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Sentada sobre la cama yacía una joven con la mirada perdida, sus ojos color café inspeccionaban curiosamente la ventana que tenía frente a ella. Afuera hacía un clima de locos, el viento soplaba con gran intensidad mientras llovía, aquello le generaba de vez en cuando un poco de tranquilidad, de esa paz que le hacía falta y necesitaba. Su mente divagaba, como la de cualquier adolescente, pero ella no estaba pensando precisamente en chicos o alguien que le había destrozado el corazón.
¿Quién es? Es Charlotte Sellers, una muchacha curiosa por descubrir más allá de lo que hay a su alrededor.
— ¡¡¡Charlotte!!! — exclamó su madre con severa autoridad abriendo bruscamente la puerta.
—¿Qué sucede? — preguntó parándose de inmediato.
—No olvides que tienes clases en diez minutos. — sentenció — Te quiero lista en cinco minutos en la sala ¿Entendido?
—Entendido.
Como siempre se alistó en menos de lo que canta un gallo, respiró profundamente, tomó lo que necesitaba para sus clases y bajó de inmediato como le habían indicado. De más está decir que se sentía como una pobre tonta sentada allí esperando a su profesor, que siempre se encontraba de malhumor y no se reía ni que le pagaran un millón de dolares, era difícil llevarse con el señor Johnson, la primera vez que cruzaron palabras él se encargó de hacerle saber quién era el que mandaba allí.
Charlotte siempre se cuestionaba porque no podía tener una clase normal como la de cualquier adolescente, se lo planteó a sus padres, pero su madre le aseguró que así no tendría distracciones para estudiar, que era lo mejor. Pero algo no cuadraba, la forma malévola en la que se lo había dicho le resultó extraña y la dejó inquieta.
El maestro llegó con diez minutos de demora, al entrar a la sala ni siquiera se tomó el amable gesto de saludar, claro esta que no era para nada cortés, la gentileza se la habría olvidado en el vientre de su madre. La adolescente ya ubicada en su respectivo lugar lo saludó incomoda, cabizbaja volvió su vista a el cuaderno que sostenía entre sus manos, volviendo a releer lo que estaba plasmado allí.
—¡Bien, ya tuvo demasiado tiempo libre! — exclamó el viejo, a quien ya se le empezaban a notar las canas.
La primer hora pasó lenta, y más para la muchacha que no dejaba de vagar por sus pensamientos. El hombre parecía no haber hablado en años porque no paraba de conversar.
—¿Podría poner atención? — dijo éste con un deje de molestia, la chica lo miró asintiendo velozmente, mientras acomodaba un mechón de cabello por detrás de su oreja, se dijo a si misma que tenía que poner atención o al menos aparentar estar atenta.
Una vez finalizada la clase esperó a que el viejo se retirara, luego salió más rápido que un bombero directo a su habitación. Con prisa, como si tuviera que hacer algo más que estar encerrada entre esas cuatro paredes. Se despojó de los útiles apenas cruzó la puerta. Su cuarto consistía en unas aburridas paredes blancas, un armario bastante antiguo y de aspecto destrozado que tenía un diminuto espejo en la parte superior. Una cama situada en dirección a la ventana por la cual se filtraba el sol cada mañana, iluminando cada recoveco de esta.
Se asomó ligeramente a la ventana para observar el arco iris que se había formado hace instantes, guardando aquella imagen en su mente. Estuvo largo rato ahí de pie, mirando pasar a las pocas personas que por allí transitaban.
De pronto alguien le llamó la atención, era un joven, fornido y alto con el cabello castaño bastante alborotado. Vestía unos jeans negros y una sudadera blanca. Aquel caminaba moderadamente como si no tuviera apuro de llegar rápido a donde se dirigía, como si tuviera todo el tiempo necesario para andar. El sujeto no la vio pero, ella se lo quedó viendo hasta que desapareció de su campo de visión.
Se pasó el resto de la tarde tumbada boca arriba sobre la cama pensando en las posibilidades de salir algún día de su casa, de caminar sin preocupación alguna como aquel tipo que parecía no tener apuro. Luego de un rato dio por sentado que nunca podría ser libre, que siempre habría alguien que le cortaría las alas y no la dejaría volar. Quería descubrir sus verdaderas pasiones y conocer cosas nuevas, pero encerrada como se encontraba no lograría nunca ese objetivo, lo veía como algo lejano. Se negaba a soñar en grande, se negaba rotundamente.
Al llegar la hora de la cena la joven sabía que debía estar allí puntual, su madre era verdaderamente muy estricta. Nunca se llevó bien con ella, de hecho ni siquiera se parecían en lo blanco del ojo, su madre era alta, con pechos exageradamente grandes, su cabello pajoso siempre peinado en una coleta a presión, que parecía apretarle las neuronas. Charlotte era más pequeña, no le importaba vestir formal, aunque Jane, su madre la obligaba a hacerlo, no tenía pechos grandes, tampoco le importaba aquello, su cabello castaño ondulado le llegaba hasta la cintura, le gustaba llevarlo suelto, en síntesis eran como el agua y el aceite.