Tinieblas sangrientas

IV-. Invitados

La lluvia ceso al igual que la sangre proveniente de la herida de Jakob Doria. Había perdido valiosos minutos de luz, o lo poco que se veía entre las tormentosas nubes. El día invernal era extremadamente corto, así como sus pensamientos. Debía moverse antes que oscureciera o caería en los brazos de alguna bestia mal viviente.

Jakob se levantó con pereza de las escaleras. Empezaba a cuestionarse las falsas ideas de seguir ciegamente a sus superiores que, de cualquier forma, no terminarían bien. Pero esa no era la razón por la cual viajo a Londres.

Siguió su camino hacia Great Scotland Yard, el edificio carcelario de esa zona. Tras el numero 4 de Whitehall Place se ubicaba aquel viejo edificio, de murallas ennegrecidas por el moho y suciedad. Destartalados tejados toscos, cubiertos de tejas rojas y rotas. Eso era lo que se conocía como el calabozo de Scotland Yard.

Abrió la rechinante puerta con su mano izquierda, apenas hizo el mínimo esfuerzo para empujarla, como si lo esperaran. Dentro, el maloliente hedor de la humedad se hacía repulsivo, pero no pedía más de un lugar residente para la escoria de la sociedad.

En el interior, los hombres uniformados de azul dejaron los naipes sobre la mesa para mirar al intruso, no era normal ver a un hombre entrar sin cortesía, y mucho menos con la altanería con que Jakob los interrumpió.

—Buenas tardes, caballeros. —Jakob se quitó el sombrero como gesto de cortesía ante ellos. —. Buscó a un hombre. De gran estatura. Joven. Seguramente lo detuvieron esta mañana.

—Disculpe, pero un ciudadano no tiene jurisdicción para saber esa información.

Jakob saco la arrugada hoja de papel de su bolsillo y la coloco sobre la mesa. Estaba seguro de que aquel hombre que buscaba era parte de los asesinatos, y, sobre todo del caso de Henry Den.

—¿No? —preguntó en ironía—. No creo que a sus superiores les guste su poco sentido común, menos encontrarlos jugando cartas.

Había analizado el perezoso y casi taciturno ingenio de Scotland Yard desde hace mucho, haciendo casi predecible cada búsqueda de pistas, hasta para el más inexperto criminal.

Caminó derecho a las celdas, no tenía tiempo que perder ante los uniformados de azul. Buscó con la mirada en cada uno de los calabozos hasta toparse con otra mirada, una seria. De rasgos agotados y ojerosa, algo llamativo.

—Aquí estas, Kalen D'arc —sonrió en un gesto de triunfo—. No, más bien, Kalen Stone.

El hombre arregló su cabello para divisar mejor al sacerdote.

Rio cansado mientras se acomodaba junto a la pared, aunque sin apartar la mirada de Jakob, aquella mirada que podían alterar los nervios de cualquiera. Kalen frunció el ceño, esperando lo peor.

El reloj marco las 15:30 PM, pronto seria la hora del té, y con eso, la señorita Brown tendría la junta programada con el periodista

El reloj marco las 15:30 PM, pronto seria la hora del té, y con eso, la señorita Brown tendría la junta programada con el periodista. Ciertamente había atrasado la hora debido a la ausencia de Dante, quien hacía poco había regreso de su paseo.

Grace se encontraba paseando por los alrededores de la estancia. Ansiosa y molesta miraba el reloj de la pared, se había enterado por boca de Rogue de lo sucedido. Un asesinato más, uno hecho a plena luz del día, ¿qué tan insegura se volvería la ciudad? Era una incógnita que no deseaba revelar.

La señora Mari interrumpió el monologo interno que mantenía la señorita Brown con el golpear de la puerta. Abrió la misma sin previo aviso, verificando que la joven señora de la casa se encontraba en optimas condiciones para atender personalmente a su invitado y, así era.

«¡Por qué no fui hombre!» pensó Grace.

Tomo un delgado velo negro que colgaba del sofá, y con este, un abanico bordados de extravagantes plumas cortas. Salió para dirigirse a la gran puerta de roble, justo en el fondo del pasillo. Frente a esta, Dante esperaba pacientemente.

—Tarde —murmuró molesto—. La están esperando desde hace minutos, ¿qué se encontraba haciendo?

Grace miró de reojo a Dante sin contestar y abrió el abanico ante sus labios, no era correcto que una dama se dejara ver directamente por un extraño, mucho menos si no estaba comprometida. 

Bajo el agraciado candelabro de cristal se encontraba la ostentada mesa del comedor familiar, rodeado de grandes y decoradas sillas junto a sus almohadones color lila. En estas reposaba un muchacho, no aparentaba más de 25 años. Retraído, de aspecto fino para un hombre y mirada apacible.

El joven se encontraba sentado en uno de los extremos de la mesa, esperando a la señorita Grace.

—Lamento la demora, señor...

—¡Angust Kent! —interrumpió apresurado.

La señorita Brown enarco la ceja al escucharlo. Parecía un pequeño animal nervioso, pero a su vez, mal educado.



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En el texto hay: vampiros, londres, aseinato

Editado: 18.06.2018

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