Derán había estado más bien embrollado. Ganar siempre le refrescaba el ego, pero que Dylon lo visitase tan de repente. Fue como un cubito de hielo metiéndose por sus pantalones. Placentero e incómodo. Dos sensaciones opuestas, pero innegables.
Alrededor de Dylon el aire había cambiado, incluso su apariencia. Era más apuesto que la primera vez que se vieron. Su piel más sana y su cuerpo más fornido, incluso su manera de pararse con las piernas abiertas indicaba mayor determinación.
Resopló con particular diversión, quién diría que ese tonto citadino que temblaba cuando le agarraban la polla, iba a mostrarle ese porte de macho. Fue risible, pero también lo hacía más deseable que antes.
—Bien hecho, amigo.
Alguien le dio un puñetazo amistoso en su bíceps. Él medio respondió, para finalmente quitarse a Croow de encima. Era una alimaña pegajosa, pero estaba feliz de haber ganado algo de dinero apostando, al menos, había apostado a su favor.
Derán atravesó la multitud y le dedicó una mirada burlona a Dylon, quien lo miró a la cara. Al parecer, el ser un brujo adulto lo había hecho desarrollarse por completo, una verdadera maravilla. Tenían la misma puta altura.
Vaya cosa.
—Eh, tú —dijo Derán. La sonrisa ladina apareció, aquella sonrisa que le había servido siempre como arma.
—¿Es todo lo que tienes para escupir? Eh, tú —le comentó Dylon con los párpados entrecerrados—. A veces, creo que eres peor que cualquier imbécil, Derán.
—Oye, ¿a qué viene eso? —preguntó, su voz impregnada de burla.
Dylon se acercó lo suficiente y aspiró.
—¿Estás borracho? —Derán chasqueó la lengua y se retiró hacia un lado, mostrando su entrecejo plegado.
Buscó su camisa colgada en una pared, justo en un alambre de construcción que sobresalía del pilar. La pasó por encima de la cabeza, mientras se acomodaba su cinturón con las armas pertinentes y necesarias para cumplir su deber.
—Derán, hueles mucho a licor.
—¿Cómo sabes que es licor? Podrían ser caramelos con sabor a wiski.
Dylon torció la mirada con fastidio patente y le propinó un empujón con el hombro.
—Eres un imbécil, pero en este momento eres el imbécil con el que necesito hablar —declaró sin vacilar.
Derán se encogió de hombros con indiferencia y le hizo un leve gesto con la cabeza para que lo siguiera. Dylon lo siguió de cerca, echó una mirada sobre su hombro, algunos le echaban el ojo con cierto interés. Debía de ser porque no usaba uniforme, el mismo que todos tenían, hasta Alaster le había robado una cazadora negra a alguno de sus colegas.
Los dos anduvieron por un buen rato por los túneles más bien sombríos, hasta que Derán trepó por una escalera metálica. Dylon elevó una ceja y resopló. Se obligó a sacar las manos de sus bolsillos, el frío le molesto en la punta de los dedos, pero se aseguró en seguir el buen culo de Derán metido en esos pantalones que tanta justicia le hacían.
Se reprendió a sí mismo. No estaba allí para admirar al cabrón, necesitaba claridad e iba a obtenerla esa misma noche.
No sabía si después iba a tener tanto valor como para hacerlo. Al final, todo lo que tenía que hacer era lo que podía en ese instante, el futuro ya vendría.
—Aquí podremos hablar.
Derán salió primero empujando una tapa metálica. Dylon tardó más en subir, para cuando emergió a la azotea de la estructura, Derán estaba besándose con una cantimplora negra, tragando largo.
Soltó una exhalación pesada mientras cerraba los ojos y agitaba la cabeza.
—Ahora me dirás que eso es agua bendita de semana santa, ¿verdad? —preguntó más escéptico. Dio un saltito y aterrizó en la superficie sólida.
—Es agua bendita —le confirmó con una sonrisa de lo más descarada.
—¿Por qué estás bebiendo? —Dylon fue hacia él para apoyarse en el muro donde estaba.
La vista de los árboles y el cielo nocturno no fue tan especial, tampoco pudo disfrutarla. La sensación ansiosa instalada en su vientre no era un chiste, tampoco el comportamiento de Derán. No lo entendía y era tan asfixiante no hacerlo.
—Verás, no he tenido los mejores días —le contó con tonito cantarín—. Quiero decir, casi me matan y tuve que aguantarme la curación, luego me di cuenta que mi madre está viva, muy viva como para mantener contacto con una vieja amiga, pero no con nosotros. ¡No conmigo! Genial, ¿no?
Dylon contuvo el aliento. No era un idiota, difícil no fue entender el motivo por el que Derán mantenía la distancia con él. En su ego tan grande, juró que había algo mal entre los dos, pero no iba de él y Derán, iba de lo muy herido que Derán se había sentido al descubrir aquella verdad.
La mandíbula de Dylon se apretó y una chispa de enojo salió hacia su madre. Muchas veces farfulló de lo importante que era la familia, de lo muy significativo que apoyarse los unos a los otros. Derán y el señor Ryker no eran su familia, pero eran otra familia. Dañar a otra familia tampoco debería de ser admisible.
—Lamento lo que te dijo mamá.
—¿Por qué deberías? —preguntó en una risa nerviosa, luego bebió dos tragos—. Quiero decir, tu no sabías nada, ¿verdad?