien! 

—¡Déjame hablar, mujer! —se quejó y luego llevo su mano a su espalda. 

—Hay que llevarte a enfermería. 

—Al único lugar donde irán, será a la oficina del Decano.  

Llegó diciendo Cornelia, colocándose al lado del guardia que aún nos apuntaba con su linterna. Lleve mis manos a mi cara y solté bufido.  

Nos habíamos metido en un problema enorme.  







 



#1988 en Joven Adulto
#12138 en Novela romántica
#2399 en Chick lit

En el texto hay: amorodio, bandasrivales, bandas de rock

Editado: 12.02.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.