"You're a poison and I know that, it's the truth
All my friends think you're vicious
And they say you're suspicious"
El Jaguar 720S de Roxana se detuvo a mitad de la nada, cuando de pronto una puerta subterránea se abrió para ella, convirtiéndose en una rampa. Condujo a través de aquel túnel, mientras poco a poco las luces se encendían. Por el retrovisor vio como la rampa subía nuevamente. Entre más se acercaba a su destino, más fuerte podía oír la música. Cuando finalmente llegó, dejó las llaves puestas sabiendo que alguien más se encargaría, bajó de su auto y pudo leer el nombre en un letrero neón de la entrada.
«ᴀᴛʟᴀɴᴛɪs
Donde somos tan libres como el océano.»
Caminó hacia él y, una vez ahí, dos enormes puertas se abrieron para ella, las cuales se cerraron nuevamente a su espalda apenas se adentró, y admiró el lugar. Estaba en el tercer nivel, el principal, donde todo ocurría y nada se recordaba fuera.
A mitad del salón había dos enormes pilares y, en medio de estos, un escenario que terminaba con unas cuantas escaleras. Buena parte de los clientes disfrutaba de los sillones blancos con pequeñas mesas por todo el lugar, poco alumbrado, a petición de los mismos. Las paredes eran transparentes, así que podía ver más allá de ellas; el océano y las múltiples especies marinas eran una de las mayores atracciones de aquel lugar. Como su nombre lo indicaba, la temática era el extraviado Atlantis.
El lugar se dividía en seis niveles. El nivel cero era el estacionamiento y en el dos se hallaba el puerto; la gente que asistía a Atlantis era de dinero, así que siempre había quienes llegaban en yate, o en ocasiones en submarinos. En el último nivel era para el staff, entre ellos, el DJ. Aunque nunca faltaba algún cantante que ofreciera un buen espectáculo.
Roxana analizó a los invitados de aquella noche y notó un rostro nuevo en el cuarto nivel, aquel ocupado mayormente por empresarios y personas de política, quienes siempre buscan más privacidad. Era la zona VIP, ubicada del lado izquierdo de Atlantis, donde había unas largas escaleras. Estaba sentado allí junto a caras muy familiares, incluso para tratarse de un club como aquel; entonces, seguramente se trataría de un empresario. Un muy rico empresario.
Había un riedel en su mano, bourbon, tal vez. Él la miraba con seriedad, pero a la vez con intriga, tratando de descifrar qué era lo que atormentaba a la chica para haberla hecho asistir a Atlantis. Justo en ese momento, un mesero pasaba con distintos tragos, ella tomó uno con vodka y lo alzó en dirección al hombre para después beberlo de un trago. El castaño sonrió levemente y copió su acción. Había cierta complicidad en sus miradas y, sin embargo, ambos miraron a otro lado segundos después.
Roxana siguió su camino para ir a saludar a las distintas celebridades: se detuvo un momento admirando al par de novios, Edward y William, que lucían totalmente enamorados el uno del otro. Eran clientes frecuentes de Atlantis, solo ahí podían amarse sin temor a ser juzgados, sin cámaras encima de ellos. Ahí solo eran un par de enamorados disfrutando de su relación. Sonrió al verlos tan felices. Estaba tan concentrada que no notó al hombre que se acababa de acercar a ella por su espalda.
—¿Cómo está mi mortal favorita?
Roxana rio ante aquella referencia y giró a verlo para abrazarlo.
—Tenía tiempo sin verte, Jared.
—He estado ocupado, trabajando en unas cuantas cosas.
—¿Vienes por tu dosis?
—Claro que sí. Atlantis tiene las mejores —respondió viendo a Roxana asentir—. Pero qué digo, tú sabes bien de eso.
Ella rio y alzó su dedo corazón.
—¿Por qué no me acompañas a la tercera barra? Me intriga saber qué hay ahí —sugirió con galantería.
—Ambos sabemos bien qué es lo que hay ahí, Jared. Y la dosis que estás buscando no está en el menú, y de estarlo, dudo que puedas pagar por ella.
Miraron fugazmente en dirección hacia dicho lugar. Había tres enormes barras a lo largo de Atlantis; la del lado derecho servía alcohol, la del lado izquierdo todo tipo de drogas, y la tercera se encontraba en un rincón del lugar. Esa, la más especial, se encontraba resguardada en un cuarto. Era para los clientes hambrientos, aquellos con deseos oscuros dispuestos a todo por sus servicios.
—Eres más divertida cuando tomas riesgos.
—¿Quién te acompaña esta vez?
—Dylan y Caleb —mencionó, pero al notar que Roxana los buscaba en silencio, aclaró—: Oh no, han bajado con un par de chicas.
—Bien, entonces que disfrutes tu dosis —Besó su mejilla—. Sabes las reglas.
Él asintió y caminó a su anhelado destino.
Por otro lado, el hombre joven mantenía la mirada sobre Roxana. Tacones de seis pulgadas, un llamativo vestido de diseñador con el mismo color rojo de su vino favorito, entró en el club como si su presencia fuera asunto de nadie. Maldita sea, ella asesinó a todos y él fue su testigo. Cuando la pelinegra desapareció, él giró para mirar a sus amigos. Al menos tres de ellos tenían mujeres bailándoles y no dejaban de entregarles billetes. Él negó levemente de forma socarrona.