Tierra de Sangre y Fuego: Sol y Luna

3. Presagio

La luna llena bañaba la noche con su resplandor, proyectando sombras que danzaban en el corazón del Wallmapu. Los ancianos, cuyos rostros eran un mapa de arrugas talladas por el tiempo y la sabiduría, se congregaron, unidos por una melodía sombría de dolor que la tierra emitía y que no podían, ni deseaban, ignorar.

En la gran sala de reuniones, un santuario adornado con símbolos ancestrales y enmarcado por la majestuosidad de la naturaleza, los Tokis y Loncos de los pueblos Huilliches, Pehuenches, Aonikenk y Kaweskar se unieron. Cada Toki, un líder venerado, era el portavoz de la fuerza y la voluntad de su gente. Había sido convocado el Koyang, el gran consejo.

Entre ellos estaba Catriel, un joven con ojos vivaces y un porte gallardo, marcado por la inteligencia y habilidad heredadas de su linaje Toki. Pero esa noche, una nube de confusión oscurecía su mente.

Un anciano se levantó, su piel un pergamino de arrugas, sus ojos un océano de sabiduría acumulada. Aunque su voz temblaba, resonaba con una autoridad indiscutible en la sala.

—La tierra está herida —declaró—. Un joven en la ciudad central podría ser la llave para su curación.

Catriel, cuyo corazón latía con una mezcla de temor y curiosidad, se atrevió a cuestionar.

—¿Y por qué necesitamos a un forastero? —replicó—. Nosotros podemos hacer lo que sea que aquel joven podría hacer.

—Catriel, no haríamos algo que no consideramos necesario —respondió el Anciano con paciencia.

—¿Y quién es este joven que reside en las sombras de la corona? —insistió Catriel.

Otro anciano, cuyos ojos brillaban como estrellas en la noche, intervino.

—Hijo, hay misterios que ni nosotros comprendemos completamente. Pero la tierra habla, y nosotros escuchamos. Tu destino, probablemente, está entrelazado con el de ese joven.

Los ancianos intercambiaron miradas cargadas de un significado no expresado. Sabían quién era Víctor, pero por el momento, este conocimiento era un secreto celosamente guardado.

—Catriel —dijo el anciano más viejo, su voz grave y solemne—, te hemos elegido para esta misión. La Ñuke Mapu te ha llamado.

El joven se quedó sin palabras. Una mezcla de honor y miedo se apoderó de él. Los Tokis concordaron, cada uno consciente de la gravedad de la situación.

—Si ustedes lo dicen, no puedo negarme —afirmó Catriel, su voz firme a pesar de la incertidumbre que lo embargaba.

Cada Toki eligió a un guerrero para acompañar a Catriel en su misión. Namku del pueblo Kaweskar, conocedor de las artes antiguas; Rayen del pueblo Aonikenk, una guerrera feroz; Newen del pueblo Huilliche, una mente estratégica y Antu del pueblo Pehuenche, rápido y ágil, junto a su aguilucho llamado Pewma.

 Namku del pueblo Kaweskar, conocedor de las artes antiguas; Rayen del pueblo Aonikenk, una guerrera feroz; Newen del pueblo Huilliche, una mente estratégica y Antu del pueblo Pehuenche, rápido y ágil, junto a su aguilucho llamado Pewma

—No tengo mayor conocimiento sobre esto —admitió Catriel—, pero los viejos sabios creen que puedo liderar esta misión. Juntos, debemos enfrentar lo que venga.

Newen puso su mano en el hombro de Catriel.

—Estamos contigo —aseguró con firmeza.

Los guerreros se sumieron en la preparación de los caballos, asegurando las sillas y revisando los suministros. Rayen, con su cabello plateado atado en una trenza apretada, se acercó a Catriel.

—Ya no recuerdo la última vez que estuve en la ciudad central —confesó Rayen, su voz era firme, pero sus ojos revelaban una mezcla de emoción y ansiedad.

—Yo tampoco —respondió Catriel—, debemos prepararnos para lo que sea que venga.

Namku, ajustando las riendas de su caballo, se unió a la conversación.

—La ciudad central es un lugar imponente —dijo con seriedad—, debemos movernos con sabiduría.

Antu, el más joven del grupo, miró a los demás con determinación.

—Nuestros antepasados enfrentaron desafíos mayores —afirmó con confianza—, y nosotros también lo haremos.

La ciudad central, se erguía en el horizonte. Isaac Bravo de Saravia, el virrey, un hombre de mano dura y mirada penetrante, gobernaba con puño de hierro.

—Cada paso que damos hacia esa ciudad es un recordatorio del poder de la corona —dijo Namku, su voz tensa.

—El llamado de la tierra es más fuerte que el miedo —respondió Rayen con determinación.

Después de dejar atrás el Wallmapu, Catriel y sus compañeros emprendieron un viaje de dos días que, para su sorpresa, transcurrió con una tranquilidad inesperada. La naturaleza parecía estar de su lado, brindándoles un clima favorable y caminos despejados. Durante el día, el sol brillaba con una intensidad que iluminaba su camino, y por la noche, la luna y las estrellas les servían de guía.

Conversaron y compartieron historias del pasado, fortaleciendo los lazos entre ellos. Rayen, con su espíritu indomable, compartió relatos de las hazañas de su pueblo, mientras Namku, con su sabiduría, hablaba de las antiguas tradiciones que aún vivían en su gente. Newen y Antu, cada uno a su manera, aportaban a la rica tapezteria de narrativas que se tejía en el aire.

A medida que se acercaban a la Ciudad Central, la realidad de su cometido se hacía cada vez más palpable. Sabían que entrar en la ciudad requeriría astucia y discreción. Decidieron adoptar la identidad de comerciantes, una estrategia que les permitiría infiltrarse sin levantar sospechas. Cada uno asumió un rol, y juntos, formaron una caravana de comerciantes ficticia, con Catriel como su líder.



#5764 en Fantasía
#1275 en Magia

En el texto hay: razas guerreras, magia amor fantasia

Editado: 16.02.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.