Dentro de una gran habitación una joven leía.
La habitación era circular, la pared de color blanco, grandes ventanas permitían entrar la luz del sol y estas a su vez estaban adornadas con elegantes cortinas de seda color perla. El piso era de mármol perfectamente pulido y en la parte central del techo colgaba un exquisito candelabro plateado. Más que una habitación, ese espacio daba la sensación de ser un santuario.
En medio de ese “santuario”, había un sillón de estilo barroco, en él, estaba sentada una joven de unos 19 o quizás 20 años, tenía puesta una larga bata color lila, en su mano derecha sostenía un grueso libro.
Junto al sillón, del lado derecho, una pequeña mesita tenía una pila de 5 libros además de una tetera y una taza.
Con su mano izquierda, la joven tomó la tetera y sirvió el fragante té rojo en la taza, luego la levantó y la llevó a sus labios.
El cuerpo de la joven era muy delgado, su cabello castaño de tono muy oscuro cubría su frente en un flequillo hasta el nivel de sus ojos, la demás parte de su cabellera era corta, apenas por debajo del nivel de su barbilla.
La piel blanca de la joven tenía un aspecto pálido y poco saludable, su imagen a primera vista era bastante lamentable, se veía frágil e indefensa, casi efímera.
Pero todo eso cambiaba cuando se miraban sus ojos.
Los ojos color miel de esa joven estaban llenos de vida, rebosaban de alegría y energía.
La expresión en la mirada de esos ojos era igual a la de una pequeña niña que mira el mundo con un filtro de magia y fantasía.
La fuente de esa mirada llena de luz era el libro que sostenía, no, lo más correcto sería decir que era debido a su contenido.
En lugar de un libro, para ella era como un portal a otro mundo.
En lugar de páginas, para ella era como ver escenografías completas.
En lugar de diálogos y descripciones, para ella era como experimentar por sí misma la vida de esos personajes.
Terminó de leer una página, entonces con su delgada mano acarició con gentileza la hoja completa, como si le estuviera agradeciendo por el fragmento de la historia que pudo leer en su superficie, con cuidado volteó la hoja, leyó todo, y repitió el proceso.
Pasó otra página.
Y otra más.
Página tras página.
A veces sonrió, a veces hizo una expresión sorprendida, a veces frunció el ceño, a veces leyó la misma página más de una vez.
Ese espacio, esa habitación, sin duda era un santuario, un santuario para la lectura, y la habitante de ese santuario leería, no, viviría muchas historias una tras otra en un vórtice de aventuras sin fin.
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Editado: 24.04.2020