Tintes de Otoño

3. Sendero de colores vivos

La temible de Tara había logrado sorprenderme en su totalidad        

La temible de Tara había logrado sorprenderme en su totalidad. Conociéndola, supuse que le diría a Clark, en tono burlón —porque le gustaba eso—, que fui yo la que envió la carta. Nunca creí que fingiría ser mi papel. Entonces comprendí que sí había algo que dolía más que la verdad, la mentira.

Mi corazón se detuvo por una milésima de segundo, luego se decidió que, por cada latido, subiría por mi garganta, provocando un ataque de tos, puesto que no pude tragar adecuadamente.

Seguro Tara estuvo disfrutando de mi patética reacción.

¿Por qué Tara Owlman tomaría entre sus manos un acto cometido por mí?

Ya es amiga de Clark...

¿Acaso es porque a ella también le gusta Clark o simplemente se aprovecha para molestarme?

Clark no respondió al instante, se mantuvo callado, seguramente, asimilando la situación.

—¿E-eras tú? —preguntó en un tono atónito.

Esa simple pregunta hizo que mi corazón se rompiera. Creí haber experimentado muchos dolores, pero jamás, nada, se iba a comparar con el ardor que se esparció por mi pecho.

Un «ajá» emitido por Tara tuvo un efecto en mí que provocó que me levantara de golpe, acaparando la atención de mis compañeros y las reposteras. No estaba segura de lo que estaba haciendo, pero sí sabía algo con certeza, quería huir de ahí.

—¿Puedo ir al baño?

No esperé una respuesta, me acerqué a zancadas hacia la puerta y, una vez fuera, corrí hacia la entrada de los baños. Me encerré en el primer cubículo que encontré desocupado y sujeté mi cabellera con fuerza, ejerciendo presión en mi cerebro, o eso era lo que esperaba.

La curiosidad por saber lo que Clark diría me mataba lentamente, pero era incapaz de soportar el ardor creciente que me generaría si me hubiese quedado allí a escuchar sus palabras.

Yo había escrito esa carta.

¿Yo la escribí?

Comencé a dudar de mí misma, todo me parecía una vil mentira.

No sé cuánto tiempo pasé inmersa en mi soledad, pero unos pasos no tardaron en escucharse, conteniendo todo pensar. Se detuvieron delante del cubículo y no me cupo duda de quiénes se trataron.

—¿Emma? —llamó Ella.

Sorbí el líquido que salía por mis fosas nasales, ahí fue cuando me percaté de que comenzaba a llorar, que lágrimas habían salido con descontrol de mis ojos.

—¿Emma? ¿Estás bien? —preguntó Alex, con la voz apagada.

—¿Qué pasó? —inquirió Mía.

—¿Quieres hablar? —esta vez fue Lissa quien preguntó.

—Estoy bien —tosí, tallando mi rostro con mis manos.

—¿Tuvo que ver con Tara? ¿Con Clark? —quiso saber la lila, no se darían por vencidas hasta sacarme la última gota de información.

Emití un sonido hueco que afirmaba su suposición.

Abrí la puerta del cubículo, cual dividía a las cuatro chicas de mí, ante tanta insistencia. Las cuatro chicas me observaron, sus rostros fijos en mí estaban serios y más pálidos de lo normal.

—¿Tara le dijo a Clark que es tuya la carta? —preguntó Mía con una evidente preocupación plantada en su rostro.

—Creí que no habría algo peor que eso —hablé con los ojos llorosos—. Tara le dijo a Clark que ella —tragué en seco, observando mi entorno, desviando mi mirada, con la nariz llena de cosquilleos y los ojos rojos— que ella escribió la carta.

Todas guardaron absoluto silencio, cuando mi mirada volvió a ponerse sobre ellas, observaron mis ojos rojos, llenos de lágrimas.

—Tal vez no importa —comenté, volviendo a tallar mi rostro para limpiar las lágrimas. Intentaba hacerme creer algo que era un intento inútil.

—¿No importa? —preguntó Ella con un tono de ironía— ¡Ay, señor Jesús!

Todas las presentes se mantuvieron calladas, incluyéndome. Sin embargo, fui yo la que rompió, nuevamente, el silencio.

—Antes de venir hacia acá, ¿no vieron a Clark y Tara?

Todas me dieron una respuesta negativa, menos Alex.

—Los alcancé a ver de reojo —comentó, jugando con sus dedos—, los vi sonreír. Nada más.

Una lágrima logró resbalar por mi mejilla, la cual limpié con la rapidez suficiente para no dejarla pasar por debajo del pómulo.

—Clark y Tara no combinan... no quiero que combinen —espeté, masajeando mi sien— pero sí se atraen.

—¿Qué fue lo que la llevó a hacer eso? —espetó Ella con molestia.

—¿No es obvio? —preguntó Mía con ironía— Disfruta de molestar a nuestra querida Emma —sus ojos se encontraron con los míos y prosiguió—: es una chica muy retorcida —escupió con un toque de amargura—, si sucede algo entre ellos —usó sus dedos como referencia—, es porque no te merece. Emma, eres demasiado buena para alguien que pueda tomar la decisión de ir con alguien muy mala.

Llené mis pulmones de aire, sin poder decir algo al respecto, me hallaba sumida en un mundo estático, gris, sin rayos de sol. Todo se destruía en cada sentir, con cada segundo que pasaba. Los colores vivos se transformaban en opacos poco a poco hasta llegar al gris y comenzar a desintegrarse, a consumir todo a su paso.

—¿Emma? —la voz de Ella se escuchó lejana.

—¿Es posible que se ponga más pálida? —expresó, en la lejanía, Alex.

—¡Emma! —gritó Ella con desesperación, como si estuviese en el Monte Everest.

No veía nada de la realidad, todo era oscuro, sólo sentía el calor de las lágrimas que resbalaban, con descaro, por mis mejillas.

Abrí los ojos cuando las manos de Ella se posicionaron en mis hombros y me zarandearon. No me percaté de cuándo cerré éstos.



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En el texto hay: colores, romance, obsesiones

Editado: 07.01.2021

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