Despertó con pereza, gruñendo por lo bajo y aferrándose a las sabanas que lo envolvían, cuando los rayos de luz que se filtraban por la ventana lo golpearon en el rostro.
No recordaba haberla dejado abierta la noche anterior y, con ese pensamiento fugaz, se obligó a sentarse sobre la mullida cama abriendo los ojos para observar la pequeña habitación en busca de alguna anomalía. Agudizó sus oídos, alerta ante cualquier ruido que le indicara que estaba en peligro.
Pero no había nada.
La habitación estaba en orden y era iluminada por la luz que se filtraba por la ventana; las cortinas azules ondeaban suavemente gracias a la brisa fresca del exterior.
Exhaló rendido, relajando sus hombros y regañándose mentalmente por alterarse por una pequeñez.
—Deja la paranoia—murmuró, frotándose el rostro para deshacerse de los residuos del sueño tenido.
Examinó por última vez la habitación, detallando sus paredes de un color beige tan claro que podría confundirse con el blanco; y el ropero de madera arrinconado en el que la noche anterior acomodó sus pertenencias.
Se puso de pie de un salto tras calzarse unas pantuflas y desvió su mirada por primera vez a la mesita de noche junto a la cama. En ella había una pequeña nota escrita con una impecable caligrafía que no tardó en reconocer como la de su madre.
—“Fuimos a trabajar. No quisimos despertarte, pero como sé que no lo harás por tu cuenta, te dejé la ventana abierta”—leyó con el ceño fruncido—. ¿No habría sido mejor un despertador?—argumentó a la nada y, para su sorpresa, la respuesta estaba impresa en el papel—, “porque habrías roto el despertador”… Pues tiene razón—concordó divertido para después leer la última línea de la nota: —“Si puedes, revisa su contenido. Creo que te puede ser de ayuda”.
¿Contenido? ¿A qué se refería?
Dirigió nuevamente la mirada a la mesita en busca de una respuesta y, cuando la encontró, el corazón se detuvo en su pecho para después latir con el doble de fuerza.
Ahí, sobre la superficie de madera, se encontraba una memoria USB de color rojo brillante con un pequeño dragón negro dibujado con la precisión que sólo una persona podía tener.
—Hiccup…—susurró sin aliento y la mirada perdida en el dispositivo que sujetaba con mano temblorosa.
¿Qué pretendía su madre al entregarle aquello? Y, más importante aún, ¿de dónde lo había sacado? ¿Acaso ella había visto su contenido?
¿Qué es lo que Hiccup había guardado en él?
Detalló el dibujo mientras deslizaba sus dedos por el objeto, reconociéndolo de inmediato como el mismo símbolo que, en su momento, decoró su traje de héroe.
«Tan sólo imagínalo siendo proyectado en el cielo por toda la ciudad, ¿no sería increíble?»
Eso le había dicho cuando le mostró el primer boceto del dragón negro que se paseaba en sus sueños cada noche.
—Siempre te gustó soñar en grande—suspiró ante el recuerdo de ese día aferrándose a la USB que ahora actuaba como la única conexión a su pasado, ese en el cual su hermano estaba junto a él impulsándolo en su camino como héroe—. ¿Qué idea loca se te ocurrió esta vez?
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Casi era mediodía cuando Tyre se sentó a desayunar.
Hundió una mano entre sus cabellos húmedos por la rápida ducha que había tomado, recargando su cabeza contra ella mientras con la otra removía el cereal que perezosamente se había servido.
La herida en su espalda ya había sanado, dejando una nueva cicatriz marcada en su piel como recordatorio de su anterior existencia; pues aunque tenía la capacidad de sanar rápido, no estaba exento de conservar esas marcas de vez en cuando.
Sus padres no se lo dijeron, pero él estaba seguro que se llevaron una gran sorpresa al ver todas las cicatrices en su cuerpo. Quizá no eran demasiadas, pero hacía falta más que sus dos manos para contarlas todas. Recordaba cómo se hizo cada una de ellas y, cuando las tocaba con sus dedos, podía revivir en menor escala el dolor que le provocaron.
No se enorgullecía de esas marcas; pero, de alguna manera, agradecía que estuvieran en él y no en alguien más.
Aunque eso no siempre resultó efectivo…
—Pensar en eso no ayuda, Tyre—se regañó, gruñendo con fastidio para después levantarse y dejar el tazón vacío en el lavaplatos.
Lo lavó con rapidez salpicando agua por todos lados, ansioso por salir de ahí lo más pronto posible. Una cosa era estar en esa casa con sus padres, pero una muy diferente era estar solo; pues era cuando lo inundaba la soledad que su mente actuaba en su contra y, al menos en esta ocasión, no estaba de humor para darle la victoria.
Después de todo no importaba cuanto intentara evadirlo, al final regresaba a un único pensamiento.
—Necesito ver su contenido o me volveré loco—sentenció con cierto pesar secándose las manos en sus pantalones—, o tal vez no—lo consideró deteniéndose en el umbral de la cocina y fijando su vista en las escaleras frente a él.
Su madre le había dicho que quizá lo ayudaría, pero él no estaba seguro. Se trataba de Hiccup y aunque finalmente comenzaba a superar lo ocurrido, le parecía incorrecto revivir todo de nuevo, en especial luego de su última pesadilla.