Taylor
Cuando eres bailarina, el tiempo se vuelve tu peor enemigo, el tiempo y la hija de perra prodigio que te gana el papel protagónico en el lago de los cisnes que tiene un año menos que tu y pesa lo mismo que una niña de diez años.
La semana había sido pésima, una audición que estaba perdida desde que llegué porque no apartaban la vista de Rosé, esa maldita anoréxica española que aprendió a gatear solo después de haber hecho un perfecto plié.
Los domingos se habían vuelto días huecos, no tenía nada que hacer si las chicas no tenían un espacio libre. Ya lavé la ropa, ya limpié el departamento, el super será más tarde, y un estúpido toca a mi puerta como si del FBI se tratara.
Maldita sea la gente madrugadora.
Sin pensarlo mucho, me levanto de la cama y los golpes no se detienen, solo son más fuertes.
—¡Ya voy, carajo! —grité mientras me ponía la bata para no salir en ropa interior.
Los golpes no cesaron mientras caminaba, y no cesaron hasta que abrí la puerta.
Tomé la perilla y quité el pestillo.
Cuando la puerta me dejó ver quien era el culpable de mi mal humor, mi humor cambió radicalmente.
Un atractivo hombre de uno noventa sudado y tomando el marco de mi puerta estaba en la entrada de mi departamento.
Una camiseta sin mangas, los brazos ligeramente marcados y sin una mínima marca de bronceado.
—… ¿Sí? —preguntó haciéndome mirarlo a los ojos.
Unos muy bonitos ojos color ámbar.
—¿Disculpa?
El hizo un gesto de exasperación y torció los ojos.
—Tu baño, ¿Me podrías dejar pasar a tu baño? —apoyó las manos es ambos lados del marco—. Te puedo jurar que no soy un ladrón, pero me acabo de mudar hoy y no me ha conectado los servicios el casero.
Miré a sus espaldas y la puerta del departamento de enfrente estaba abierta, nadie había vivido ahí casi desde que yo había llegado al edificio. Telarañas acompañaban el ambiente con rayos del sol entrando por las ventanas.
—Claro, pasa— me hice a un lado para dejarlo pasar.
—Gracias— dijo como si fueran un alivio sus palabras.
—Es al fondo, la puerta no cierra, pero tu tranquilo que nadie va a entrar.
Más había tardado yo en decir esas palabras que el escuchar el portazo.
Carajo ¿Por qué hice eso?
Cerré la puerta del departamento y al girarme casi grito por el aspecto tan desalineado que tenía. Como pude traté de calmar un poco la bola de cabello enmarañada y di gracias a Dios que la bata no estaba manchada por mostaza de la semana pasada.
¿Por qué me preocupa mi apariencia si debería preocuparme más si deje entrar a un maldito depravado sexual?
Me encaminé a la cocina dispuesta a hacer café.
Mientras ponía el filtro una enorme pregunta acechó mi cabeza, ¿Qué mierda me pasó para dejarlo pasar así porque sí?
Tomé mi teléfono y llamé a la persona más sensata, Cece estaba despechada y no sería de ayuda, Maya me diría directamente que me lo cogiera y eso tampoco sería de ayuda.
*Marcando a Josey
—Buenos días a toda la gente madrugadora— escuche desde el otro lado de la línea.
—No estoy para esto ahora, Josey.
—Caray, amanecimos de malotas.
—Josey…
—No me hables de esa manera. ¿Qué tiene que amanezca energética? Sabes que estoy regresando de la estación y mi versión locutora sigue al aire.
—Deje entrar a un hombre a mi casa— y la llamada se queda en silencio.
—No comas delante de los hambrientos.
—No no no, me refiero a que tengo un nuevo vecino y me pidió entrar al baño porque aun no tiene agua en el suyo, y no lo pensé dos veces porque me nubló que está muy guapo y no dejo de pensar en que dejé a un desconocido a mi baño, ¡A mi baño!
—Okey, calmada— me interrumpe—, debes de dejar de pensar que toda persona que entre a tu casa te va a atacar, no todos son malos.
—Sí, pero ¿Y si el utiliza su apariencia para sacar provecho?
—¿Qué tan guapo está?
—Muy guapo.
—¿Y qué tan lejos vive de tu apartamento?
—Dice que se mudó enfrente— respondo confirmando que no tarda en salir del baño.