Tintes de Otoño

17. Un Mundo Ideal

Esa tarde, al salir de la escuela, me sentía más pesada, más rota y más gris        

Esa tarde, al salir de la escuela, me sentía más pesada, más rota y más gris. Tal vez Clark tenía razón, no era solo el amarillo o el blanco, era todos los colores y, para mi mala fortuna, la mayoría del tiempo había sido un gris.

Las cosas negativas son las que más peso tienen sobre nosotros, cualquier cosa nos sumerge, sin embargo, si se trata de algo positivo, tienen que ser mil para superar la negatividad.

¿Por qué no podía ser al revés? Se trata de que lo positivo es mejor y más sano que lo negativo, pero nosotros siempre estamos dispuestos a sumergirnos en un infierno que arde dentro de nosotros, las cosas buenas que suceden son como una ráfaga, en cambio, las malas perduran con nosotros, en cada momento y en cada rincón de nuestra mente.

Yo, por más amarilla o blanca que fuese, no era la excepción. Era una humana que, al igual que todos, se sumergía en lo negativo, en el mundo gris, por más insignificante que fuese.

Había puesto de mi parte para no decaer después de los catastróficos días donde creí haber perdido mi vida en un abismo. Intenté ser fuerte. Intenté mantenerme positiva. Ser feliz.

Pero todos terminamos explotando si nos retenemos.

Esa tarde no comí, los sentimientos negativos habían ocupada cada espacio de mi estómago y el apetito no era algo que tuviese. Estaba mal, pero no estaba mamá para obligarme. Así que aproveché el tiempo de sobre para utilizar un teléfono público que yacía en la esquina de mi ruta, saqué el conjunto de monedas y marqué al número de Jack, que, para mi suerte, mi celular lo había registrado.

No tardó en responderme el chico de los hoyuelos.

—¿Sí? ¿Quién habla? —preguntó del otro lado de la línea.

—Soy Emma —murmuré con un nudo en el corazón. ¿Era eso posible? Porque así lo sentía yo. Sentía un nudo que con cada latir se asfixia.

—Oh, ¡Emma! —exclamó Jack—, ¿sucede algo? ¿Desde dónde llamas?

—Me castigaron terriblemente.

—Oh —su voz se cortó ante la sorpresa.

—Y terriblemente lo tenía merecido.

—¿Ahora qué hiciste, niña rebelde?

Clark decía que era una niña buena, ¿una niña buena le daría un susto de muertes a sus padres como lo hice yo al desobedecerlos? Tal vez una niña rebelde sí. Pero lo menos que quería hacer era herir a mis padres, así que me tenía bien buscado el castigo.

—Cómo te metes en problemas.

—Malas fortunas —corregí.

—Deberías practicar la ley de atracción, te irá mejor.

¿Nunca se cansaría de hablar de eso? Bien tenía entendido que no. Pero realmente no estaba de humor ni necesitaba que el consejo fuese ley de atracción, ahora. Es fácil para él, para mí no. Lo que necesitaba antes de ir a cantar con el corazón hecho polvo era un consuelo, saber que podía confiar en alguien.

—Bien, no necesitas eso —susurró Jack al ver que no contestaba—, ¿quieres decirme qué pasó?

—Todo inició con una salida imprevista y el hecho de no ver el celular para avisar o contestar.

Jack bufó del otro lado.

—Vaya. Entonces te lo buscaste, supongo. ¿Saliste con Clark? —inquirió.

—¿Ya ves el juego de la lista secreta?

Así le conté todo mi día del lunes, más lo que había sucedido con las reposteras y la desgracia que caía sobre mí. ¿Por qué vivir era tan complicado?

Estar encerrada con cremas, vitaminas y bloqueador (no vivir), era mucho más fácil que ser feliz y salir a ver los colores. ¿Por qué todo se volvió más complicado?

Todo inició con Clark. Con la carta. Y con el hecho de que yo quería vivir antes de que fuese tarde. Para colmo de males estaba mamá, quien no me entendía en lo más mínimo y no daba de su parte para hacerlo, se limitaba a ser ella y llamarme a mí como ella quisiese, como he dicho: un demonio.

¿Qué era lo que papá veía en mamá? No tengo idea.

Papá una vez me dijo que Zoé le había prometido ser mejor persona cuando empezaron a andar, que por eso Ollie y Diana eran sus amigas, que por eso era más sonriente y más abierta. Pero no había forma de controlar sus ataques, cuando mamá se enojaba, explotaba.

Jack me tranquilizó y me recordó los colores que hay en el sendero y otros colores que habría en otoño. Me recordó el hermoso atardecer, los árboles que cambian y cambian cada vez.

Así, un poco más tranquila, pude irme a mi ensayo. Saludé a todos un poco más alegre y me preparé para calentar la primera hora. Las horas restantes las dediqué a cantar, cinco veces cada una de las canciones, encargándome que todo saliese bien, de ser posible. 

Al salir, Clark esta vez no me esperaba, así que hice mi camino sola, cargando sobre los hombros con la desilusión. Ya que necesitaba al menos un rayito de sol en ese día. El camino era mucho más oscuro que de costumbre, así lo sentía yo. Desconocía cada uno de mis pasos y me sentía desconfiada. Antes de todo esto yo lo hacía sola. Caminaba sola para regresar a casa, nadie me esperaba.

Pero ahora sí me sentía sola.

Añoraba tener alguien para platicar en mi paseo.

Así que, para quitar esa angustia, hablé conmigo misma.

—¿Por qué Tara nos invitó a su fiesta?

Fue la primera pregunta que se vino a mi cabeza, quería saber qué clase de truco había detrás de esa fachada. Tara no podía invitarme así porque sí, me queda demasiado claro que yo le caigo mal. Lo único que sabe hacer en cuanto me ve, es burlarse de mí.

—¿Será una trampa? Pero, ¿y si no lo es?



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En el texto hay: colores, romance, obsesiones

Editado: 07.01.2021

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