Ciudad de la noche.
La capital del reino oscuro, estaba siendo empapada por la lluvia menuda que caian como las lagrimas de sus habitantes. Las campanas reverberaron en el cielo nocturno con una melodía fúnebre, mientras que las nubes eran apuñaladas por los truenos y relampagos.
En las escaleras que llevaban al ultimo piso del castillo, una mujer de apariencia joven; subía lentamente por los escalones iluminada únicamente por las llamas moribundas de una antorcha improvisada.
Cada paso que daba aquella dama, se debilitaba mientras los latidos de su corazón se sincronizaban con cada campanada.
Por un momento, se detuvo ante el silbar de los vientos huracanados.
—No estés triste, cariño.
Se hoyo una voz, las lagrimas no se hicieron esperar, quemaron su piel al descender por sus mejillas.
—Recuerda que mi alma siempre estará junto a ti, así mi físico haya dejado de existir.
Ligeros mareos hicieron que la dama pierda el balance y cayera de rodillas en los húmedos escalones, tirando su antorcha para usar sus brazos como amortiguadores.
—Por favor mi vida, deja de culparte por lo ocurrido aquel día, nuestra batalla estuvo perdida desde que ese mal agradecido nos traicionara a todos.
Esas palabras se clavaron en su pecho como una docena de dagas envenenadas, quemando sus sentidos, quiso gritar con todas sus fuerzas pero apretó bien los dientes para que ni un quejido saliera de su interior.
Así era ella, una guerrera que a pesar de sentirse tan débil, no dejaba que nada le haga suplicar por piedad.
Convirtió sus manos en dos puños enfurecidos y se obligo a ponerse de pie, tomando fuerzas del odio insaciable que crecía incontrolablemente tanto en su mente como en su corazón.
—Descansa en paz Jim, mi amor, por favor déjame sola, ya es hora de que dejes el limbo y me esperes al otro lado... por favor —, pidio una ultima vez, apoyándo su espalda en las viejas paredes.
Con la mirada fija en el suelo, seco sus lagrimas mientras su mente luchaba por callar los recuerdos, y la voz de su amado que cayo en el día cero, fue silenciada de una vez por todas.
Una esfera de color verde fue creciendo en la palma de su mano, esta se deslizo por los escalones, iluminando su camino hacia las puertas del ultimo piso.
La tormenta había convertido esta noche en la indicada para la reunión de las tres facciones mas importantes del inframundo.
Donde los lideres de los Demonios, Angeles y Angeles caídos, estaban por retomar la alianza pactada por los antiguos señores del terror.
Esta dama, era nada mas y nada menos que la hija de la propia muerte. Todo el inframundo la conocía bajo el nombre Knivez Velfemord.
Era la gobernante suprema entre los templarios celestiales y la diztocracia vampiresca, su edad exacta rodeaba el medio milenio osea quinientos años.
Originalmente tenia una cabellera larga y plateada, pero debido a su energía negativa suele cambiar a un tono mucho mas oscuro que la noche.
Bajo esas prendas de forastera, se ocultaban unas curvas perfectas, buen porte y firmeza que sobresalían ante todo. Un cubre bocas de tela negra, ocultaba lo poco que se veía de su tez blanca como las de un copo de nieve.
Sus pasos resonaron en el vacío tras llegar al ultimo escalón, empujo las dos enormes puertas que daban paso a una amplia habitación y sus ojos quedaron cegados por la luz del interior.
Tras ajustarse al brillo, diviso unas enormes estatuas delante de cada columna, del techo colgaban enormes candelabros de oro que iluminaban hasta el ultimo rincón de la habitación.
Se tomo su tiempo al pasear por la habitación, contemplando las siluetas pintadas en la cerámica del suelo, dándole un aspecto mucho mas lujoso.
Concentro su mirada en una de las estatuas que tenia en frente; era la de un guerrero que portaba una imponente hacha, alas de dragón que lo hacías lucir mucho mas intimidante, cuatro colas de diferentes criaturas, la cabellera tan larga como la de un antiguo bárbaro y en su boca abierta dormía un grito de guerra capaz de atemorizar al ejercito mas poderoso del mundo.
Se acerco mas a la estatua y una sonrisa burlesca se pinto en sus labios rojizos al ver lo que estaba acostado a los pies de la escultura.
—Vaya vaya, final mente llegas, primita —. Comento el tipo, con su rostro cubierto por un sombrero negro.
—Perdón por la tardanza, tuve algunos imprevistos ¿esperaste mucho? —. Respondió la dama oscura, tratando de sonar preocupada cuando en realidad le importaba un pepino haber llegado media hora mas tarde según lo acordado.
—No —mintió—, llegue hace poco y como pensé que iba a esperar pues... —. Empezó a pararse lentamente mientras acomodaba su sombrero en su cabeza— Quise tomar una siesta.
Al estar uno en frente del otro se miraron de pies a cabeza con desaprobación, como diciendo "Luces horrible" y respondiéndose con un "tu te ves peor, así que mejor cállate".
La hipocresía era algo en común en ambos, pero decidieron ocultarlo por esta ocasión ya que tenían un tema pendiente que debían resolver antes de la llegada del tercer miembro al que conocían como Diva.
No perdieron mas tiempo y callaron sus defectos en un cálido abrazo, a pesar de ser distintos los unía la sangre.
El sujeto era descendiente del hermano de Hades, Lucifer. Conocido bajo el nombre de Ryder Azazel.
Su edad bordeaba los siete siglos pero su apariencia era mas parecida a la de un joven de veintisiete. Vestía únicamente una gabardina sin mangas, unos jeans negros, un sombrero y zapatos del mismo color, su tez blanca estaba ligeramente bronceada al igual que su torso muy bien ejercitado.
Lo que mas llamaba la atención de este muchacho, aparte de los tatuajes en ambos brazos, eran sus ojos oscuros capaces de devorarse el alma de los débiles como si fueran un par de agujeros negros.
Editado: 15.12.2021