Sin ponerme a pensar entró lo más discreta que puedo a la cocina. Y aunque se que más tarde me arrepentiré, no me detengo.
La cocina es exacto lo que uno se imagina cuando escucha los ruidos afuera.
Un perfecto desastre.
Algunos se mantienen sentados, charlando animados con otros, los demás se encuentran desde limpiando los platos y fregando el piso hasta colocarle un par de cerezas a un flan.
Por fortuna para mí, y quizá para mala suerte de alguien, diversos uniformes blancos de chef se encuentran tendidos en un gancho a un lado de la puerta, seguro perteneciendoles a algún hombre o mujer de aquellos que se encuentran descansando.
Tomo uno, apresurada antes de que alguien repare en mi presencia y sé de cuenta que no pertenezco aquí.
Una vez colocada la prenda, acomodo mi cabello en un improvisado moño sin liga. Empiezo a caminar por las mesas plateadas, cada una con platillos distintos. Me guío por las fichas numéricas que hay por encima.
11...12...13....15...
Que Dios me perdone por lo que pienso hacer.
17.
En la mesa de al lado hay todo tipo de especies. Tomo sal, menta y salsa abanera.
Salgo disparada de la cocina, quitando de mi cuerpo el traje blanco y volviendolo a colocar en su lugar.
Sin embargo, antes de poder decir que me he salvado de ser descubierta tropiezo con un pecho masculino.
Mis ojos se abren de la sorpresa, quedándome sin palabras para poder explicarme, o incluso disculparme.
El hombre frunce el ceño ante mi presencia y yo tragó saliva dispuesta a rogar clemencia.
—Señorita, el baño se encuentra más al frente —explica y siento que el coro celestial toca a mí puerta para concederme un milagro.
—Yo... er... Creí que era el de hombres -miento.
—Tiene un letrero que dice damas.
Oh.
—Sí... También... A veces me confundí con las palabras... Son muy parecidas.
—¿Dama y Caballero?
—Sí...
—Y tambien tienen dibujos...
—Emmm... ¿en serio? ¡Vaya! Creo que me estoy quedando ciega, mi perro... ¡Tía! mi tía, ella me ha dicho que debería hacerme un examen de la vista, pero ¿ya sabe cómo es, no?
—Emmm... No —contesta confundido.
—Oh, pues lo sabrá algún día. ¡Grácias! —corro lejos de él pero antes de cruzar la esquina me giro de nuevo —Hace un maravilloso trabajo —dicho esto, hago como que entró al baño de damas.
Cuento diez segundo y salgo despacio hacia la mesa 17.
—Luces mejor —comenta Esteban.
Lo único que puedo hacer es sonreír.
Por Dios ¿qué acabo de hacer? Voy a arder en el mismísimo infierno.
El mesero llega con nuestros platos, pocos segundos de haber llegado yo.
Empieza a colocar los platos frente a cada uno, mientras yo estoy debatiendome entre decir o no decir.
¿Dejar que lo pruebe o no dejar? Esa es la cuestión.
Pienso en que no se lo merece, pero también pienso en el deseo que me recorre por todo el cuerpo anhelando saber qué es lo que pasa.
Mis nervios se alteran al máximo cuando un silbido cruza la atmósfera.
El señor Goodall –mi jefe –aun toma la copa y el tenedor cuando se levanta. Su ex–esposa frunce el ceño a su lado.
—He estado pensando estos días —su voz parece deslizarse en el aire. Mira hacia el techo —Oh más bien, siempre lo he pensado, que no hay ningún solo hombre que se merece a mi hija —alzo las cejas —, porque... ¿Quién podría merecerla? Aquella mujer que ha visto casi todo el mundo con sus ojos, aquella mujer que a triunfado a dónde sea que pisa. La luz de mi vida... —mira a Ellie, mira a Marcha —Pero apareció Marcha — No puedo despegar la mirada —. Y creo... que me he equivocado todos estos años —Claudia ,su ex-esposa, suelta un bufido. Víctor la ignora y prosigue: —¡Asi que brindemos —su copa de alza sobre su cabeza —por Erick Marcha, el hombre que me hizo quedar como un idiota!
Todos seguimos el brindis.
¿Pero que he hecho?
Aceptaré su compromiso y yo me mudare a Alaska. Estaré lejos. Muy muy lejos cuando el día de la boda llegué. Por mi bien, por su bien.
Estoy a punto de hablar pero la perfecta voz de Elie me llega.
—Estef—empieza a decir —sé que no nos conocemos mucho —sus manos toman las mías—y no tengo muchas amigas —titubea antes de seguir —pero lo poco que nos conocemos... Y lo mucho que me ha hablado Aleja de ti... A ambas se nos ha ocurrido una gran idea —asiento, distraída. Alaska es un buen lugar para comenzar de nuevo, hay buenas editoriales allá —Mi mejor amiga vendrá, pero por su trabajo solo va a poder estar conmigo una semana, la semana de la boda y... Contandola... Aún necesito dos chicas más —Podría buscar ofertas de trabajo está semana y la siguiente renunciar. Pero extrañaría a Annie, no tiene que ser fuera del país, solo no estar en contacto con las noticias de espectáculo, aunque será difícil viendo mi trabajo —Me gustaría que fueras una de mis damas.
Frente a mí David escupe la comida sobre la mesa, lo que hace desviar la atención de la respuesta que aún no he dado y no quiero pensar.
Observó su plato.
Sopa de zanahoria.
Oh no.
—¿Qué ocurre, cariño?
David niega con la cabeza, recuperando la compostura y evadiendo las miradas que cayeron sobre el, incluyendo la mía.
¡Dios, sal, menta y abanero! No es para menos que el pobre escupiera su comida de esa forma.
—Estoy bien —dice, con voz ronca.
Pero... –frunzo el ceño –el debió de decir algo como "Está muy salado" o "sabe horrible".
Puede que quizá... solo haya escupido por la sorpresa.
Giro mi rostro deprisa cuando la cuchara de Ellie sale de su boca, vacía.
Observó su rostro con espanto, sabiando que es lo que viene a continuación.
Mi cara es de trauma total cuando hace una mueca de disfrute total.
¿Que acaso...?
—Hace tiempo que no probaba la sopa de zanahoria —comenta Esteban a mi lado.
Editado: 01.09.2021