Tierra de Sangre y Fuego: Sol y Luna

18. El Consejo

A la mañana siguiente, los muchachos estaban listos desde temprano, conscientes de que Anganamon valoraba mucho la puntualidad. A pesar de estar preparados, una sensación de nerviosismo los envolvía; no sabían con certeza de qué trataría el consejo, pero era evidente que su presencia sería uno de los puntos a discutir.

Finalmente, Anganamon llegó para recogerlos. Lo hacía en un vehículo blindado que daba la impresión de transportar algo muy valioso. Catriel no pudo evitar preguntarse: "¿Somos nosotros esa 'carga importante'?".

—Vamos, arriba, rápido —ordenó Anganamon con firmeza.

Los tres jóvenes entraron rápidamente en el vehículo, sin pronunciar palabra.

—El consejo se llevará a cabo en el salón principal de la hacienda Caupolicán —continuó Anganamon mientras el vehículo se ponía en marcha—. Al llegar, permanecerán siempre cerca de mí y de los soldados. Se sentarán delante de mí. El lugar es un hemiciclo preparado especialmente para estas ocasiones.

Pronto llegaron a la hacienda, un lugar cuya apariencia externa no reflejaba la importancia que albergaba. Atravesaron los grandes y majestuosos jardines, adornados con árboles milenarios. Finalmente, arribaron a un edificio imponente, frente al cual se congregaban los hombres más destacados de la ciudad. Los jóvenes no pudieron evitar sentirse observados; era claro que se habían convertido en el centro de atención.

Una vez dentro, notaron que la gente ya comenzaba a acomodarse en el hemiciclo. Anganamon, con un gesto firme, les indicó dónde debían sentarse: en un área privilegiada, cerca de donde él mismo tomaría asiento. En la parte más baja y central del hemiciclo, se ubicaba quien parecía ser el presidente del consejo.

Conforme se acercaban las 9 a.m., la sala se llenaba rápidamente. Los mestizos y descendientes de españoles se agrupaban en una sección, mientras que aquellos de linaje mapuche más evidente ocupaban otra. La división, aunque sutil, era notoria.

Finalmente, todos estuvieron sentados y el ambiente se acondicionó para dar inicio al consejo.

—Buenas tardes a todos los honorables consejeros —comenzó el hombre en el centro del hemiciclo—. Para aquellos que no me conocen, soy Andrés Ayan, y hoy tengo el honor de presidir este consejo. Aunque contamos con una lista de puntos a tratar, considero prudente y necesario comenzar con una noticia que nos ha llegado hoy. Tenemos un invitado especial del norte, un mensajero de Ingapirca, que podría traer noticias de gran relevancia para nuestro consejo.

Un murmullo notable se levantó en la sala, interrumpiendo brevemente la seriedad del momento. Andrés Ayan levantó la mano, pidiendo silencio, y el murmullo se fue apagando, dando paso a una expectativa cargada de interés y curiosidad.

—Estimado Kunaq —dice Andrés—, nosotros ya hemos escuchado su mensaje, pero por transparencia consideramos que debe ser usted mismo quien comparta este mensaje con el consejo.

—Rume Mañum—dice Kunaq, agradeciendo en mapudungun por respeto.

Luego de un breve silencio, comienza:

—He sido enviado acá por orden directa del consejo de Ingapirca para informar sobre la llegada de parte del grupo que fue enviado a rescatar al joven de la ciudad central. El grupo está bajo la tutela y protección de nuestro Sapa Inca y no volverán hasta que el consejo lo considere seguro y adecuado. Además, puedo agregar que no hay ninguna baja.

Catriel y Víctor miran a aquel mensajero con curiosidad.

—Esas son buenas noticias, Víctor —dice Catriel mirando a Víctor. Pero son interrumpidos de inmediato.

—¿Cómo es que ha podido llegar acá sin problemas? —pregunta uno de los consejeros desde su asiento en el hemiciclo.

Kunaq, con una postura firme y una voz tranquila, respondió con confianza.

—Alguna vez el Tahuantinsuyo se extendió hasta este territorio —explicó—. Aún mantenemos nuestras rutas y métodos para llegar seguros hasta acá. Además, he sido entrenado específicamente como mensajero, lo que me permite transitar con eficacia y discreción.

—Qué bien, entonces si han de buscar una alianza, ¿podremos saber cuáles son aquellos medios o no? —inquirió aquel mismo consejero que pertenecía a la parte progresista.

—Pues aquello no forma parte de lo que se me tiene permitido informar —responde Kunaq.

—Y, ¿por qué han tomado la decisión de que se queden allá? ¿Acaso son rehenes? —pregunta otro de los consejeros.

—No son rehenes bajo ningún concepto, y sobre la decisión de que se queden allá, no forma parte de la información que se me ha ordenado transmitir —dice Kunaq.

—¿Podemos confiar en el Sapa Inca? —pregunta un consejero.

—Ingapirca no tiene ningún asunto con Wallmapu —dice Kunaq.

—¿Entonces sí lo tiene con la Capitanía o la República? —inquiere el consejero.

—Aquello no forma parte del contenido del mensaje que he venido a informar —dice Kunaq.

—Muy bien, le doy las gracias, señor Kunaq, por la información —dice Andrés.

—Espere un momento, señor presidente del consejo —interrumpe uno de los consejeros, levantándose de su asiento con una expresión de preocupación—. ¿No deberíamos hablar sobre la implicancia que esto tiene en cuanto a nuestras relaciones con Ingapirca? Este consejo no ha sido consultado sobre eso y ahora nos vienen a informar que parte del grupo que fue a buscar al joven de la ciudad central ha sido retenido en Ingapirca.

Andrés, el presidente, frunce el ceño, meditando sobre la situación antes de responder.

—Es un punto válido —admite con una mirada que recorre el hemiciclo—. Pero debemos considerar que Ingapirca, bajo el mando del Sapa Inca, ha demostrado ser un aliado estratégico en el pasado y tal como lo ha dicho el señor Kunaq, no están retenidos.

—Pero ¿cómo sabemos si esto no forma parte de una artimaña para que este consejo se decida a aliarse con Ingapirca? —insiste el consejero.



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En el texto hay: razas guerreras, magia amor fantasia

Editado: 16.02.2024

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