Darel
¡Carajo!
La alarma de mi teléfono no deja de sonar y yo quiero dormir más.
Por favor alarma te lo imploro —como si estas súplicas fueran a ayudarme— has interrumpido mi dulce y hermoso sueño.
Se nos hace tarde.
Sí, vocecilla interior, fastidiosa, tienes razón, ya he perdido 15 minutos, bueno, da igual no pasa nada si llego una clase o dos después.
¡Solo irás a detención o te pondrán a hacer trabajo comunitario, en caso peor, así tirándole a lo fatal, te podrían expulsar! Darel.
¡Ja! Exagerada. A veces eres medio chillona, bueno, muy chillona, puedes llegar a ser muy, muy frustrante.
Creo que no tienes que decirlo, querida, eso me queda más que claro, pero sabes que tengo razón y a veces te salvo el trasero de algunos problemas.
Exacto, has dicho algunos, más no todos, aunque en realidad no son muchos porque no suelo meterme en demasiados problemas, no que yo recuerde.
Bueno pues da igual, eres una chica tonta que no me hace caso, veamos... el 90% de veces.
Ok, es tiempo de dejar de hablar conmigo misma, aparte de que parece que estoy hablando con otra persona y parezco loca, ya se me hace demasiado tarde; es más, siento que no voy solo a perder una o dos clases, si no que perderé la mitad de estas, ¿por qué?
Porque me había cansado de la jodida escuela privada, todos eran unas cabezas huecas ahí y la verdad era un fastidio ver cómo los maestros no hacían nada cuando veían a los chicos haciéndoles bullying a otros, o ver cómo eran sobornados por los jodidos niños de papi —debo decir que los maestros eran unos idiotas, pues se conformaban con una jodida botella de licor del más caro, claro está, aunque, no todos se conformaban con eso一.
Así que volviendo a lo que estaba, tenía que medio arreglarme, porque, nueva escuela, nuevo estilo —seré la chica nueva con un estilo sepa la fregada cual será el dichoso estilo, porque, una, nunca he tenido estilo, y dos, no lo tendría ni porque me esforzara—.
Además, tengo que ubicarme en la dichosa escuela y también tengo la tediosa tarea de atravesar la mitad de la ciudad para llegar a mi destino —sí, porque solo a mí se me antoja cambiarme a la escuela pública que queda al otro lado de la ciudad, pero no porque es la única, ¡no! sino porque debo de hacerlo—.
***
—Papá, solo quiero avisarte...—me detengo un momento, tomando el valor de seguir hablando sin llorar como una magdalena desconsolada— que me he cambiado de escuela, no te lo había dicho porque, bueno, no contestaste ninguna de mis llamadas. —Verifico si sigo en el buzón de voz—. Y al parecer sigues sin querer hacerlo —suspiro pesadamente—, así que es el primer mensaje que te dejo en el buzón de voz de este año, espero que cuando tengas tiempo puedas hablarme y decirme cómo te va... cómo estás... t-te extraño...—murmuro, con la voz a punto de irse al demonio— ¡Adiós!, te quiero.
Cuelgo el teléfono inmediatamente porque mis lágrimas están empezando a salir… más bien ya salieron.
Me detengo un momento a llorar porque no puedo hacer nada por detener mis lágrimas, malditas lágrimas traicioneras.
—No vengas por mí a la escuela Martín, pienso irme caminando —le ordeno a mi chofer, con la voz apagada.
—Pero, señorita, no puedo dejar que se vaya sola caminando, su padre...
—Mi padre nada —le interrumpo de repente—, él no lo sabrá si tú no le dices nada, porque tú le marcas a él, no él a ti y a ti si te contesta —digo con un tono enojado—, además, si no se molesta en contestar mis llamadas, porque hacerlo para saber si me voy caminando o no.
Bajo del coche sin esperar una respuesta de su parte.
Camino hacia la entrada, sé que he llegado tarde —súper tarde—, pero al parecer no soy la única, ya que justo cuando voy entrando a la escuela choco con un cuerpo, y una fragancia muy varonil inunda mis fosas nasales.
—¡Perdón! Perdón, no te vi, ¿estás bien? —Alzo la vista, para ver al idiota que se ha atravesado en mi camino.
Un chico de ojos azules —unos ojos muy bonitos—, de un color azul mar, alto, tal vez una cabeza más que yo, y lo seguiría describiendo, pero la verdad lo único que me provoca es darle un golpe en la cara por ser tan idiota y no ver que yo voy entrando primero.
—Sí —contesto con un tono de voz muy firme, le sonrío muy falsamente y avanzo hacia la entrada, como por segunda vez.
—¡Oye! —grita.
Me giro a ver que carajos quiere ahora el-idiota-no-me-fijo-donde-voy-y-tropiezo-con-medio-mundo-pero-soy-guapo-y-me-vale-una-mierda.
—¿Si? —pregunto molesta.
Porque joder si estoy llegando tarde por mi cuenta, este idiota me está atrasando más, además, no estoy de buen humor para nada.
—En serio, ¿estás bien? —dice mirándome a los ojos.
—¡Y a ti que te importa! —suelto sin más.
—Pues no es que me importe, pero...
—¿Pero? —lo interrumpo, ya un poco cabreada por su actitud de chico lindo.
—Pero tienes los ojos rojos —ladea la cabeza, pensando un poco— y hay dos opciones; uno, estabas metiéndote alguna sustancia, o dos, estuviste llorando... —lo miro a los ojos con una cara de pocos amigos y él me mira fijamente un poco más de lo necesario— y le voy a la segunda, porque, aunque te ves como una chica ruda no te ves cómo alguien que se metería eso —vuelve a hablar.
—Y por segunda vez te lo digo; a ti qué carajos te importa —expreso, enfatizando las últimas palabras.
—Pues es que...