Abducir no era una palabra que definiera correctamente a Tara, aunque ella creía ser la admiración de todos por su forma de vestir, sus groserías y el hecho de que se enfrentaba a los maestros... bueno, en eso muchos la admiraban, pero una vez que la conocías verdaderamente, solamente deseas que le corten la lengua para que cierre su boca mentirosa. Algo sencillo.
Tara tenía el celular de Clark porque Clark debía estar con ella. Mi corazón latió con tanta fuerza que temí que Tara, a través de la línea, lo escuchase. Tara no debía saber que yo llamé a su novio, ¿por qué? Nos amenazaría a ambos para que Clark deje de verme y yo deje de ver a Clark.
Así que, para salvar el pellejo de los tres (lo cual era extraño porque Clark no engañaba a Tara conmigo), decidí no ser Emma en esos momentos.
—¿Bueno? —refunfuñó Tara con vehemencia al micrófono.
—Bueno —hice mi voz mucho más grave y quise que la Tierra me tragara. Me sentía ridícula y a millas se notaba que era una voz falsa. Debí meterme a teatro cuando mamá lo propuso.
—¿Eh? —inquirió Tara, haciendo su voz aguda por la sorpresa—, ¿disculpa? ¿Quién habla?
Okay, debía pensar en algo, ¿inventarme una historia? ¡Olvídalo! Era pésima para eso, la narrativa no era lo mío, cantar sí, pero no le cantaría a Tara.
—Necesito hablar con Clark urgentemente, ¿se encuentra? —mascullé con la voz grave.
Oh, ¿por qué me suceden estas cosas?
—Eh... sí, claro, ¿de quién?
—Diga que Laendler le busca —musité, con ese nombre Clark sabría de quién se traba, después de todo, ése era el nombre de la canción de la danza astruica.
—Clark, alguien que se llama Laendler te busca —escuché decir a Tara en la lejanía.
Hubo un silencio, en el cual, seguramente, Clark estuviese meditando el nombre. Después de unos minutos la voz confusa de Clark sonó en el micrófono de la otra línea, volví a colocar una moneda con miedo de que pronto se acabase el tiempo.
—¿Bueno? —preguntó con la voz queda.
—Ay, gracias a Dios —musité con mi voz normal.
—Ah —expresó Clark y tuve que cortarlo.
—No digas mi nombre, por el bien de todos.
Ahora era una espía Rusa que quería salvar el planeta de un ataque de aliens drisfrazados de humanos.
—Así que, ¿ahora eres Leandler?
—Laendler. Supuse que entenderías que era yo.
—¿Por qué? —Clark rio. Y su risa hizo que olvidara por completo todo lo que había pasado en casa.
—Porque así se llama la danza.
—Ah —masculló—, ¿por dónde me estás hablando, Emma?
—Un teléfono público, me castigaron en casa, pero necesito que nos veamos.
—¿Ahora?
—Ahora. Tienes algo que hacer.
—¿Tengo algo que hacer?
—Luego te explico, te veo en el parque.
Cuando Clark iba a decir algo más, la llamada finalizó. Dejé el teléfono en su lugar y caminé hacia el parque para esperarlo. En mi bolsillo traía el polvo de estrellas.
Minutos de espera después, Clark apareció con un sembalnte sombrío, guardaba sus manos en sus bolsillos y caminó a mí lentamente, yo me levanté de la banca en la que estaba sentada. Saqué el frasco.
—¿Qué sucede? —preguntó secamente.
Con mi dedo, señalé las estrellas.
—No sé cuánto tiempo me queda para que mis papás se den cuenta que no estoy y me vaya peor todavía, pero, necesitas despedirte de Freya.
Clark hizo una mueca, la simple mención de su difunta amiga le dolía mucho, me acerqué, tomé su mano y le dejé el frasco de polvo de estrellas en la mano.
—Lo que tienes que hacer es despedirte como hubieses querido, desear algo para ella y lanzar un poco del polvo al cielo, arriba de tu cabeza —señalé.
Clark no estaba muy convencido, pero en verdad quería despedirse (y eso haría que cumpliese algo de su lista secreta). Observó las estrellas y buscó entre ellas. Señaló la más brillosa de un conjunto y exclamó.
—Ella es.
Seguido, se acomodó denajo de ésta y comenzó a decir:
—Freya, mi Diosa del amor... muchas veces me pregunté que qué haría sin ti en esta vida, eras la única que me escuchaba y podía contar contigo cuando sea. Cuando la carta de Tara llegó a mí, tú me aconsejaste. Cuando la conociste no fue mucho de tu agrado, creíste que la carta no debía ser de ella, pero tú me ayudaste a encontrar el amor, a pesar de que decías no tener ese don. Lo hiciste. Fuiste una muy buena diosa. Ya no estás aquí, en carne y hueso, junto a mí, pero ahora sé, por más extraño que me parezca, que tú eres una estrella, la más reluciente de todas, la más hermosa de ahí arriba, y que así, cada noche, puedo hablar contigo, como antes, cuando llegabas con el corazón roto después de las amenzas de Dominik, o después de que hayas estudiado con Joshua. Así como tú estuviste para mí y yo lo estuve para ti de forma física, también podeos estarlo así en estado mental.
»Deseo, con todo mi corazón, Freya Tatsis, que seas feliz siendo una estrella. Dijste en tu diario que las estrellas amaban los chistes, que se reían de todo y estaban condenadas a ver la vida desde el cielo, así que sé con certeza que, si eso es verdad, ahora mismo me estás viendo y espero que, en vez de estar llorando (como yo), te estás riendo de las bonitas palabras que te dedico.
Dicho eso, Clark, entre lágrimas, tomó del polvo y lo lanzó arriba de su cabeza, hacia la estrella que resplandecía con fuerza.