Collette:
—¡¿Otra sorpresa nos traes?! —preguntó papá, enfadado—. ¿Por qué estás sacando esas formas extrañas?
—¡No lo sé! ¡No tengo idea de dónde pudieron salir! —repondí con miedo a que me lastimara, pero solo se retiró, sin una sola palabra más.
Saqué otra particularidad, esta vez fue tener todos mis dientes como colmillos. Me ocasionaron un tremendo dolor de muelas, seguido de cabeza a mis 90 años, en medio de mi adolescencia vampiresca. Tardaron unos 5 años en terminar de salir, fue bastante tortuoso.
—Mírala, ahora tiene dientes de anguila. ¿Qué más podría sacar esta niña? —dijo una de mis compañeras al verme entrar en el salón de clases.
No sufrí algún acoso ni molestia ocasionada por compañeros, y mucho menos por profesores, pero sí recibí un gran rechazo social. Tenían miedo, mi apariencia no les daba buena espina. Creían que algún día podía volverme completamente un monstruo peligroso, como si este solo fuera mi comienzo. En veces me hicieron dudar y creí que sería cierto. Tal vez algo pasó en mi inicio como vampira, o alguien me lanzó un hechizo sin que me diera cuenta. En estos tiempos las brujas son muy reconocidas por este tipo de casos. Pero no caí en esa creencia o teoría, ya que los científicos y doctores no veían nada relacionado. Solo consideraban que eran particularidades muy extrañas y anormales del cuerpo de un vampiro.
Fue lamentable creer que mi hermano también sufría el mismo rechazo social. Antes, de pequeño, era muy reconocido entre vampiros por sus habilidades de esgrima y carisma. A pesar de eso, fue cambiando con el paso del tiempo y se volvió más frío, cerrado, desanimado en ocasiones personales y privado en su vida social. Todo debido a que los niños también temían acercarse a él.
—Eres despreciable. —comentó, señalándome con un dedo después de tirarme al suelo con un fuerte empujón en la sala—. ¡Arruinaste mi reputación y mi vida!
—Nada de lo que ha pasado fue intencional. —le confesé con temor mientras me levantaba lentamente—. Ni siquiera existe cura o tratamiento, que sepamos, para esto.
—¡Me sabe a mierda! —Atravesó la pared de un puñetazo. Estaba muy furioso y obstinado.
—Cálmate, no eres el único que sufre eso. —habló Mara, apareciendo de repente a mi lado, y tomó un sorbo de su juguito preferido.
—¿Tú también... Mara? —pregunté con mucha tristeza. Se me notaba en mis ojos cristalinos.
—Ah, sí, pero tranquila. Ya de por sí soy una ermitaña, ¡y eso me encanta! —confesó, alegre, y volvió de nuevo a tomar de su juguito para sacar su lado serio y aburrido. Me calmó por esa parte. A ella le tengo un amor incondicional.
En varias ocasiones teníamos peleas Alex y yo por el mismo problema. No le hallábamos solución ni reconcilio entre los dos. Papá y mamá no se veían afectados, con sus amigos y clientes eran muy buenas personas, trataban demasiado bien. Curioso, ¿no? Parecía que yo fuera todo el problema, la causa, la que genera incomodidad a tantos vampiros. ¿Qué tal si un día desapareciera? ¿A alguien le importaría? ¿Finalmente sus vidas se arreglarían?
Artes oscuras. El arte de saber dominar y controlar la magia oscura y su gran poder.
Pude convencer a la secretaria para que me orientara a quién debo conseguir o a dónde debo ir para aprender acerca de eso. Llamó mi interés enormemente. Es considerada una magia peligrosa pero muy versátil. Se pueden hacer muchas cosas con esta, aunque se le necesita un dominio profesional, avanzado y responsable. Quería conseguir a alguien que me enseñara. Según ella, debía buscar al señor Arturo, fue maestro de artes oscuras, y ahora es sirviente de la familia Nosferatu.
La familia Nosferatu viene de la realeza. El rey que nos gobierna reside junto a su familia en el gran castillo, mucho más grande y elegante que mi mansión. Tuve que tomar un transporte hasta allá, debido a que se encuentran dos bosques por los que me podría perder fácilmente si no los conozco. Al llegar pregunté por el hombre. Me atendió un guardia, lo buscó y lo hizo llegar hasta mí. Nos alejamos un poco en la espaciosa entrada para charlar en privado. Se veía extrañado por el hecho de que una jovencita lo buscara.
—¿Qué? Lo siento mucho, ya no me veo por esas andanzas, jovencita. —contestó, asombrado por mi petición—. Esa magia está prohibida en el mundo actual. ¡Casi nadie la usa ahora!
—Eso es lo que menos me importa. ¡Quiero conocer y experimentar esta magia! —confesé, muy convencida, pero él no lo estaba. Se veía seguro de que no me ayudaría.
Él era un vampiro de entre los 400 y 500 años, un adulto medianamente joven. Medía 1,82, usaba traje elegante como un mayordomo, que probablemente lo sea, y zapatos relucientes. Por supuesto que tenía su piel pálida y fría y ojos rojos junto al cabello blanqueado pero reseco. Se nota serio para hablar, aunque algo nervioso para ciertos temas controversiales como este.
—¡Vamos! No importa el dinero que exijas y que se necesite para realizar mi aprendizaje. Estoy dispuesta a dar todo de mí en esfuerzo y estabilidad económica. —confesé como un saldado, firme y con la mano en alto.
—Lo siento mucho, no enseño este tipo de cosas. —dijo, y se retiró.
—¡No me obligues a usar mi poder más grande e incomparable! —exclamé como amenaza, pero siguió de largo sin prestar ni la más mínima atención.