Thorne Of Ashes

Capitulo 6

CAPÍTULO 6

Alina

¿Qué debo esperar de esta noche? Sé lo que se espera de mí. Debo cumplir con mi obligación de esposa.
¿Pero qué espera él de mí? ¿Tendré que tener sexo con mi esposo? Porque si no, seguramente me mandará de regreso con mi abuelo, y sería una humillación para él.

Tenía la mente hecha un nudo. Demasiadas emociones para un solo día. Admití delante de Adrian Petrov que ya no pertenecía a la Bratva, que ahora era una Vitale. Pero sé lo que quiso hacer Adrian: quiso sacar de quicio a Nero, acercándose a mí.

Y esta era mi nueva realidad: era una Vitale. Mi lealtad estaba hacia mi esposo, pero sé que al abuelo Sergei le dolió, aunque no lo demostró.
Ser una Vitale no significa que deje de ser una Morozova. Siempre lo seré. Solo que el apellido Morozova formaba parte de mi antigua vida con la Bratva, y ahora el Vitale va a formar parte de mi nueva vida en la Costra Nostra.

Pero eso no significa que deje de ser su nieta, que deje de ser parte de su sangre.
Me dio placer ver la cara de Petrov cuando le dije que ya no formaba parte de la Bratva, por dos razones: la primera, porque él mismo realizó ese matrimonio, él mismo me entregó a Nero y no tuve opinión en el tema.
Y la segunda es que, si quería sobrevivir a este matrimonio, tenía que ser leal a mi esposo.

El vehículo se estacionó en una gran mansión con una gran cantidad de terrenos a su alrededor.
Me desabroché el cinturón, pero Nero, que ya se encontraba afuera del vehículo, me abrió la puerta y me tendió la mano para ayudarme a bajar. Quizás se dio cuenta de que el vestido era pesado.

En las puertas principales se encontraban un montón de guardias con armas, monitoreando. Pensé que Nero soltaría mi mano, pero en cambio me guió a la entrada, y sus guardias abrieron la puerta.
Por el camino hacia la entrada de la mansión se encontraba otra cantidad de guardias, aunque quizás estuvieran por todas partes de la mansión.

La mansión parecía estar alborotada, con gente que vivía aquí, ya que se dividía en alas. No me recordaba a la mansión del abuelo Sergei, que era silenciosa, y eso me gustaba. No es que fuera malo, pero a veces, en tanto silencio, abordaban recuerdos.

Una gran puerta de madera con vidrio nos esperaba. Una mujer, quizás de unos cincuenta años, nos recibió. No se parecía a Nero, pero lo miraba con cariño.

—Nero, llegaste —dijo, y sus ojos se posaron en mí—. Un gusto, señora Vitale. Es un placer conocerla. Es muy hermosa. Soy Olga, el ama de llaves.

—No eres el ama de llaves —respondió Nero—. Hace tiempo que te jubilé. No sé por qué sigues trabajando en vez de estar descansando.

—Porque me pagas muy bien —dijo Olga, de forma cariñosa.

—Eres testaruda —contestó Nero.

—Un gusto, soy Alina —dije sonriendo cordialmente y tendiéndole la mano, mientras Olga la tomaba—. Me puedes llamar Alina.

—Será un placer —contestó Olga—. ¿Desea comer?

Negué con la cabeza. Por el día de hoy ya tenía el estómago cerrado.

—Entonces me retiro. Que pasen una buena noche —dijo, saliendo con una sonrisa y dirigiéndose a la derecha.

¿Acaso se refería a la noche de bodas? Se notaban mis nervios. Se me notaban a leguas.

—Quizás debería… —traté de decir, pero Nero ya me llevaba en sus brazos, y pude sentir sus músculos mientras nos dirigíamos al ala izquierda.
Había demasiadas habitaciones que creía que se encontraban vacías. Entonces, cuando pensé que nunca llegaríamos a su habitación, nos detuvimos, y Nero abrió su habitación sin soltarme.

Su habitación era impersonal. Me recordaba a la mía en la casa del abuelo Sergei: paredes blancas, una cama tamaño king con sábanas blancas y un edredón gris, y muebles que se veían costosos, parecidos al color de su habitación.

Me llevó directamente a la cama, y con cuidado me puso sobre ella.
Tendría que tranquilizarme. Era mi deber. No podía negárselo si él lo reclamaba.

—¿Acaso tienes miedo? —preguntó Nero con esa voz gruesa que no me cansaría de pensar que era bonita.

—Es mi obligación como esposa —respondí mientras miraba sus ojos grises. Eran encantadores, de una manera atrayente. Él se acercó lentamente a mi oído, y sentí su respiración muy cerca de mi cuello.

—No debes temer —dijo—, porque hoy no va a pasar nada.

Mi corazón dejó de latir. Lo miré fijamente, con duda. ¿Era verdad lo que decía?

Era hermoso, y sus cicatrices le aumentaban su atractivo, a su manera… pero no estaba preparada y no sabía cuándo lo estaría. Sentí mi respiración acelerarse.

¿Acaso él no quería…? ¿No quería estar conmigo?




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