Tintes de Otoño

22. Reposteras

Era lunes a primera hora de la mañana, las frías manos de Caty sostenían mis mejillas con fuerza, mientras penetraba mis ojos con los suyos, los achicó, alzó las cejas y apretó sus labios, dando a entender que había encontrado algo en su análisis,...        

Era lunes a primera hora de la mañana, las frías manos de Caty sostenían mis mejillas con fuerza, mientras penetraba mis ojos con los suyos, los achicó, alzó las cejas y apretó sus labios, dando a entender que había encontrado algo en su análisis, sin embargo, no había dado con una respuesta certera.

Quedaban diez minutos para que el día empezara con sus clases.

Caty no dejó de observarme, sus grandes ojos marrones trazaban mi rostro.

—Algo tienes —sentenció después de terminar su inspección, sin dejar de escudriñar mi pálido rostro.

—¿Qué? —fue lo único que pude emitir.

Caty quitó sus manos y se acomodó en la banca. De vez en cuando algunos estudiantes pasaban para ir camino a sus salones.

—Sí, ¿qué pasó? —inquirió, observándome fíjamente. No dije nada, junté mis labios y me encogí de hombros, sintiéndome insegura.

Caty se mantuvo firme, sin dejar de observarme, con ese tipo de miradas que dicen que pronto te matarán si no hablas. Ciertamente, Caty era con la única que podía hablar de cualquier cosa sin que me juzgara. Si tuviese que elegir a una de mis amigas, no podría escoger solamente a una de las reposteras, porque ellas vienen en conjunto, pero Caty sería la primera opción, ocupa el puesto y el título de mejor amiga, les guste o no a las chicas pastel.

Desvié mi mirada, intentando acomodar todas las palabras que revoloteaban dentro de mi cabeza. Cuando mis ojos se volvieron a conectar con Durazno, ella esbozó una sonrisa, comprendía el momento. Si Mía o Ella hubiesen estado ahí, me hubiesen presionada para hablar, en cambio, Caty sabía que necesitaba un momento para saber cómo debía contarlo.

—Clark y yo nos besamos.

Bien, ése no era el inicio, pero es de lo más sorprendente. Era un dato que no podía creer, algo que rondaba en mi cabeza, brincando, gritando, rodando... haciendo de todo e inevitable llamaba mi atención. Me sentía presa de esas palabras que no me había dejado dormir (cual caso, nunca dormía, pero era un pequeño motor que me mantenía con energía, sin poder pensar en que tenía sueño).

Caty me observó perpleja. Primero alzó las cejas y luego su expresión se detonó como una bomba al marcar el segundo cero.

—Bueno, ayer fue un día muy raro, ¿recuerdas la fiesta de Tara? —pregunté levantando el dedo.

—¿En la que bailaste con él slowly?

Yo asentí levemente.

—Después de la fiesta Tara y Clark terminaron, dijo que Tara vio algo que él no pudo ver. Dijo que él siempre sospechó que yo era la de la carta, luego me llevó a la playa y...

Caty me detuvo, se paró en seco, se postró delante de mí y tomó mi brazo con fuerza. Levantó las mangas y vio mi afectada piel, rompiéndose, seca y rosada. No era blanca. Había tomado un tono rosado que podía ser mortal.

Caty achicó sus ojos y me observó escandalizada.

—Valió la pena —emití.

—Tienes que parar. Tienes que parar —repitió, teniendo una crisis.

—Pero, Caty... sabes lo importante que es para mí.

—Sé lo genial que te la pasas pensando que puedes ser un poco más normal, pero te haces un daño horrible. ¿Tu mamá ya te vio?

—Dios, me mató anoche. Cuando entré a casa pegó un grito mortífero, de tan solo escucharla hui a mi habitación y me encerré. Luego me vi en el espejo y entendí porqué me ardía tanto todo.

—¿Y...?

—Intento abrir la puerta varias veces, papá la acompañó, igual iba hecho una furia.

—En todo su derecho.

—Yo me quedé pegada a la puerta, estaba muerta del miedo, a pesar de darles la razón. Mamá me gritaba del otro lado y lloraba. Duró alrededor de una hora. Ambas pegadas a la puerta por lados contrarios, hasta que se hartó. Yo permanecí en mi habitación hasta la mañana.

—¿Te echaste algo?

—Me obligó a usar montones de cremas, bloqueadores y más.

—Con razón tu rostro estaba algo graso.

Cuando vimos que el resto de los estudiantes que había estado fuera, comenzaban a encaminarse a sus salones, nosotras hicimos lo mismo. Mientras caminaba al aula, me sentí diminuta e indefensa. ¿Ya estaría Clark? ¿Y las chicas?

¿Qué les diría a ellas?

Mi piel se sentía reseca, rasposa y densa, era extraño verla de un tono tan notorio. Seguro mi rostro no se salvaba, para no preocupar a nadie decidí que diría que quise darme color. Ojalá no preguntaran cómo, porque ahí sería mentir y no exagerar la realidad.

Cuando entré al salón ubiqué a Clark y Tara sentados en su lugar, tras de Lissa y mi asiento vacío. Ambos lucían como antes de haber sido pareja, los buenos amigos que eran. Ella y mía reían a carcajadas y Alex, que estaba delante de ellas como otro chico, escuchaba música, realmente concentrada.

Pasar desapercibida no era para nada lo mío. Mis amigas me observaron cuando puse pie dentro de la habitación, Ella y Mía me ignoraron, siguieron riendo y viendo vídeos, Alex alzó las cejas, escudriñando mi rostro. Lissa me sonrió y siguió dibujando en el post-it rosado que yacía sobre su tabla de escritura. Cuando volví a sentarme junto a ella, paró el lápiz y levantó su rostro de forma rápida. Había notado algo en mí.

Al verme, formó un círculo con sus labios y ladeó su cabeza.

—¿Qué te hiciste?



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En el texto hay: colores, romance, obsesiones

Editado: 07.01.2021

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