Venezuela, 23 de noviembre del 2017
Barcelona, Anzoátegui
Era una tarde tranquila y fría, alrededor de las seis y media de la tarde. Las calles venezolanas del oriente del país estaban casi desiertas; lo único que se escuchaba era el motor de los carros por la autopista y el ruido sordo de los aviones militares en el cielo. Las únicas luces visibles eran las luces del boulevard, las de las panaderías y cualquier establecimiento que trabajara hasta las siete de la noche; y las pocas personas que habían eran las que hacían compras de último minuto.
Desde una distancia se podía notar que en el boulevard se alzaban las siluetas de un grupo de seis amigos, tres chicas y tres chicos que no debían tener más de dieciséis y diecisiete años; ellos seis en realidad eran un equipo de patinaje conocidos a nivel mundial que acababa de finalizar su entrenamiento y ahora se dirigían a la casa de uno de los integrantes más cercano, su capitana. Habían vuelto a entrenar más duro tras regresar de unas «pequeñas vacaciones» después ganar el Campeonato Mundial de Patinaje Artístico sobre Hielo 2017, en donde se llevaron el primer lugar en las cuatro categorías. Fueron cinco días duros de competencia en Helsinki, Finlandia; eso sin contar las duras semanas de ensayos. Pero ahora estaban de vuelta en casa, volvían a estar con sus familias y estaban felices de volver con la copa en manos. Un reconocimiento importante para su país (que con la situación que vive actualmente, era lo que necesitaban.)
—¿Podrían dejar la estupidez por una vez y comportarse conforme a su edad? Parecen unos carajitos pequeños —gruñó una rubia de ojos grises, ya cansada del escándalo que formaban sus amigos en la calle—. La gente sabe quiénes somos. Se nos van a quedar mirando y pensarán que están locos.
—Nos importa una mierda lo que la gente piense sobre nosotros… mamá —respondió un muchacho moreno y de ojos oscuros, ocultos detrás de unos lentes cuadrados. Su nombre era Matteo Marval.
—Sólo porque les ganamos a un montón de patinadores más mayores y con más experiencia que nosotros en una competencia, no significa que dejaremos de vivir nuestra adolescencia —terció un chico de cabello rubio y ojos cafés, cuyo nombre era Seth Rivas.
—Hay que vivir mientras sé es joven, Laura —dijo el pelinegro. La rubia rodó los ojos y suspiro profundo, ante las palabras de su amigo.
—Relájate, Laura —le aconsejó una castaña de ojos cafés—. Sólo nos estamos divirtiendo. En estos tiempos es lo que necesitamos, ¿no lo crees?
—En estos tiempos, lo que necesitamos es ponernos a salvo, Ruth —contestó Laura, seriamente, quitándose un mechón de cabello sudado de la mejilla.
Detrás de ellos venía una muchacha de cabello marrón y ojos azules verdosos, tomada de la mano con un muchacho de cabello rubio dorado y unos hermosos ojos azules oscuros como el océano. Alcanzaron al grupo y se unieron a la conversación.
—Concuerdo contigo, Laura, pero no es necesario que actúes como nuestra madre —intervino la muchacha.
—Si ustedes no me obligarán, no tendría que hacerlo, Skyler. Tú y Peter son los líderes del equipo. Deberían poner el orden sobre estos tres —espetó Laura, señalando a sus tres amigos.
—Está bien —accedió Peter—. Matteo, Seth, Ruth, dejen el relajo de una vez… o harán que le salgan canas a Laura antes de vieja —los cinco rieron, pero se callaron al ver la mirada de la rubia—… Ya está oscureciendo y no debemos estar en las calles tan tarde —agregó el rubio, intentando cambiar de tema—. Mi tía debe estar preocupada porque no hemos llegado, Sky.
—Cierto. Vámonos, no vaya a hacer que empiece un bombardeo y nos maten por estar en el medio como unos huevones.
Skyler les dirigió una mirada a sus amigos y apresuraron el paso.
A mitad de camino, Matteo y Seth tomaron un camino diferente para llegar a la casa de Matteo; mientras que Ruth, Laura, Peter y Skyler se apresuraban en llegar a la casa de ésta misma. Treinta minutos después, llegaron a una casa mediana de dos pisos; entraron, dejaron sus bolsos en los muebles de la sala y fueron a la cocina por unos vasos de refresco y un poco del dulce de lechosa que había hecho la madre de Skyler, el día anterior.
—¿Tu mamá y tus hermanas no están? —le preguntó Ruth cuando notaron que no había nadie en la casa.
—No. Antes de que Peter y yo nos fuéramos al ensayo, nos dijo que iba a salir con mis hermanas a comprar todo lo necesario para las semanas que vienen.
En ese mismo instante, escucharon la puerta de la calle abrirse. La persona que había llegado era una niña de doce años con el cabello marrón claro largo y suelto, casi rozándole la espalda baja; sus ojos eran de color chocolate. Se trataba de Alice Montez, la hermanita menor de Skyler.
—¡Hola, chicos! ¿Cómo les fue en el entrenamiento? —dejó una de las bolsas de compras en la mesa, con su linda sonrisa en el rostro.
—Bien, algo pesado —dijo Peter, levantando la cabeza para verla—… Alice, ¿te viniste sola? ¿Dónde están Arwen y mi tía? —cuestionó al darse cuenta que nadie la acompañaba.
—Tranquilo, Pete —lo tranquilizó la niña—. No me vine sola. Veníamos por la esquina y me adelanté para abrir la puerta.
—Está bien, ya sabes que no me gusta y que no debes… —fue interrumpido.