DAVID
Esta vez pude observar con mayor detenimiento a mi ignoto compañero: alto, con el cabello multicolor peinado hacia atrás, un metro ochenta de altura y unos músculos muy bien trabajados. Sus ojos estaban ocultos tras unas gafas de sol. El casco yacía sobre el manubrio de su onerosa motocicleta.
—¿Me permites? —me indicó que le entregara la medalla.
Accedí. La miró a contraluz y pasó sus manazas morenas por ella, hasta convencerse que no se trataba de una representación fraudulenta.
—¿Sabes qué significa? —me animé a preguntar, tras unos segundos de incertidumbre.
—Por ahora, confórmate por saber que tu tío te encomendó una misión.
Me tendió un sobre lacrado cuyo remitente había sido Stuart, mas el nombre del receptor había sido tapado con marcador permanente. Al ver la epístola no pude dudar que aquella caligrafía de troglodita de mi tío, impulsiva y casi inentendible.
«Querido ... (habían censurado):
Espero que te entreguen esto el día que muera. Ha sido difícil para mí soportar cinco años de vida bohemia para nunca haber podido cumplir con mi mayor sueño, ese que todos los que estamos aquí buscamos alcanzar.
Quizá te suene descabellado, pero deberías hablar con mi sobrino David sobre esto. En la hoja siguiente anexo algunos de sus datos personales.
Siempre suyo,
Agente F471 - EEUU»
No me di cuenta de que tenía la boca abierta hasta que una mosca tocó mi lengua. Proferí una anatema y no sentí pudor en expresárselo a aquel hombre que estaba a mi lado. Resultaba magnánimo que mi tío me hubiera arrojado a la boca de esos lobos con tal de cumplir sus deseos, los cuales no eran tan simples como tener un hijo o convertirte en famoso. Sin dudas, resultaba ser algo mucho más torvo y peligroso.
—¿Cómo me encontraron?
—Te sorprendería lo sencillo que resulta seguirte el rastro, sobre todo cuando estás triste. Pero no te preocupes por eso, que pronto te volverás un experto como todos nosotros.
—Cabe suponer que esto más que una invitación es una amenaza. Aceptaré de todas formas —admití, indignado.
—Eres muy inteligente para ser tan chico. Parece que tu cerebro de adolescente funciona muy bien —se burló el hombre, echándose hacia atrás y poniendo los ojos en blanco.
—¿Qué es lo que quieres de mí? —inquirí, tan fastidiado como atemorizado.
—En primer lugar, que te unas a nuestras tropas. Tu madre no debe saber nada de esto, ¿me oíste? —su semblante se había transformado por completo, para indicarme que era un asunto de alto grado de confidencialidad.
—Pero yo quisiera imponer una condición antes de eso...
—Lo que tú quieras.
—Quiero que encuentres a esta joven —saqué mi IPhone del bolsillo y le mostré una de las pocas fotos que habíamos logrado sacarnos con Clarissa. Después de todo, en aquel lugar me robarían hasta el alma —y que la mates lo antes posible. ¿Crees que puedes hacerlo con éxito?— lo interrogué.
El matón clavó sus ojos color avellana en la imagen de mi exnovia con deseo lascivo. Tomó nota mental de sus rasgos y anotó un par de palabras en su teléfono en un código satánico. Después, lo guardó en su bolsillo y me pasó su número, solicitándome la fotografía y toda la información que yo pudiera recolectar.
—¿Entonces dices que, si yo la mato, te unirás a nosotros? —quiso cerciorarse.
—Así es —me limité a acotar.
THEMMA
Tres días después de nuestro cenáculo en la casa de Estella nos pusimos manos a la obra. Lo primero fue redactar un buen anónimo usando una computadora de un cyber que quedaba cerca de nuestro nuevo hogar. No era el momento de comprobar si era posible rastrear o no a los ordenadores a través de un papel. El joven que nos atendió ni se preocupó en leer el archivo antes de exportarlo a su impresora. Agradecimos su ludibrio en silencio.
La nota contenía un pequeño mensaje que Virgine dejó en casa de Ofelia, dentro de su periódico favorito, el New York Times, el cual insistía en comprarlo en papel. Mejor para nosotros.
«Pronto descubrirás que los fantasmas también pueden matar».
La cuestión del anónimo había causado un gran debate. Clark, siempre tan sapiente, había denegado nuestra propuesta, alegando a que nos exponíamos demasiado con ello. Por su parte, el hijo no reconocido de nuestra víctima había propuesto enviar tal mensaje, sacando a la luz el vate que llevaba dentro. Es un hecho que este último tuvo la última palabra.
A esas alturas ya habían pasado dos horas desde que el periódico seguía en el umbral y la señora no había salido de su casa. Tocamos el timbre y corrimos, para luego repetir el proceso en varias viviendas elegidas en forma azarosa para no levantar sospechas. El plan funcionó a la perfección.
Gracias a un pequeño pero poderoso micrófono pudimos oír en tiempo real lo que estaba ocurriendo allí dentro. No fue hasta las siete y diez de la tarde cuando leyó el anónimo. El sonido de las hojas yendo y viniendo, frenéticas, demostraba que aquello no cabía en su cabeza.
—¿Hola, policía?
Silencio del otro lado del tubo. Ajusté el alcance y la sensibilidad del micrófono que estaba colgado en la ventana, mas no pudimos escuchar la contestación del oficial que la atendió.