—Es un un buen partido —mi madre guiña el ojo cuando entramos primero —Si fueras tan lista como tú madre, ya estarían casados —suspira antes de que Esteban nos alcance.
—Tenemos una cita con los Marcha —dice una vez se coloca frente al gerente.
Su traje es negro por completo, salvo por su corbata de un color dorado, su pelo es cenizo y arrugas forman su rostro. Quita, sobresaltado la vista del gran libro frente a él y abre los ojos, impresionado cuando nos ve de pies a cabeza.
—Si... los están esperando —dice, nervioso agitando la mano y llamando a una joven —conducelos a la mesa 17, con los señores Marcha —la chica asiente —Bienvenidos —su sonrisa es más reluciente que los ventanales a nuestro al rededor.
El lugar es una combinación entre vidrio y paredes plateadas con linternernas modernas que respiran una luz blanquecinas.
Algo se rompe.
Por un momento, volteó a todos lados buscando la fuente de estruendo, hasta que por fin, con melancolía y desconcierto reparó en que he sido yo.
David y Ellie se están besando entre cristales y luces blanquecinas.
Una imagen que quizá nunca se borre de mi sistema por completo.
Mis manos empiezan a temblar y las uñas de mis dedos se clavan con energía en mis palmas cerradas.
Respira.
—¡Gloria! —mi madre retrocede cuando Aleja salta sobre ella, un tanto el susto, un tanto el peso; no es que la señora Landgrave pesará mucho, al contrario era de esas pocas mujeres que a cincuenta años desearían lucir la figura y rostro de una mujer de treinta, quizá cuando tuviera treinta las personas darían por supuesto que tenía veinte, al igual que a los veinte luciría como si tuviera...
—Linda, puedes sentarte aquí con tu novio. Espero que no te moleste que me robe a tu madre —pestañeo, desconcertada observando cómo mi madre y Aleja empiezan a alejarse susurrando entre si.
Esteban toma una silla y empieza a alejarla de la mesa para luego observarme como si esperara que dijera algo.
Levantó una ceja dándole entender qué no se lo que quiere que haga.
El sonríe. Mi desconcierto aumenta.
¿Porque sonríe? ¿Se supone que debo entenderle? Con palabras se comunican los hombres, no con gestos y claves, aunque es dependiendo del oficio, claro un militar debe tener amplia información sobre claves y códigos pero esta es una cena, ninguno es militar, aunque puede que Esteban sea un espía después de todo planeando el asesinato del presidente y fingiendo ser fotógrafo durante estos dos años, entonces él...
Mi cuerpo vibra cuando su respiración caliente choca contra mi oído
Trago saliva.
¡Santa Papaya del Nazareth!
—Cuando un hombre separa la silla de la mesa —es como si mi piel estuviera al rojo vivo —es para que su silla se siente.
No noto que estoy conteniendo la respiración hasta que se separa de mí y vuelve a indicar con un asentimiento de cabeza la silla.
Me siento como mantequilla deslizándose por el sartén.
De pronto, el calor aumenta y la silla en la que estoy sentada se desliza hacia al frente. Hacia la mesa.
Turquesa. Sus ojos brillan gracias al resplandor entre el blanco, el plateado y el fulgor de la noche tras los ventanales.
Esta noche no podría resultar mejor.
—Que bueno que llegarás, Estef —sin darme tiempo a prepararme, recibo de Ellie un beso en la mejilla. Estática es la palabra para describirme —No nos han presentado -le tiende la mano a Esteban —Ellie Goodall —¡Cómo si alguien en este mundo no supiera quién es!
—Esteban Blancas.
Los ojos de Ellie, de un gris intenso brillan con una pregunta flotando en el aire.
—¿Por qué siento que te conozco? —interroga Ellie, inclinando el rostro hacia su izquierda.
!Ah, caray! Me preguntó de ¿dónde será que le conoce? No lo sé... ¿De la calle, el supermercado, o la misma empresa donde ella es accionista? Emmm... No, no tengo ni idea.
—Trabajo en la editorial -sonrie, un poco avergonzado por la proximidad de Ellie.
¡Vaya traidor...!
—¡Oh! Cierto, siempre estás con Estef.
¿Qué?
Espero algún comentario desdeñoso y cruel de su parte, pero lo bueno es que esperaba sentada por qué aquella chica con piel tan blanca como la nieve, cabello negro como la noche y unos labios carnosos y rosados -ah, esperen esa es Blancanieves -muestra una sonrisa sincera y tímida que si yo fuera hombre heterosexual también buscaría que esa chica fuera mi esposa.
Sus dedos son delgados cuando toman un pequeño mechón rebelde y lo coloca detrás de la oreja antes de dar la vuelta a la mesa y sentarse al lado de David y enfrete de nosotros.
Hoy, por primera vez, ni la comida más fina y deliciosa me haría saborear un momento en esta cena.
Quiero salir.
—Enronces ustedes dos se conocen —dicho de otra persona, quizá su comentario hubiera resultado desdeñoso, pero ese no es su caso, cada palabra la pronuncia al aire, risueño y melodioso.
—Fuimos... compañeros en la secundaria.
Ellie asiente a modo de ya saberlo y se dirige a mi.
—Aleja me lo ha contado —dice, sin ningún asomo de preocupación —dime como era en la secundaria.
¿Qué?
David tose de un lado a otro enfrente de mi, con un vaso de vino rojo en la mano.
—Eh...
—No es necesario —. David me corta.
Ello lo mira por un segundo, alzando de forma suave y ligera las cejas en una muda pregunta. David no cede. Ello desiste. Yo cayó.
¿Por qué?
—Bueno —cambia de tema Ellie —Aleja me ha hablado muy bien de ti, Estef. Pareces la mujer perfecta.
Escuchar eso, justo eso de la mujer perfecta hace que mi mundo gire a ciento ochenta grados y vuelva a su posición inicial para hacerme cara el hecho de que sin duda ella es la mujer perfecta y no yo, siendo más que una humilde vagabunda.
—Entonces es obvio que ha estado exagerando o se habrá confundido de persona.
Ellie parece confundida por unos minutos para volver a posar su sonrisa sobre los labios.
Editado: 01.09.2021