"Esto... Nadie lo sabrá... Es mi hijo y siempre lo será"
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Una ardua batalla se llevó a cabo hace varios siglos atrás, el no tan joven Dios Todopoderoso Odín llevó a sus guerreros a una victoriosa lucha en contra de aquellos monstruos conocidos como Gigantes de Hielo, pocos de esta especie sobrevivieron, el mismo rey de los gigantes que al verse al borde de la extinción prefirió hacer un pacto el cual duró los siguientes siglos, el Dios Supremo aceptó la rendición y se encaminó hacia donde sus tropas más allá del campo que alguna vez hubieron cientos de Jotün peleando contra ellos, en sus reliquias robadas llevaba el Cubo de los Inviernos, arma con la cual Laufey creyó tendría la victoria asegurada pero que sin tener en cuenta un error de cálculo los sobrepasó, aunque al menos el rey Jotün también tomó algo preciado suyo, uno de los ojos del rey supremo que le fue quitado durante la contienda.
A cada paso que el rey de la Ciudad Dorada daba se acercaba a las ruinas de un viejo templo que cayó ante el poderío suyo, todo estaba en calma hasta que un ruido bastante peculiar le llamó la atención al llegar casi al centro de ese lugar, pensó por un momento que sus oídos le traicionaban pero no, a unos cuantos pasos el responsable de aquel sonido se hizo notar, se trataba de un bebe, el llanto de aquella pequeña criatura de piel azulada le asombró en demasía, sin lugar a dudas se trataba de un bebé Jotün de complexión pequeña comparada con la de esos monstruos, se agachó a su altura para admirarlo con claridad, ¿qué clase de monstruo deja a un bebé a su suerte?
Era clara la respuesta, solo ellos lo harían, tomó el pequeño bulto que se removía impaciente en esa manta roja y lo cargó en sus brazos, al tocar su piel esta se fue tornando de un color más claro hasta llegar a ser la piel de un bebé normal y muy suave al tacto, aquellos ojos rojos como la sangre se volvieron de un tono verde tan hermoso como las plumas de un quetzal, no pudo evitar sonreír al ver a semejante criatura tan hermosa y frágil en sus brazos, no podía ni tampoco quería dejarlo abandonado también así que sin perder tiempo y como le fue posible llegó hasta donde se encontraban sus tropas que lo esperaban alegres y dispuestos a festejar en ese momento pero fueron acallados al observar el bulto que yacía cargando en uno de sus brazos, pegó en el piso con su cetro Gungir para que pocos segundos después todas las tropas del ejército asgardiano fueran absorbidas por el Bifröst siendo llevadas a la Ciudad Dorada.
Fueron recibidos entre aplausos y gritos de efusividad, su mujer siempre hermosa le esperaba con los brazos abiertos, su unigénito hijo se encontraba en su cuarto dormido como un oso pues habían llegado en la noche, al estar frente a su amado pudo notar lo que cargaba, extrañada lo recibió en brazos cuando se le fue acercado, al destaparlo un par de esmeraldas la miraban con una inocencia incomparable, una preciosa sonrisa angelical del pequeño ser de piel blanquecina la hizo sonreír también de alegría pura, recordando a su pequeño rubio de bebé solo que este niño le causaba algo más en su pecho como si fuera hijo suyo, miró a su esposo que también sonreía al ver al menor, cómplices la reina se lo llevó a escondidas pasando por el tumulto de gente que ahora estaban alrededor del Rey de Asgard vanagloriando sus logros en la lucha que le llevó concretar durante varios años.
Al llegar a los aposentos reales la mujer pelirrubia arrullaba al hermoso niño con una sonrisa, recostó primero al pequeño cobijado con la manta roja al centro de la enorme cama con cobijas de seda dorada y después se sentó acariciando la cabecita que se notaba era de cabello negro recostándose junto a él con una sonrisa cálida y maternal en sus labios, la puerta se abrió de improviso entrando a escena un niño de al parecer un año o dos con ropita roja y azul de pijama y cabellos dorados que se había despertado al escuchar ruidos fuera en el puente arco iris aun con cierto aire somnoliento, iba a gritar pero al ver el bulto en la cama frente a su madre prefirió abstenerse, se acercó con sigilo siendo observado por su madre con la misma sonrisa.
Al llegar se subió a la cama gateando con un gesto de curiosidad en su infantil rostro, al ver al de piel pálida moviendo sus manitas y sus piececitos con desesperación para quitarse esa molesta manta de su fino cuerpo, alegre, el ojiazul le ayudó a quitarse esa prenda dejando ver su esbelta figura con solo un pañal cubriendo su ser, este dejó de moverse para mirar al rubio y soltar una carcajada digna de un ángel que encantó con ese sonido los oídos de los presentes, llevó sus manitas cerca del ojiazul siendo apresadas por las del más grande con una sonrisa preciosa en sus labios, jugando entre ellos, la reina los veía enternecida al igual que el rey a unos pasos de la cama con una sonrisa, poco después el más pequeño de los niños se quedó dormido.