Tintes de Otoño

40. Viejo tren

Nada se puede comparar con el ardor de un golpe como el que me había dado

Nada se puede comparar con el ardor de un golpe como el que me había dado.

En el hospital declararon que al final no fue tan grave, puesto que había recobrado el control de mi cuerpo inferior, la expresión de alivio de Clark dijo todo por su parte.

Estuve alrededor de una hora en el hospital, mientras intentaba poder volver a caminar y los paramédicos me hacían chequeos constantes, recetándome distintas pomadas para masajear mi coxis e incluso hicieron comentarios sobre mis ronchas, a los cuales fui oídos sordos.

La mañana siguiente, una vez capaz de poder avanzar normal, pero con un pequeño dolor en la zona, me planteé buscar un tren donde pasear. Debíamos completar esa lista.

Aunque una pena enorme me invadía de tan solo imaginar que pronto podríamos terminarla...

Ojalá fuese eterna...

Porque con ella se iba mi pequeña salvación, el pequeño ápice de esperanza para tener el apoyo de poder vivir.

Bien, suena estúpido que alguien como yo se niegue a cuidarse a sí misma. Sé lo que piensan. Que si me quiero debo ver qué es lo mejor para mí.

Pero lo pongo así: ¿lo mejor para mí es estar encerrada sin vivir? ¿O vivir lo que me queda y estar satisfecha? Imagina que llegue el momento de tu muerte y digas: no hice nada por mí. No disfruté mi vida...

Eso sería peor que cualquier otra cosa.

Es mi pesadilla, mi peor miedo.

—¿Ya? ¿Es todo?

Las voces quedas de la sala se escucharon a través de la puerta. Detuve mi mano a nada de llegar a la perilla, preguntándome quiénes estaban hablando y de qué.

Llegaba de mi arduo día en una prisión juvenil, con tareas sobre el hombro y los exámenes pisando los tobillos. Por poco olvidaba lo que era tener exámenes, hasta que la peor frase que puede decir un profesor fueron surcadas en sus labios.

Eso provocó mi desánimo y había caminado con paso lento, así que debí llegar minutos tarde a casa, de los que comúnmente hago.

—Sí, tienen el camino libre, no deben preocuparse más.

Era una voz gruesa que no reconocía.

Algo me decía que no entrara, a pesar de ser mi casa, pero por otro lado me parecía una tentación insoportable. Quise abrir la puerta, girar la perilla... pero me contuve. Las voces eran apagadas, huecas y apenas audibles.

Contuve la respiración para escuchar de mejor forma y me mantuve delante de la gran puerta de madera.

—¿Qué fue lo que hicieron para lograrlo? —lo que parecía ser la voz de la señora Owlman fue quien preguntó.

¿Eso quería decir que el padre de Tara ya no era una amenaza? ¿Ya no vivirían con nosotros?

Intenté blanquear mi mente, despejar todos mis pensamientos para escuchar claramente sin hacerme ideas.

—Eso no se lo podemos decir, señora —comentó la misma voz gruesa.

¿Quién era él y qué hacía en mi casa?

No se escuchaba como la voz Joshua, Gil o Diego...

—Usted ya no tiene de qué preocuparse —la voz queda de mamá hizo presencia—, si Tifón dice que está todo bien, debemos creerle, él nunca miente.

¿Tifón? Juraría haber escuchado semejante nombre en alguna parte.

Y no me refiero a la mitología griega...

La puerta fue abierta de sopetón, provocando que retrocediera para evitar caerme al suelo (otra vez) o lastimarme con la puerta que mamá abrió bruscamente.

La pelirroja pegó un grito al ver mis torpes pasos, avanzó de forma rápida y me tomó de la mano antes de que cayese y ahora sí me quebrara el coxis.

Tras de ella se dejó asomar un hombre regio y de barba, con la mirada severa, que me observaba atentamente.

—Emma, cariño, ya llegaste.

Sí, eso creo...

Observé al sujeto tras de ella, el dueño de la voz gruesa de yacía unos momentos dentro de la casa. Su mirada estaba sobre de mí y mamá lo notó. El silencio nos bañó hasta que mamá carraspeó para atraer nuestra atención.

Yo solamente intentaba recordar dónde había escuchado su nombre. Tifón. Ya que no me era para nada familiar.

—Cariño —llamó mamá, observándome y soltando mi mano—, él es Tifón —señaló con su mano al hombre delante de mí.

No la observé, permanecí buscando mi respuesta.

—Ella es mi hija, Emma —comentó.

—Vaya, Zoé, no sabía que ya eras madre —el sujeto esbozó una amarga y retorcida sonrisa cargada de soberbia.

Mamá se encogió de hombros y sonrió con nerviosismo. Mamá era muy joven todavía así que muchos se preguntaban cómo es que tenía una hija de mi edad, desconociendo mi adopción. Pero Tifón la conoció más joven, por ende sabía que no estuvo embarazada tan temprano o eso creía.

—Bueno.. sí —respondió mamá con un hilo de voz.

—¿Por eso te saliste de mi agencia? ¿Estabas embarazada?

¡Lo tenía! ¡Él es Tifón...! Él...

Mamá achicó los ojos, como si estuviese en un enfrentamiento vaquero. Sus manos se volvieron puños detrás de ella y negó con la cabeza, con severidad.

—No, fue una decisión propia que no tuvo ninguna conjetura con el tema que propones.

Mamá me aterraba cuando utilizaba ese tipo de lenguaje. Sus raíces del mal se alzaban por debajo hasta cavar profundo y, claramente, algo malo pasaría. Lo mejor sería que Tifón borrara esa sonrisa estirada y burlona para después marcharse.

Sin embargo, el hombre permaneció rígido en el umbral de la casa, recto y mirando a mamá por el rabillo del ojo, no hacía falta decir que era mucho más alto.

Pero he aprendido que nada detiene a mamá, ni la altura ni la fuerza del oponente. Aunque sepa que perderá.



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En el texto hay: colores, romance, obsesiones

Editado: 07.01.2021

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