Los primeros rayos de sol se calaban entre las cortinas burdeo de los ventanales. El amanecer se hacía ver en la casa Brown. Grace se abrió paso en la sala ante la juiciosa mirada de Dante, quien reposaba en un, viejo pero elegante, sofá junto a su bastón en la mano izquierda.
El sonar del reloj "cucú" anunciaba las 7:15 AM, hora arreglada por las sirvientas con la cual solían despertar a la señora de la casa, pero ese día era diferente. Dante se extrañaba ante eso, siendo que Grace amaba dormir hasta muy tarde y él, como su tutor, la despertaba con regaños.
—¿Volvió a malograrse el reloj, señorita Grace? —preguntó Dante rompiendo el incómodo silencio que ambos habían forjado—, ¿no será mejor llevarlo nuevamente con el maestro?
—Nada de eso, Dante —suspiró mientras sujetaba una cortina mirando el exterior, su bello campo de rosas sobreviviendo el frío invierno.
Grace era una joven de apenas 20 años, de fina contextura y piel blanca, quien solo daba color a sus mejillas con el poco maquillaje que usaba. Su cabello, pequeños remolinos castaños como las hojas secas del otoño, caía sobre sus hombros atados con un lazo negro. De ojos verdes, apagados y sombríos como la ciudad misma. Era la ultima descendiente de la familia Brown, quien se preocupaba del bienestar de Dante y sus compañeros, a los que solía llamar familia.
—¿Es Kalen quien le preocupa?
Parecía haber dado en el blanco con esa pregunta. Sus gestos de preocupación la delataban, era consciente de los peligros tras el amanecer.
—Solo quiero evitar otro escándalo, no es bueno para el nombre de esta familia —Junto las cortinas volviendo a la oscuridad la sala.
El motivo era, precisamente, permanecer con un bajo perfil. Su hogar era el que más secretos guardaba. Una casa construida de ladrillo, fría por cada pasillo, donde se refugiaban ante los muchos tumultos de la Londres actual y de algunos ciudadanos que ofrecían pagos por la mano de la señorita Grace.
Antes que Dante se paseara por la ornamentada sala junto a la chimenea, una de las sirvientas tocaba la puerta con firmeza: la señora Mari, una mujer de edad, de cabello canoso y con un delantal blanco que ataba a su robusta cintura, llamaba ante la presunta desaparición de Grace.
—¡Señorita Grace! —exclamó con preocupación—, pensamos que le había sucedido algo malo. No ha descansado nada, recuerde que a las 9 en punto tiene visitas —interrumpió la mujer mayor.
—Lo sé, prepara un poco de café amargo.
Dante prefirió el silencio. Cierto era que Grace se encontraba paseando por los pasillos desde muy temprano, descalza sobre los azulejos, como una niña que buscaba a sus padres. Tenía una explicación para eso, así que preguntar estaba de más.
—Sí, señorita —respondió la señora Mari antes de retirarse.
Tras eso, a un lado del mimoso papel tapiz dorado que bordeaba cada pared de la sala, Grace abría la ventana en forma de guillotina para asomarse de vez en cuando, ansiosa de que alguien llegara a tocar la puerta.
—Se caerá si sigue así —resopló Dante— ¿dónde está el periódico?
—Creí que al menos te importaría que Kalen no llegara, ya amaneció —comentó Grace cerrando la ventana— Rogue llego con heridas, ¡¿qué paso afuera?!
—Scotland Yard.
Ella mordió su labio inferior con fuerza, odiaba las mentiras. Sin embargo, no hizo más que soltar un suspiro cansado volteando a verlo.
—No se me puede ocurrir peor descuido —exclamó irónicamente. Tampoco era la primera vez que se encontraban en esa situación—. No siempre los podré cubrir a todos, Dante. Tenemos un reportero pisando nuestros talones, han visto nuestra carroza y junto a eso un sombrero de tu pertenencia cerca de la escena de un crimen. ¿Qué quieres que piense?
—Que nosotros no lo hicimos —interrumpió causando nuevamente el silencio. Tomo el diario que se encontraba sobre la mesita central para ojear su portada—. Aunque el diario diga lo contrario.
Dante Stone había sido señalado en el diario local como posible testigo en la muerte de Henry Den, un prestigiado aristócrata que fue visto por última vez cerca de los barrios de Whitechapel, seguramente un hombre en búsqueda de compañía barata.
—A veces no sé qué creer...
Diez minutos eran suficientes para que Dante sintiera el escalofrió de la tensión recorrer su espalda. Bajo la sombra de las casonas adineradas de la ciudad se encontraba paseando, cubierto con su gran abrigo negro mientras daba pequeños golpes al suelo con su bastón al caminar. Era un hombre formal, de largo cabello blanco atado a un costado, que miraba con sensatez la situación, el cielo empezando a cubrirse de grises y oscuras nubes, perfecto para un vistazo a la ciudad.
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Editado: 18.06.2018