Tintes de Otoño

34. Tenía que pasar

#HolaBebéClarkTodosTeAmamos

#FuerzaEmmaNoSeasTonta

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Tremendo. Me da risa la palabra, pero queda para expresar lo que pensé el primer día que regresamos a San Diego. El viento era tranquilo, el mar se asomaba como de costumbre y el cielo iluminaba perfectamente, me sentía en casa, aquel lugar que me había brindado cobijo por muchísimo tiempo, me veía presa en sus garras, pero estaba cómoda en ellas.

Definitivamente había extrañado el aroma de San Diego, la brisa del mar y lo bien que está puesto en la Tierra.

Desperté temprano para asistir a clases, cuando ya andaba cambiada y dispuesta a salir de la habitación para usar el baño, Tara se plantó delante de mí en un repentino salto que surgió de la nada.

Esbozó una sonrisa y con los ojos indagaba en mí, inquiriendo algo que, en sí, no lograba descifrar. Alcé la ceja confundida y ella se mantuvo firme ante mí.

—¿Cómo les fue? —preguntó.

—Increíble —concluí, con una sonrisa.

—Me cayó bien tu amigo Jack.

Sí, eso ya lo sabía, se notaba a leguas que congeniaban muy bien. Pero quería saber a qué venían esas palabras que salieron así como así. Me mostré dudosa ante ella y simplemente soltó una risita que jamás en mi vida había escuchado salir de ella.

—Vino a visitarme mientras ustedes estaban en Londres —comentó, contenta—, espero que eso no haya estado mal —imploró, cambiando su gesto a uno temeroso.

Negué con la cabeza y permití que continuara, las dudas asaltaban mi mente.

—Me ayudó mucho hablar con él —continuó—, sabe hablar bien, cuando menos lo esperé ya le estaba contando cosas privadas.

—Jack tiene poderes para eso —objeté.

Tara asintió animadamente, se hizo a un lado para dejarme pasar y ella regresar a su habitación.

—¡Cuando regreses de la escuela y tu ensayo hablamos!

¿Qué le había pasado a la gruñona de Tara? Ninguna respuesta circulaba en mi mente, estaba atónita ante su comportamiento. Sin darle tanta importancia, seguí con mi rutina matutina y pronto me encontré en las entrada del colegio Taylor. Hacía una semana que no pisaba las instalaciones y, claro, no podían faltar los insistentes mensajes de mis amigas.

Mamá me mandó las fotografías esa misma mañana mientras me tomaba asiento en mi lugar correspondiente, donde esperé a que Lissa apareciera. Revisé mi celular, dando a parar a los mensajes del grupo y al chat con mamá y las fotos donde un fantasma salía.

Bueno, ya.

Autoestima es lo que me falta.

Amor propio es lo que me propongo en una bandeja de plata con espinas. Se ve fácil, pero no lo es.

Observé las fotos y, cuando llegué a la que Clark y yo somos protagonistas bajo el Big Ben, mi corazón dio un vuelco. Me detuve en ella apreciando que, definitivamente, había valido la pena.

—¡Bú! —gritó Clark en mi oído mientras presionaba mis caderas. Solté un grito casi ahogado y brinqué, a nada de soltar el celular de mis manos— Oh, ésa es muy linda —señaló, sentándose en el lugar de Lissa.

Lo observé un tanto indignada y todo lo que conseguí fue una sonrisa de boca cerrada.

—Tú... —señale, con los cachetes inflamados. Me había dado un susto...

—¿Yo...? —inquirió, señalándose a sí mismo.

Bufé sin hallar una respuesta, me sentía inútil. No podía abofetearlo con palabras. No era yo.

Pistas de Blue —espeté y Clark soltó una carcajada que erizó mi piel.

Lo observé achicando los ojos, él continuó riendo, hasta que paró y pudo preguntarme:

—¿Quieres sentarte conmigo en clase? Por hoy, luego ya regresas con Lissa.

Era una propuesta inocente, tal vez algo que Tom Sawyer le pediría a Becky si estuviesen en esta época. Una propuesta de niños que se gustan tímidamente. Acepté con una sonrisa, me levanté para mover las cosas unos simples pasos pero Clark me ganó.

Nos sentamos en esos asientos, donde Tara acostumbraba a sentarse. Hacía falta su ceño fruncido ahí en el salón.

Lissa no tardó en aparecer, cuando me vio, esbozó una gloriosa sonrisa y me abrazó, justo cuando me levanté del asiento.

—Te extrañé muucho —exclamó, apretándome más en el abrazo.

—Ay, y yo a ti.

Cuando el resto de las chicas llegaron, se unieron al abrazo, dejándome casi inconsciente a falta del aire. Las había extrañado esa semana, sus locuras hacían falta, aunque había tenido oportunidad de escuchar sus audios y vídeos. Igual, no se compara con verlas. Pareció eterno no tenerlas conmigo,

—Nos tienes que contar todo de Inglaterra —chillaron con entusiasmo.

 

Las clases habían transcurrido de forma silenciosa con Clark junto a mí. Muchas veces nuestros dedos rozaron y nuestras mejillas se calentaron mientras compartíamos miradas cómplices, más adelante, él tomó mi mano por debajo de la mesa.

Qué inocente.

pensar que en Londres nos habíamos besado como nunca hube imaginado, y aquí regresábamos a ser los enamorados tímidos, como niños después de tirarse el cabello.

En los recesos me dediqué a hablarles del viaje, pero no quería dividirme. No quería hablarles a las reposteras con lujo de detalles para después tener que decir lo mismo a Caty. Así que las uní. Estaban todas sentadas en una mesa, incómodas pero escuchándome con atención.

La que menos disfrutaba todo era Mía. Observaba a Caty por el rabillo del ojo, lanzándole improperios mentales y deseándole quién sabe qué barbaridad. Pero no le di importancia. Ambas eran mis amigas y debían saber sobrellevar sus conflictos si me querían.



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En el texto hay: colores, romance, obsesiones

Editado: 07.01.2021

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