Tienes que ser tú (tqst Libro #1)

En la biblioteca 3

 

Guardó sus cosas dentro de la mochila y se preparó para irse, miró hacia Nora y vio que aún estaba recogiendo. Se revolvió el pelo y ca- minó hacia ella, se colocó a su lado, pero a una distancia prudencial,  y tosió con fuerza para llamar su atención. Nora se giró hacia él y colo- có las manos en la cadera.
—¿Cómo vamos a hacer el trabajo de Historia? —preguntó José con voz firme, ella cogió sus libros.
—Esta tarde, a las cinco en la biblioteca —contestó Nora con frial- dad comenzando a caminar hacia la puerta.
—¿Y si no puedo? —preguntó desafiante, ¿quién se creía que era para darle órdenes y esperar que él las cumpliese sin rechistar?
—Lo haré sin ti y se lo diré a la profesora —dijo ella tranquila antes de salir del aula.
Frustrado, le pegó una patada a la mesa de Nora y salió de allí sin esperar a sus amigos. Estaba harto de esa chica y harto de ese instituto. Comenzó a caminar cada vez más rápido. Se dirigió a la parada de
autobús, pero una vez que  llegó allí decidió que era mejor seguir an-
dando hasta su casa. Pateó una lata y siguió caminando con las manos metidas en los bolsillos; echaba de menos su antiguo instituto, allí era popular y cada semana recibía una carta de alguna chica declarándose. Pero en Góngora, era alguien insignificante que podía recibir una pali- za de muerte solo por mirar a la persona equivocada; y no estaba siendo exagerado.
Ojalá sus padres le hubieran dejado cambiarse a otro instituto. Pero ellos solo le recriminaron que no debía quejarse ya que iba a ir al mismo instituto que sus dos mejores amigos; pensó en Evan y Cris.
 
Ninguno de ellos había tenido problemas en adaptarse a Góngora, pero claro, Cris era cinturón negro de kárate y podía hacerle frente a los delincuentes que tenían por compañeros, y Evan… bueno, Evan era demasiado amistoso y extrovertido para llegar a tener problemas serios con alguien, todos lo adoraban.
Pero ¿qué pasaba con él?
Sacó las llaves de su bolsillo y abrió la puerta, soltó la mochila en el recibidor y fue a la cocina; abrió la nevera y sacó una Coca-Cola, luego se puso a mirar a su alrededor buscando la comida.
—¡Papá! ¿Dónde está la comida? —gritó mientras miraba dentro del microondas, donde no encontró nada—. ¡Papá!
—¡Voy, voy! —gritó su padre apareciendo minutos después en la cocina—. Hoy has tardado más de lo habitual.
—Es que vine andando —explicó viendo como su padre se colocaba el delantal rosa y sacaba una sartén de uno de los armarios—. Un hom- bre de tu edad no debería ponerse esas cosas, me das vergüenza ajena.
Su padre se miró el delantal y luego lo miró con una gran sonrisa.
—Pues tu madre dice que me sienta bien.
—Mamá está loca —contestó recostándose sobre la silla viendo como su padre vertía las patatas en la sartén y luego iba hacia la nevera, de donde sacó un filete—. Todas las mujeres están locas.
—Pero eso es parte de su encanto.
Tomó un trago largo quedándose en silencio,  hasta que su padre le colocó el plato de comida sobre la mesa y se marchó, no sin antes desearle buen provecho. Una vez que terminó de comer, fregó lo que había ensuciado. Luego fue al salón y se sentó en el sofá al lado de su padre, que se había puesto a coser; definitivamente necesitaba regresar a trabajar cuanto antes.
—¿Qué vas a hacer esta tarde? —preguntó su padre.
—Tengo que ir a la biblioteca a las cinco a hacer un trabajo de His- toria —explicó colocando los brazos detrás de la nuca y bostezando, su padre miró el reloj que tenía en su muñeca.
—Deberías espabilar, la biblioteca está a una hora y ya son las cuatro y cuarto.
José miró hacia su padre.
 
—¿No vas a llevarme?
—Mi coche está en el taller, ¿recuerdas?
—¡Oh, mierda! Me matará.
Se puso en pie de un salto y corrió hacia la entrada, agarró su mo- chila y salió pitando de allí. Cuando llegó a la parada del autobús,   vio que la línea que él necesitaba aún tardaría otros veinte minutos en llegar; bufó y salió corriendo. El metro pasaba a unas dos calles de allí, tendría que hacer transbordo dos veces, pero aun así llegaría antes que si esperaba por el autobús. A lo lejos vio la entrada al metro; bajó los es- calones tan rápido como pudo sin resbalarse, por suerte llegó a tiempo de coger la línea que necesitaba. Sacó el móvil y miró la hora.
—Las cinco, genial —masculló metiéndose el móvil en el bolsillo.
.
—¡Llegas tarde! —le gritó Cris mientras lo saludaba, a su lado se encontraban Sonia y Nora.
—Lo siento, perdí el autobús y tuve que coger el metro —se discul- pó tratando de normalizar su respiración, ya que tanto correr lo había dejado agotado.
Nora y Sonia empezaron a subir las escaleras de la entrada a la bi- blioteca, mientras Cris le daba palmaditas en la espalda.
—¿Qué haces aquí? —preguntó José agradecido por la presencia de su amigo, ya que no sabía que podía pasar estando a solas con Nora.
—Había quedado con Sonia para buscar información, además, pensé que no te vendría mal que estuviese por aquí —explicó Cris, José asintió agradecido y ambos caminaron hacia la biblioteca.
El edificio donde estaba la Biblioteca Pública era un enorme edificio antiguo. Su arquitectura tenía un gran parecido con el Partenón de Atenas, debido a las muchas columnas que tenía a la entrada. Dentro había una pequeña recepción con una mesa y más adelante una gran puerta de cristal; José y Cris la atravesaron siguiendo a las dos chicas. Una vez dentro pudieron contemplar con asombro lo grandioso que era el edificio; apenas tenía cristaleras que dejasen entrar la luz del sol, pero los focos cubrían esa deficiencia de luz solar a la perfección, dejando a la vista una gran hilera de estanterías llenas de libros.
—Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudaros? —preguntó la bibliote- caria, una mujer mayor con grandes gafas que ocultaban su rostro—. Nora, ¿ya te leíste los libros que te llevaste?
—No, todavía no. He venido para hacer un trabajo —contestó la morena, mientras la mujer se colocaba bien las gafas y examinaba a los presentes concienzudamente.
—¡Oh! Pues dime, ¿qué libros necesitas? —La mujer miró hacia la pantalla del ordenador que tenía delante esperando que Nora hablase.
—Necesitamos libros sobre la historia de Inglaterra y si puede ser una historia resumida, mejor —pidió Sonia; la mujer comenzó a teclear con lentitud y, tras un par de minutos, tendió un papel a Sonia.
—Para mí, Francia —solicitó Nora con amabilidad, recogiendo al cabo de unos minutos un papel igual al de Sonia—. Gracias.
Sonia se giró hacia Cris y le enseñó el papel, en él venían escritos los nombres de los libros que debían coger. Nora le hizo una señal y comenzaron a atravesar los pasillos hasta llegar a la zona donde se en- contraban las mesas; depositó su mochila sobre una de las sillas, al igual que el resto que dejó sus cosas sobre la mesa. Miró hacia Nora esperan- do que ella le dijera algo, pero no dijo nada; así que se acercó a ella y le quitó el papel donde estaban los nombres de los libros.
—Nosotros nos vamos a buscar nuestros libros, no os matéis mien- tras no estamos —bromeó Cris mientras se marchaba con Sonia. José rodó los ojos y caminó en dirección contraria.
—Por ahí no es. —José se detuvo en seco y se giró hacia Nora, ella se acercó y le quitó el papel de las manos para luego caminar en dirección opuesta a donde él estaba yendo.
La siguió en silencio hasta que se detuvo de repente y comenzó a mirar hacia la estantería, luego empezó a mirar a los lados hasta que detuvo la mirada en una pequeña escalera de madera. Caminó hacia  la escalera, la cogió y colocó donde se había parado en primer lugar, se subió y comenzó a coger libros que luego le entregaba.
—Creo que con estos tenemos suficientes —dijo mostrando los cuatro libros que cargaba, de los cuales ninguno tenía menos de mil páginas. Pero Nora ignoró su comentario y comenzó a estirarse para coger uno más—. ¡Ey!
Nora lo miró enfadada  mientras  luchaba  por  sacar  el  libro.  José protestó dándole un golpe sin querer a  la  escalera,  provo-  cando que esta comenzase a tambalearse y haciendo que Nora  perdiese el equilibrio, por lo que ella tuvo que sujetarse a  la  estantería  para  no  caer;  sin  embargo,  se  escurrió  y  se  precipitó  al suelo. José por impulso soltó los libros que tenía en las manos y la cogió en brazos, ella abrió los ojos sorprendida y dando un grito se soltó de él empujándolo contra la escalera.
La escalera a su vez golpeó la estantería con fuerza, por lo que los libros que estaban en ella comenzaron a caer sobre Nora; ella se agachó y se tapó la cabeza, pero ninguno la golpeó ya que José la protegió colocándose sobre ella. Una vez que la lluvia de libros finalizó, ambos abrieron los ojos encontrándose con el otro a escasos centímetros.
—¿Estás bien? —murmuró, ella lo fulminó con la mirada y le dio un empujón haciéndolo caer de culo en el suelo—. ¿Pero qué pasa con- tigo? Te he salvado dos veces, como mínimo deberías darme las gracias.
—Gracias por qué, si tú no hubieras golpeado la escalera no hubiera perdido el equilibrio, ¿es que estabas intentando matarme? —preguntó Nora agachándose y poniéndose a recoger los libros que estaban por el suelo.
—Fue un accidente. —José se agachó y comenzó a recoger los li- bros, mientras veía como Nora colocaba los que había cogido en un carrito al final del pasillo—. Simplemente di gracias.
—No pienso agradecerte por algo que fue tu culpa, ni quería ni ne- cesitaba tu ayuda. —Nora recogió los cuatro libros que necesitaba para hacer el trabajo y emprendió el camino hacia donde estaban las mesas.
No la entendía, de verdad que no.
Se tocó la cabeza y notó que le estaba empezando a salir un chichón por suerte era en una zona que su cabello ocultaba a la perfección. Respiró profundamente, tenía que haber dejado que los libros la gol- pearan..
—Escuché un ruido, ¿estás bien? —La bibliotecaria apareció delan- te de él.
—Estoy bien, gracias. —José se puso en pie y se sacudió las piernas, luego miró hacia los libros que aún estaban en el suelo—. Lamento lo de los libros. —No te preocupes, ve a hacer tu trabajo yo me ocupo de esto. —La mujer se fue caminando hacia el carrito, José asintió y se fue.
Cuando llegó a las mesas encontró a Cris y a Sonia entretenidos le- yendo un libro; de vez en cuando, su amigo apuntaba en un folio aparte las cosas importantes y los números de las páginas. Se sentó al lado de Nora y sacó un par de folios de su mochila, se acercó a ella para intentar leer el libro que sostenía en sus manos; pero ella lo cerró de golpe y se lo estampó en el estómago, le lanzó una mirada asesina y cogió otro de los libros. La miró estupefacto, ¿qué demonios le pasaba a esa mujer con él?
—Si tan mal te caigo, ¿por qué no le pediste a la profesora que te asignara otro compañero? —preguntó dejando el libro abierto sobre  la mesa. Nora se giró hacia él, sus ojos brillaban de ira, aunque estaba empezando a acostumbrarse a eso.
—Porque si le digo que no quiero hacer el trabajo contigo, no solo me obligará a hacer este, sino todos los demás que mande durante el curso —explicó ella volviendo a concentrarse en su libro.
—Y eso sería una gran tortura para ti —murmuró con sarcasmo, ella asintió—. ¿Pero se puede saber qué te he hecho?
—No es mi problema que no lo recuerdes —susurró ella con un notable enfado en su voz, luego miró al folio que José había sacado—. Apunta ahí las fechas importantes y los sucesos que tuvieron lugar.
No contestó, simplemente gruñó molesto.
No soportaba que le dieran órdenes  y  mucho  menos  le  gus-  taba que esas órdenes proviniesen de  ella,  pero  cuanto  antes  acabase con ese trabajo mejor para ambos. Se puso a leer el libro inten- tando no bostezar, pero le resultó algo imposible; demasiada informa- ción y toda muy aburrida. ¿A quién le importaba cuántos reyes había tenido Francia? Porque a él no le podía importar menos, sin embargo, escribió lo que creyó importante.
Se estiró hacia atrás, se colocó las manos detrás de la cabeza y       se puso a mirar a su alrededor; Sonia y Cris comentaban en voz baja como distribuirse el trabajo, su amigo había guardado sus cosas en su mochila, al igual que la pelirroja. Extrañado, sacó el móvil para mirar la hora y se sorprendió al ver que ya eran casi las ocho de la noche.
—¿Nos vamos? —preguntó Cris acercándose a él, José asintió y comenzó a recoger sus pertenencias en silencio.
Cinco minutos más tarde, los cuatro estaban saliendo de la bibliote- ca. Sonia y Cris estaban delante de ellos hablando sobre el trabajo, por lo que José comenzó a toser fuerte para llamar la atención de Nora que estaba, como siempre, leyendo un libro.
—Dame el folio en el que escribiste todos los datos importantes
—dijo Nora sin levantar la mirada del libro, José asintió y le entregó varios folios que ella guardó en su carpeta con cuidado.
Ambos se quedaron en silencio esperando a que Sonia y Cris ter- minaran de hablar; José se movió incómodo y se rascó la nuca con nerviosismo.
—¿Dónde vives? —preguntó para romper el silencio.
—Lejos. —José frunció el ceño ante su fría contestación y colocó la mano sobre el libro apartándolo de Nora, para que ella lo mirase.
—No eres nada simpática —dijo cuando captó su atención. Nora bufó molesta y apartó el libro de él, no sin antes intentar golpearlo: por suerte tuvo buenos reflejos, por lo que sonrió orgulloso—. ¿Quieres que te acompañe a casa?
Se maldijo a sí mismo nada más decir esas palabras, pero claro, ahí estaba otra vez la maldita caballerosidad que tan hondo había calado en su ser. Definitivamente, a partir de ese momento, pasaba de su padre y de sus enseñanzas. Nora parpadeó un par de veces sorprendida por su ofrecimiento.
—Preferiría que me acompañase Jack el Destripador antes que tú
—contestó ella caminando hacia Sonia que había terminado de hablar con Cris.
Chasqueó la lengua irritado, no tenía por qué ser tan jodidamente sincera.
.
Por primera vez, y sin que sirviese de precedente, llegaba temprano al instituto. Pero a ver quién se quedaba en casa después de escuchar ruidos sospechosos en la habitación de sus padres.
Sacó el móvil y le mandó un mensaje a Evan diciéndole que le es- peraba en clase. No sabía nada de su amigo desde el viernes, esperaba que la chica gótica no lo hubiera sacrificado para algún ritual satánico.
Atravesó los muros de Góngora sorprendiéndose al no encontrar a los tenistas, pero claro, era demasiado temprano como para que estuvie- sen allí. De hecho, el instituto estaba medio vacío. Tranquilidad, dulce tranquilidad.
—Buenos días —lo saludó Cris.
Tras Cris iban Bel y Helena. Al parecer esos tres vivían cerca los unos de los otros, por lo que venían y se iban siempre juntos. Las dos chicas dejaron sus cosas en sus respectivos pupitres y volvieron a donde él y Cris estaban.
—¿Cómo es que hoy has llegado tan temprano? —preguntó Bel con curiosidad.
—No quisieras saberlo —respondió con sequedad apoyando la cara en la mano, lo que no desanimó a la chica.
—Sabes, estuve todo el fin de semana buscando información de Suecia, al final resulta que sí que les han pasado cosas; pero aun así no sé si nos dará para rellenar los diez folios —contó Bel animada; José  la miró, en cierto modo envidiaba la energía que esa chica tenía a esas horas de la mañana—. Buenos días, Iván.
De inmediato, Bel salió corriendo hacia la persona que acababa de saludar; si no recordaba mal, esa era su pareja en el trabajo de Historia, seguro tendrían que discutir algo del dichoso encargo. De mal humor se giró hacia Cris, su amigo estaba sentado sobre su pupitre mientras hablaba con Helena.
Disimuladamente miró de arriba abajo a la joven. Hoy, como casi todos los días, traía puesta una minifalda vaquera que permitía ver a la perfección sus largas piernas que acababan en unas bailarinas beige; en la parte superior llevaba puesto una camiseta de manga corta sobre la que llevaba una rebeca también beige. Helena era la única chica que no gritaba, era femenina y dulce.
Bueno, Bel también era bastante agradable, aunque demasiado ha- bladora.
—¿Qué has hecho el fin de semana? —le preguntó Cris para inten- tar meterlo en la conversación que estaba teniendo con Helena.
—No mucho.
—¡¿Pero qué clases de amigos sois vosotros?! —El grito de Sonia re- tumbó por todo el edificio; Helena suspiró, mientras que Cris comenzó a reírse. La pelirroja apareció segundos después por la puerta con cara de asesinar al que se le atravesase por el camino—. Malas personas, en cuanto tenga oportunidad os mataré lenta y dolorosamente, ¿¡me oís!?
—¿Qué ha pasado? —preguntó Bel, Sonia se giró hacia ellos y los asesinó con la mirada; José sintió ganas de estrangular a Bel, si Sonia estaba enfadada era mejor dejarla así y no molestarla—. Tienes la frente roja, ¿te has dado algún golpe?
El rostro de Sonia se ensombreció aún más.
José miró de reojo a Cris, al parecer él no era el único que estaba acojonado vivo. Sonia los examinó uno a uno, al final la pelirroja se sentó sin decir ni una palabra. Sin embargo, no apartó la mirada de la puerta de entrada, por lo que ellos, con mucha curiosidad, se giraron hacia la puerta también.
Minutos después Nora asomó la cabeza con cuidado y Sonia lanzó el cartapacio hacia allí, por lo que la morena escondió con rapidez la cabeza. A continuación, entró un chico que no había visto nunca. Era rubio, aunque llevaba un peinado digno de cualquier personaje de vi- deojuego y vestía completamente de negro, a excepción por las letras rojas de su camiseta en las que se podía leer Metallica. Según pudo ver, era de complexión delgada y parecía igual de alto que él. Pero sin lugar a dudas, lo que más le sorprendió, fue ver a Nora detrás de ese chico empujándolo para que caminase.
—¡Matt! —gritó Bel con emoción—. ¡Cuánto tiempo! ¿Dónde te metes en los recreos?
—Por ahí, ya sabes —comentó el chico despreocupado, Nora aso- mó la cabeza desde detrás de su espalda. José miró hacia Matt, esa voz le resultaba conocida.
—En los ordenadores jugando al WoW1 con Dan —contó Nora, haciendo que el rubio la mirase mal; ella le enseñó la lengua. Sonia les lanzó el estuche y Matt lo atrapó con facilidad en sus manos, luego se lo paso a Nora.
—Vosotros sois los nuevos. —Matt miró a José y Cris, este último asintió y le tendió la mano.
—Cris. Y él es José —presentó su amigo.
Matt estrechó la mano a Cris y luego volteó  hacía José. Ambos    se observaron mutuamente, José se fijó en sus ojos azul claro. Rubio,



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En el texto hay: instituto, locura, humor

Editado: 25.01.2020

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