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Aquella mañana de primavera, las calles de LakeBlue carecían de un ritmo de vida silencioso. Pese a ser un pueblo con no más de 1000 habitantes, podrías creer que estás en el centro de la ciudad. No muchos tienen la teoría de que este sea el mejor lugar para crecer profesionalmente. La mayoría de habitantes sale del pueblo a trabajar para luego regresar a casa cuando ha oscurecido. Pienso que, la razón por la que no se mudan lejos es que LakeBlue no es como cualquier otro sitio en el que pudieras estar. Guarda mucha historia y mantiene los recuerdos de los nacientes aquí, como si te vieses obligado a enamorarte del lugar y no dejarlo jamás.
A mí no me molestaba tener que quedarme dentro del pueblo. Trabajaba en una tienda de antigüedades, en compañía del señor Anselmo. Un adulto mayor de 74 años, de aspecto alegre y cara esférica. Siempre vestía camisas a cuadros y pantalones sueltos, con sus siempre presentes lentes de montura rectangular. Resulta que es difícil no encariñarse con alguien como él. Me ha ayudado con los pagos de mi departamento y necesidades de primera, también suele aconsejarme y apoyarme cuando intento tomar rumbos nuevos. Podría incluso considerarlo como un padre.
― Vaya, parece que alguien está muy cansado esta mañana ―Dice, al verme llegar a la tienda ― ¿Has dormido bien anoche?
Coloqué la caja que traía sobre el mostrador, sin quitarle la vista de encima. Cuestioné por un momento si debía hablar sobre lo que estaba sucediendo.
― Algo ―Fabrique una sonrisa para evitar alarmarlo. No era el momento y tampoco estaba listo― Estoy ayudando a mi papá con la comida. Ya ve, está tan ocupado que no come en casa y si yo no me hago cargo estoy seguro de que perdería mucho peso en el mes.
Lo cierto era que llevaba semanas sin poder dormir bien y me he visto en el espejo al salir, sin duda hoy cargaba unas ojeras mucho más profundas que días anteriores. Me preguntaba ¿Qué tan mal me he de ver para dejar a las personas sorprendidas en mi camino hasta acá? Podría hacerme pasar por un disfraz genial de vagabundo asesino con algunos harapos viejos y colorante rojo en noche de brujas ¿No? Bueno, no seré la sensación, pero no necesitaré maquillaje para parecer demacrado.
Empezó un mes atrás, parecía tan real que me dejó pensando toda la noche. Soñaba que un auto iba a una velocidad alucinante e impactaba contra mi cuando cruzaba una calle. Pude escuchar mis huesos quebrándose y como los tejidos en mi piel se desgarraban para dejar fluir la sangre de mi cuerpo, el dolor punzante en mi cabeza y la pesadez de mis parpados. Pese a la gravedad de mi estado, aún seguía vivo. Era impresionante escuchar las voces de los expectantes dentro de mi cabeza a medida perdía el conocimiento. Todo ocurrió tan rápido que no pude asimilarlo en el momento.
Desperté con un fuerte dolor de cabeza y esa misma noche se volvió a repetir. Pero esta vez no fue el accidente, ahora se trataba de una chica. Tenía la misma sensación de estar viviéndolo en carne propia, pero su rostro difuminado me hacía caer en cuenta de todo lo irreal. Ella poseía una marca en su frente, me daba la impresión de que tenía mucho parecido al de una luna creciente. Le apodé la chica de la cicatriz, porque desde entonces no dejo de soñar con ella. Noche tras noche la veo y al despertar, amanezco con unas brillantes ojeras como si no hubiese dormido en toda la noche. Otros días no son solo las ojeras, sino también dolores de cabeza y la sensación de cansancio.
― ¿De nuevo turno tarde en el hospital? ―Preguntó, alzando una descolorida ceja y observando la caja que había dejado frente a él.
― Sí, eh... sabe cómo es. Adora el ambiente enfermizo del hospital ―Puag.
Sangre por todos lados, personas llorando esperanzados por un milagro para sus familiares, pacientes que despiden incontables enfermedades en el aire y miles de cosas más las cuales prefiero evitar. Ni siquiera entiendo porque a mi padre le resulta tan atractivo como para pasar la mayor parte de su tiempo ―me equivoco― para pasar todo el bendito día allí. Preferiría aún más encerrarme en un cementerio antes que estar cinco minutos en un hospital. Desquiciado, lo sé, pero odio ese lugar. Nadie en su sano juicio entra en ese lugar si no tiene motivos para hacerlo.
― ¿Debo preocuparme por tus faltas de sueño? He notado los repentinos cambios en ti esta semana ―Dijo, con mirada desconfiada― ¿Hay algo que quieras contarme?
Parecía estar esperando una respuesta compleja o quizás notó que mentía al ver que jugaba mucho con mis manos.
― No, solo… no puedo conciliar el sueño cuando regreso a casa del hospital. Es todo.
― Bueno, puedes ayudarte si te recuestas y respiras hondo unas cuantas veces. Funciona para mí ―Explicó, apretando mi hombro. Y luego agregó: ― A veces duermo aquí sin que lo notes, estoy tan cansado que es inevitable ―Imaginé aquella escena y no pude evitar reprimir una risita burlona.
Odiaba tener que ocultarle algo a Anselmo, pero no podía contarle a nadie sobre lo que me estaba pasando. Sucede que cuando solo tienes 18 años, creen que son cosas de adolescentes y prefieren ignorarte. Y a mi no me creerían, resultaba muy perturbador para ser cierto, incluso para mí. Soñar con una persona todos los días y sentir que te roba el alma era una forma de decir que existen los dinosaurios en pleno siglo XXI.