CAPÍTULO 10
Alina
La realidad me golpeó al abrir los ojos. Todo lo del día anterior, lo de la noche, lo de la madrugada… el estar casada, el ya no estar en Rusia, el ya no estar con el abuelo Sergei… y, sobre todo, Nero. Sobre todo él y su actitud que me confunde.
Cómo me consoló cuando tuve la pesadilla, cómo le conté a alguien cómo me sentía respecto a Anastasia. Pero sé que lo hizo por amabilidad, quizás gentileza, y me sorprendió, porque no pensé que un hombre como él —un Capo— me haya consolado. Pero eso no tiene nada que ver con motivos románticos. Esa idea nunca tiene que pasarme por la cabeza. Hombres como él no se enamoran, y no arriesgaría mi corazón para que termine destrozado y pisoteado.
Puede ser que lo hiciera porque quiere tener una buena convivencia conmigo, porque si no se decide romper nuestro matrimonio, nos queda una vida juntos.
Y no es que lo juzgue, no soy quien ni nadie para juzgarlo. Pero en nuestro mundo el amor no está en los planes. Sin embargo, me ha tratado bien, ha sido amable, y ese es un punto a su favor. Quizás no sea un buen hombre —nadie es una buena persona en la mafia, ni siquiera yo—, nadie es perfecto, pero le agradecía su gesto.
Todas las personas tienen una historia que no quieren contar, y él tiene una, o eso dio a entender anoche. Y me gustaría saber cuál es la suya… pero sé que no debería quererlo, no debería estar interesada en todo lo que es él, porque puede involucrar sentimientos. Y no soportaría que me rompiera el corazón, no soportaría amar a un hombre que jamás me amara, estar a su lado toda una vida amando a un hombre que no me ama. Porque puedo soportar una vida sin amor, pero no amando mientras sé que no voy a ser correspondida.
Y Nero puede convertirse en ese hombre… y no quiero arriesgarme.
Habría sido fácil que no me tratara bien, podría lidiar con eso.
Pero ¿cómo haré para no sentir nada? ¿Cómo evitar mezclar sentimientos?
Nero no se encuentra en la habitación, y algo en mi pecho se removió.
¿Acaso es decepción?
No, no… ¿por qué debería sentirlo? Es un hombre ocupado, es el líder de una organización. Tiene mejores cosas que hacer que desperdiciarlas conmigo.
Entonces me fijé que mi equipaje ya se encontraba en la habitación. Pensé que llegaría en la noche o pasado mañana.
Al lado de la cama se encuentra un teléfono convencional. Debo comunicarme con el abuelo Sergei. Es mi familia y nunca dejará de serlo.
Marqué el número y esperé a que contestara. Se sentía raro ya no estar con él, aunque siempre estuve sola en la mansión. Nunca tuve a nadie; siempre desayunaba sola, en todas las comidas… hasta que dejé de comer en el área del comedor y comencé a hacerlo en mi habitación. Pero éramos lo único que nos quedaba el uno al otro.
Eran escasas las ocasiones en que el abuelo estaba en casa. El abuelo Sergei hizo lo mejor que pudo, y no puedo culparlo. Él tenía que llevar el control como patriarca de la familia. Perdió a un hijo, ya no tenía a la abuela, vio morir a su nieta… y no había nadie que ocupara su lugar al morir. Por eso no se podía retirar. Y tuvo que cuidarme. Se quedó con la gemela más inútil, pero aun así veló por mí.
El abuelo me contó en ocasiones que su padre no estuvo de acuerdo con que él se casara con la abuela, que pertenecía a la Cosa Nostra, pero que fue una orden del Pakhan. Desde el momento en que la vio, supo que Adriana Isabella Russo —como se apellidaba antes de casarse con él— iba a ser su perdición. Dijo que hubo complicaciones en su matrimonio, pero que la madre del abuelo, Anastasia Alina Seraphina Morozova, los ayudó en todo momento. En las pocas veces que el abuelo habla de su madre, se oye la devoción en su voz.
Y deseaba eso… y sé que no debería esperar algo así, pero soñar no cuesta.
—Buenos días, habla la mansión Morozova —dijo Yulia, quien trabaja para el abuelo, y me sacó de mis pensamientos.
—Buenos días, Yulia —contesté—. ¿Cómo ha estado el abuelo? —pregunté. Ya es mayor, y me preocupaba que enfermara.
—Bien, señorita Alina —respondió—. Pero, con todo respeto… se nota que la extraña.
Ojalá no estuviera lejos. Yo también lo extraño.
—Pue… ¿puedes pasármelo, por favor? —dije mientras sentía una presión en el pecho.
—Claro, señorita. Espere un momento —dijo, y quedó en silencio.
—¿Alina? —preguntó—. ¿Pasó algo? ¿Te encuentras bien?
—Sí —dije—, pero deseaba saber cómo estás, abuelo, y agradecerte por mi equipaje.
—Me encuentro bien, Alina —dijo—, y me alegra escuchar tu voz. Pero no es a mí a quien debes agradecer por tu equipaje, sino a tu marido, que envió su jet privado para que llegara. ¿Te trata bien? —preguntó—. Porque puedo hablar con Petrov. El hecho de que no haya podido evitar el casamiento no significa que voy a permitir que ese hombre te maltrate. Eres una Morozova, eres mi nieta, y debe honrarte.
Y sonrío.
Aunque Nero no me tratara bien, me hubiera quedado callada por el bien del abuelo. Si acepté este matrimonio, fue por él… por la única familia que tengo, o que me quedaba. Porque ahora, Nero se convirtió también en mi familia.
—Sí, abuelo —dije—. No te preocupes. ¿Has estado comiendo bien?