Se levantó del suelo con cierta dificultad. “La verdad es que no estoy en forma. Últimamente, no sé por qué, pero pierdo el equilibrio de la manera más tonta” —se lamentó. Instintivamente se había tocado con su mano izquierda el anillo que llevaba en su derecha, y notó con alivio que no lo había perdido con el traqueteo que su cuerpo había soportado durante el transporte. En cambio, el maletín negro sí se le había caído y yacía a su derecha sobre el piso de la habitación del hotel. Lo cogió y lo asió con fuerza. Caminó unos pasos como para tantear la ubicación en la que se encontraba. Todo tranquilo. Sabía con seguridad que a esas horas él no se encontraba en su habitación. También sabía que era allí donde lo guardaba, en la caja fuerte electrónica. Pero sabía también el código numérico de apertura. Cuando la abrió, allí estaba, majestuoso, el anillo más poderoso y codiciado. Con sumo cuidado lo metió dentro del maletín. Y con la cara iluminada de satisfacción, se preguntó qué se sentía al poseer tan preciada joya.