Tintes de Otoño

28. Buscando a los Owlman

Los minutos pasan rápido cuando caminas, pero pasan lento cuando te estancas en algo, buscas y esperas        

Los minutos pasan rápido cuando caminas, pero pasan lento cuando te estancas en algo, buscas y esperas.

Cuando llegamos a la casa de Tara, un lugar sombrío por todo el vecindario, casas pequeñas y árboles artificiales. Clark tocó la puerta y ambos esperamos. Tocó una y otra vez, cada vez más fuerte y con más insistencia que las otras veces.

—¡Tara! ¡Tara! —gritaba con fuerza, su voz se volvía cada vez más grave y resonante.

Sin embargo, nadie abrió la puerta. Cuando le pedí que guardara silencio y pegué mi oreja a la puerta de madera, no logré escuchar nada. Todo lucía abandonado, sucio y era extremadamente silencioso.

—Clark —murmuré—, creo que no hay nadie.

El muchacho me observó, retrocedió con dos pasos y me observó atónito, negando con la cabeza repentinas veces.

—¿Si no están aquí...? —permaneció en silencio, observando su entorno, alarmado— ¿Dónde están?

Una anciana, con el cabello canoso como la nieve (blanco como el mío, pero en escalas de gris), avanzó enfrente nuestro con una bolsa de compras, cual lucía pesada. Iba camino a la casa de a lado. Clark, al verla, se acercó en un veloz movimiento.

—Disculpe, lamento molestar —comenzó el muchacho, yo me acerqué a él, tímidamente— pero estamos buscando a la familia Owlman, viven en esta casa —la señaló.

La anciana se vio alarmada, observó a su entorno y avanzó sin darnos importancia. Clark se confundió, pero le siguió el paso, en busca de respuestas.

—¿Puedo ayudarle con eso? —preguntó un vez junto a la mujer de la tercera edad, señalando la pesada bolsa.

La mujer se apartó de Clark y lo observó con repudio.

—No, estoy bien.

—Luce muy pesada —continuó—, yo puedo ayudar con eso.

—No. Si lo haces, vas a querer hablar —rezongó la anciana de mal genio.

—Por favor, mi amiga lleva días sin aparecer, necesito... necesita saber si sabe algo.

Casi llegaban a la entrada de la casa, yo iba tras de ellos, pequeña y como un fantasma.

—Ve a hacer tus cosas —comentó la abuela meneando su mano y abriendo la puerta.

—Por favor —suplicó Clark.

—Que te vayas —gritó con potencia, metiéndose a la casa y cerrando la puerta con fuerza, ésta resonó a la par de nuestros corazones. Ambos nos quedamos ante ésta, observando nuestra, quizá, última esperanza para saber lo que había sucedido.

Clark se giró, su mentón ejercía fuerza, sus ojos chispeaban y sus labios se mantenían rígidos. Se sentó en el escalones de la casa y ocultó su rostro con sus manos. Me senté junto a él, pasando mi fría y pálida mano por encima de sus hombros.

—La encontraremos, Clark, lo haremos —susurré, no muy segura, observando un punto fijo delante de mí.

—¿Y si no? ¿Y si algo ya les ocurrió?

Su voz se volvió gangosa. Pronto comenzaría a llorar. Sin saber qué hacer, lo abracé. Él permaneció en silencio un rato más y cuando, por fin, comenzó a expulsar todo, la anciana se asomó por la ventana y golpeteó la ventana con un bat.

—¡Lárguense! —gritó.

Clark alzó la vista, con los ojos rojos y húmedos. Yo observé a la señora, me levanté de un salto, y me pegué a la ventana.

—¡Oh, vamos! —farfullé— ¿No tiene sentimientos?

—Me casé con alguien con dinero, cuando murió no me dejó nada, a mis hijos no los dejo entrar y no les hablo, ¿por qué a ustedes debería decirles algo de una familia que no me incumbe? —gritó, alzando el bat.

Me encogí de hombros y retrocedí, estirando mi mano hacia Clark, él la tomó, tras levantarse del escalón, negó con la cabeza y, cuando me dispuse a contestarle una maravillosa frase a la mujer, Clark me jaló.

—¿Ah, sí? Pues...

Entonces perdí la idea y decidí hacerle caso. Clark sonrió una vez que nos alejamos de la colonia. Pero estaba triste, muy dentro de él se desmoronaba, su respiración se deshacía de esa densidad que lo ahogaba internamente.

Caminamos por un largo rato, hasta que comenzó a reír, negó con la cabeza y me observó.

—¿Qué ibas a responderle a la anciana testaruda? Ninguna respuesta ingeniosa empieza con un ¿ah, sí?

Lo observé un tanto indignada, estaba segura de que mi respuesta era lo bastante ingeniosa, pero con el jaloneo del chico, lo había olvidado.

—Dicen que si olvidas algo que ibas a decir, es porque es una mentira —informó—, yo digo que era tan malo que tu cerebro lo expulsó cuando tuvo oportunidad.

Clark se burlaba de mí. Solté nuestro agarré y me crucé de brazos, él notó mi enfado y me rodeó con el brazo.

—Solamente digo que no eres buena para insultar, pero sí para halagar. Eres demasiado buena, Emma.

Así fue el primer día que buscamos a Tara, con un desenlace nefasto. Bueno, a la primera no lo logras todo, es un hecho, por eso no nos dimos por vencidos, al segundo día, salí temprano de casa, papá decidió irse el fin de semana a México con su familia. Lo despedí en la madrugada, cuando su taxi arribó frente a la casa.

Después de desayunar, ayudé a mamá con la casa, le mandé mensaje a Clark diciendo que me tardaría poco más. Al finalizar, caminé al parque y ahí estaba el chico azul, sentado en una de las bancas.

Caminamos, una vez más, hacia la casa de Tara, permanecimos media hora en espera, en ningún momento se escuchó algo, la casa estaba sumida en un completo silencio. La anciana no salió de casa, pero nos observaba, alarmada, desde la ventana.



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En el texto hay: colores, romance, obsesiones

Editado: 07.01.2021

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