The Only Exception

La Única Excepción

Era un día simple, como cualquier otro, en el que el cielo se había tornado tan gris como si este pudiese comprender su tristeza, ese día en el que había dado fin a un enorme martirio que solía soportar por aquella enfermiza ilusión a la que las personas solían llamar "amor", ese día había visto el color escarlata manchar el suelo, cubrir sus manos y salpicar su rostro, había visto un par de hermosos ojos marrones perder todo rastro de vida. Cuando asesinó al hombre que amaba, creyó haber enloquecido, se sintió un monstruo. Aunque realmente no había hecho nada más que defenderse, pues casi un año de abusos y maltratos no podían tener justificación, siquiera perdón, pues una persona tan dulce como Andy solía serlo, no era merecedora de semejante trato, de tantas heridas, de tantas cicatrices, mucho menos si aquellos crueles actos venían de un ser al que se amaba.

De igual modo, aquel melancólico joven, otro chico de la misma edad repetía las dolorosas palabras dichas por la persona que amaba, palabras que habían entrado en el fondo de su corazón, en lo profundo de su alma, al migual que una cuchilla, podía sentirlas cortar como si fuesen dagas, quemando cual hierro caliente en lo más recondito de su ser, carente de esperanza. Todo parecía tan desalentador para Dexter, a medida que deslizaba aquel trozo de cristal por sus muñecas, nunca fue la mejor persona, se equivocó como cualquier otro, no era el ser más amable ni más bueno del mundo pero tampoco merecía aquello, tampoco merecía tal desprecio.

Mucha gente diría que la historia de ambos es como aquella leyenda del hilo rojo del destino, porque estarían destinados a encontrarse, donde quiera que estuviesen, mucha gente diría que era cosa de otro mundo, cósmico cual estrella, pues pareciera magia, el como dos piezas rotas podían encajar tan perfectamente, como un rompecabezas.

Pues fue como si el tiempo se detuviese, como si la vida les hubiese dado una segunda oportunidad, como si el destino los quisiese a ambos, unidos por el resto de sus vidas, y todas las que siguen.

Dexter y Andy eran polos opuestos, eran como el sol y la luna, el fuego y el agua, el cielo y el infierno, la inocencia y el pecado. Dulcemente peligrosos. Dulcemente perdidos el uno en el otro.

Andy era un desesperanzado artista, Dexter un vago escritor sin ilusiones.

Eran dos extraños que con el simple choque de sus miradas, con el simple roce de sus manos y una banal platica en una vieja parada de autobús, se habían convertido en amantes, quizás por casualidad, eso ya no importa, pues se han sumergido en la más dulce de las torturas, en el más desesperado de los anhelos, sus caminos se cruzaron y sus corazones se enamoraron. No había vuelta atrás, aunque no es como si quisieran arrepentirse, pues esa llama les mantenía vivos.

Aquella pasión se había metido bajo su piel, cual morfina, como la dulce heroína, corriendo por sus venas, volviéndolos adictos, dependientes del fuego de sus cuerpos al danzar, en una pasión prohibida, en la entrega a la más tentativa de las lujurias. Estaban dispuestos a ser arrastrados al infierno si eso significaba permanecer juntos, siempre se seguirían, pue se necesitaban como una rosa necesita del sol, como al aire, a la gravedad o a ese sentimiento anhelado de paz.

Nada se comparaba con aquello, tan fuerte, tan sincero, tan destructivo y a la vez tan inspirador que llegaba a doler, ardía, brillaba como si el mismo sol fuese, una estrella eterna, como la lava caliente que corre por la superficie de un volcán. 

Inefable, era la palabra exacta para describirlo, envidiable como ningún otro, sempiterno como el universo, melifluo como la voz de aquel joven de orbes verdes, orbes que habían embelesado al joven escritor, lleno de expresiones y tantas palabras que diría con frecuencia al bello artista, haciendo del romance lo más halagador de sus vidas. Envuelto en una rama de mil colores y expresiones de todas las tonalidades, sobre suaves melodías y las más bellas notas musicales, letras danzantes y sonidos embriagantes, en su máxima expresión del arte, del arte de amar.

Eran dos extraños que bajo la luna como testigo de su amor, se habían entregado en mente, cuerpo y alma, habían hecho de sus almas una sola, habían hecho de sus espíritus un lazo que podía doblarse pero jamás romperse. Para el mundo podía ser antinatural, enfermizo, asqueroso, incluso un pecado digno de odio y repulsión, y si el mundo les veía, dudaban que les entienda, pues todo se ha hecho para romperse y ellos están hechos de cristal.

Pasaron años en la penumbra, años en una pobreza de espíritu terrible, en una desesperanza que mata, en la clase de dolor que consume, en esa clase que cambia.

Pero a veces todo se termina y el negro es todo lo que se ve, sin embargo, siempre hay una excepción... la única excepción.

Esa que resalta en la oscuridad, entre la niebla que se presenta a los ojos de un ser desesperado.

— Esa única excepción eres tú 

Andy le observó fijamente, a aquel par de ojos azules que le recordaban a la pureza de los océanos, al brillo de un par de zafiros y sus propios ojos se llenaron de lágrimas. Palabras tan hermosas, de alguien tan hermoso. Dexter le miraba con una sonrisa mientras le tendía el pequeño anillo, tan sencillo, formado con un trozo de aluminio.

Pero eso no importaba, porqué nuevamente sucedía, como ya había sucedido tantas otras veces, en épocas diferentes, pero circunstancias que no cambiaban, pues estaba escrito, escrito en el destino, en los pergaminos infinitos que marcaban esa felicidad.

Dexter tomó su mano con delicadeza, mirándole — Prometo comprar uno mejor, como tú lo mereces — comenzó a decir — Cásate conmigo, Andy 

Andy sonrió con amplitud y una emoción inexplicable, asintió con la cabeza repetidas veces — Sí, sí, sí, claro que sí — la felicidad en su rostro mientras Dexter colocaba el anillo en su dedo anular era palpable, estremecedora para quién les viese.



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En el texto hay: amor lgbt

Editado: 03.02.2020

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