Haré temblar tu reino y tus súbditos caerán a mis pies
Tú me adoraras de rodillas, me convertiré en tu dios
He llegado con mis siete demonios y no me marchare
Te haré pagar por el dolor que hay en mi alma
Tú arderas ante mí y sonreiré mientras te veo desaparecer
Construiré mi castillo sobre las ruinas de tu imperio
Mis siete demonios devoraran tu alma y todo lo que amas
Construiré un trono con los cráneos de mis enemigos y el tuyo será mi favorito
Mi reino acaba de comenzar y el tuyo desaparece en las tinieblas
-Mira a tu alrededor-le digo a mi reflejo en el vidrio de la ventana-observa muy bien cada detalle ¿A quién ves? A nadie, no ves a nadie, solo estamos tú y yo.
Alguien mira por la rendija que hay en la puerta. Me siento en la cama y miro fijamente la puerta. Cuento cada que tiempo me observan.
-Cada treinta minutos-digo en voz alta-cada treinta minutos un enfermero me observa con ojos curiosos.
Es el mismo enfermero, lo sé por su mirada aburrida pero con un deje de curiosidad. Los ojos de ese enfermero no denotan nada especial.
Me pongo de pie, camino hasta la puerta y me quedo de pie a un lado de la rendija. Cuando el enfermero acerca su ojo curioso me paro frente a la rendija y él se sorprende. Salta hacia atrás y se lleva la mano al pecho, no escucho lo que dice, pero seguro es una mala palabra. Él me mira enojado y yo me giro. Camino despacio hasta la ventana y me quedo quieta mirando el patio. Alzo mi mano y trato de meter uno de mis dedos entre las rejas, pero no puedo. Solo quiero poder tocar el vidrio, sentirlo un momento. Me desespera no poder tocarlo. Acaricio los fríos barrotes y paso mi lengua por ellos. Su sabor es desagradable, amargo y ácido. Me provoca arcadas. Un extraño recuerdo viene a mi memoria.
-¿En qué consiste el juego?-me pregunta Elizabeth-yo quiero jugar.
Eleanor se ríe y dice que ella no va a jugar.
-Solo tiene seis años Eli, seguro es algo aburrido.
Elizabeth se encoge de hombros e ignora lo que dice Eleanor.
-Yo lo invente-le digo a Elizabeth- es muy fácil-no puedo evitar reírme-no hay reglas escritas, pero todos conocemos las reglas. No hay empate, ganas o pierdes. Una vez que inicia el juego no hay retorno, no hay salida, el juego te persigue toda la vida.
Saco un pedazo de cartulina blanca con las reglas del juego.
-El juego se llama: Poder ¿Quién tiene el poder? ¿Qué es el poder?
Eleanor baja el libro que está leyendo y nos presta atención.
-El juego consiste en hacer que tu oponente pierda la cabeza. Pero ten cuidado, Elizabeth-le digo mientras le señalo una horca-¿quieres jugar?
Elizabeth asiente con la cabeza.
-Bien-le digo y saco mi reloj de bolsillo, es mi objeto más preciado-hoy cuatro de mayo comienza el juego.
Extiendo mi mano y Elizabeth hace lo mismo, apretamos nuestras manos con una sonrisa.
Me pongo de pie y Elizabeth tira de mi reloj de bolsillo y lo aplasta con sus dos pies. El reloj se quiebra y yo grito lo más fuerte que puedo. Elizabeth se ríe y yo me tiro sobre ella, la derribo y empiezo a golpearla.
-He ganado-me dice-perdiste la cabeza, he ganado yo.
Mi papá me aparta de Elizabeth y me pide que me tranquilice para que le pueda contar que paso. Pero no puedo tranquilizarme, no puedo pensar con claridad, solo quiero que Elizabeth sufra, solo quiero hacerla llorar. Pero mi papá no me deja lastimarla, me lleva a caminar por las calles, caminamos hasta un pequeño parque.
-¿Qué paso?-me pregunta mi papá.
-Ella quebró mi reloj-le digo con un nudo en la garganta-papá yo amaba ese reloj, lo he tenido desde que soy una bebé. Ella daño lo que yo más amaba en este mundo.
Mi papá me mira y frunce levemente el ceño. Veo en su rostro que no sabe que decirme, él sabe que no hay palabras en este momento que logren consolarme.
-Hablare con tu hermana para que esto no vuelva a pasar.
Y no volverá a pasar, la próxima vez que juguemos yo ganare. Voy a detallar cada movimiento, voy a prever cualquier situación, sabré lo que ella está pensando, sabré cada moviendo que da. No habrá algo que ella haga sin que yo sepa y cuando crea que es feliz, volveré cenizas su felicidad y se la escupiré en la cara.
La ira sabe similar a los barrotes que cubren la ventana. Amarga y ácida.
Un enfermero entra e interrumpe mis recuerdos, algo que agradezco. Porque a pesar de los años que han pasado, sigo sintiendo el sabor amargo y ácido de la ira. Ella me arrebato la cosa que más he amado, yo le arrebatare todo.
El enfermero me da una pequeña pastilla y coloca una bandeja con una extraña crema color naranja. Levanto la bandeja y huelo la crema, huele mal, muy mal.
El enfermero camina hasta la ventana y mira hacia el patio. Suspira, luce abatido.
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Editado: 01.07.2018