Tintes de Otoño

24. Dos voces... ¿una canción?

Todas las cosas ocurren por algo        

Todas las cosas ocurren por algo. Cierto era que miedo no me faltaba, no era capaz de dar un paso todavía, no era capaz de articular un «oye, me gustas», era incapaz de no desvanecerme antes de formularlo siquiera.

Llegué temprano a la escuela, me senté y observé la blanca pizarra delante de mí. Mi cuerpo flaqueaba en su totalidad, me sentía desfallcer de tan solo pensar lo que podría suceder ese día. Dejé el papel con la lista de Clark sobre la mesa y dejé caer mi mano sobre ella, sintiendo la textuera del papel con las yemas de mis dedos.

Estaba sola en el auloa, mi corazón palpitaba tan rápido, subía por mi garganta y lo escuchaba perfectamente, temí que, si alguien entrase, pudiese oírlo tan claro como yo lo hacía. 

Doblé la hoja y volví a guardarla. Solté las trenzas que formaban mi cabello y lo acomodé con los dedos. Simplemente permanecí ahí, dentro del aula, tarareando canciones. La primera repostera en llegar fue Lissa, como siempre. Se sentó junto a mí y me abrazó.

—Hola, Ems.

Esbocé una sonrisa para ella y la saludé de la misma forma. Ambas caminamos por el pasillo, en busca de sol, permanecimos de pie junto al barandal de las escaleras, esperando a las chicas. Ambas teníamos mucho frío esa mañana.

—Tienes muchas ronchas, Emma —comenzó a decir Lissa, en un tono muy preocupado—, creo que es mejor que no estemos aquí.

—Estoy bien —la detuve fríamente.

La verdosa me observó achicando los ojos, me analizaba y desaprobaba mis ronchas. Sé el daño que me hacía, tendría un poco más de cuidado, saldría más noche para cumplir el resto de las cosas de la lista. Si me amaba, debía cuidarme, ¿no?

Al fin comprendí que vivir no era hacerte daño por vivir. Vivir se trataba de amarte, ésa era la clave para vivir adecuadamente.

Lissa ladeó sus labios y ambas permanecimos en silencio, hasta que Ella se nos unió, nos saludó de beso, con una amplia sonrisa y sus rizos alborotados, seguido, dejó sus cosas en el salón y se postró junto a nosotras, debajo del sol.

Desde ese lugar podíamos ver a quienes iban pasando y quiénes subían. Alex y Mía llegaron casi al mismo tiempo. Mía tendía a llegar tarde, pero esa mañana no ocurrió así, sorpresivamente. Cuando Jacob y Clark llegaron, Jacob se robó a Mía con una simple sonrisa y pasearon por las instalaciones.

Clark se detuvo delante de nosotras, esta vez yo estaba en medio, pegada a la esquina. El muchacho sujetaba el agarre de su mochila, con nerviosismo. Nuestros ojos se conectaron y acalambraron mi cuerpo en una dulce miel de maple.

—¿Podemos... podemos charlar, Emma? —pidió, tragando en seco.

Observé a las chicas, Ella y Alex sonreían. La naranja sonreía tanto, que sus ojos siempre parecían estar cerrados; Lissa se encogió de hombros y ésas fueron las pautas para que aceptara la propuesta de Clark.

Me despegué del barandal y caminé junto a él al salón. Dejó sus cosas en su lugar, tras del mío, Tara ya había llegado, no estaba en el salón, pero sus cosas sí.

Luego salimos y bajamos los escalones, pasando junto a las tres reposteras que se reían a carcajadas por alguna cosa que, tal vez, Ella hubiese dicho.

Rondamos por las instalaciones, primero nerviosos y sin decir nada. Pero me sentía un poco más segura después de la plática de ayer. 

Me ardía la piel, el sol se adentraba en ella, cababa y cababa para poder acoplarse a mi alma. Había dicho que el sol y yo teníamos un romance prohibido. De eso es trataba, los dos nos amábamos, pero nos hacíamos daño. Éramos almas gemelas, yo era parte del sol. Sabía que, si algún día moría, yo sería el próximo sol. Alumbraría la vida, daría calor. Sería eternamente amarilla.

—Quisiera ser el sol —musité, observando el cielo, sin dejar caminar.

Clark humedeció sus labios y lo sentí tensarse. Me observó, siguiendo el mismo camino.

—Ya eres un sol, Emma —murmuró.

Clark crepia que yo era el sol. Él complementaba que yo alumbraría al mundo, dándole color, calor y amor. La gente amaría estar entorno mío, de esa forma calentarían sus pieles y su alma. Y, desde arriba, buscaría a las personas como yo para darles a entender que ellos, por igual, son soles como yo.

Cuando quise dar un paso, algo me detuvo. Alguien detrás de ambos, alguien que pronunció mi nombre tímidamente y tocó mi hombro. Cuando giré pude ver el cabello oscuro de Tara cubriendo, casi por completo, su rostro.

—¿Puedo hablar contigo? —musitó.

Humedecí mis labios y la observé. Estar sola con Tara siempre me había parecido una terrible idea, esa chica había sido capaz de hacerme muchas cosas. Buscaba opacarme y hacerme sentir menos, desconocía porqué me tenía tanto odio, porqué se desquitaba conmigo, hasta ese momento.

No me pareció tan mala idea ir a hablar con ella. No pude decirle que no, viéndola en ese estado, me sentí mal y la coorendí sin la necesidad de que me dijera algo.

—Quiero disculparme —soltó, por fin, cuando nos hallamos en un lugar aislado, debajo de las escaleras, donde, arriba, mis amigas yacían riendo—, he sido un aterrible persona contigo, día con día, año tras año. Sé que he cometido errores, y lo acepto. Nada me justifica, pero... tal vez quieres saber el por qué de mi comportamiento.

Clramente quería. Todos esos años creí que algo malo, algo terrible, le había hecho a Tara y, por esa razón, ella me hacía sentir, tal vez, igualmente mal. Por culpa de ella (y muchas otras cosas), no me amaba antes. Porque siempre me echaba en cara lo fea y blanca que era. Lo delgada y enfermiza que podía llegar a ser.



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En el texto hay: colores, romance, obsesiones

Editado: 07.01.2021

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