Oráculo me dijo algo sobre el destino. Un mensaje para Clark.
El príncipe azul estaba sobre su carroza, junto a su madre, quien manejaba con la vista un poco cansada. Clark observaba por la ventana, dentro de nada estarían pisando los terrenos de Los Ángeles. El joven no se veía muy feliz y su madre no tardó en notarlo.
—Cariño, ¿te sientes bien? —inquiere la mujer observándolo por el rabillo del ojo.
Clark limita a encogerse de hombros. Le gustaba viajar con su madre, eso no era ninguna molestia. Lo que le pasaba era algo extraño que no lograba descifrar.
—¿Alguna vez has sentido un mal presentimiento, mamá? —pregunta, después de minutos de silencio.
Su mamá observa el camino dubitativa y luego a su hijo, quien la observaba con tristeza.
—Sí, cariño... —susurra con un nudo en la garganta— ¿qué mal presentimiento tienes?
Clark observa el suelo del vehículo, para encontrarse con su pierna tensa. Muchas preguntas agazaparon su mente.
—No lo sé... —comunica con un hilo de voz para luego observar el camino— siento que tiene que ver con Emma.
La señora Lewis ladea una sonrisa comprensiva y sujeta la mano de su hijo sobre la pierna de éste.
—Oh, esa maravillosa niña —comenta divertida—, ella sabe cuidarse, cariño. estará perfectamente.
Ambos guardaron silencio después de sus palabras. Observaron el camino, serios, casi estáticos, con sus manos entrelazados mientras la señora Lewis acariciaba la mano de su hijo.
—Dime, ¿de verdad te gusta?
—Más que eso, mamá —responde con una boba sonrisa sobre lo labios que, seguramente, estando en mi cuerpo, me hubiese partido el corazón—, ella es la indicada.
—¿Ah, sí? —interroga la mujer con mofa. Le gustaba ver a su hijo de esa forma, seguro, sin titubeos ni tristezas. La preocupación que antes invadía su rostro se había esfumado.
Clark se encoge de hombros, con las mejillas encendidas.
—Sí, mamá. Recuerdo que Freya dijo que me esperaba una chica como Emma... especial, capaz de todo —comenta con la misma sonrisa, un suspiro la atraviesa.
La señora Lewis sonríe divertida y le hace entender que a ella le agradaba mucho aquella chica albina. Luego esperaron hasta llegar a Los Ángeles. Llegaron cuando el reloj marcó las ocho. Clark baja del vehículo observando a los lados y a su madre, quien camina a la cajuela.
Observó el hotel donde se quedarían esos días. Era cómodo, no tan grande ni lujoso, pero se veía agradable como para descansar por las noches.
Cuando se decide por bajar las cosas, su celular vibra con una llamada. Frena frente a su madre y observa la pantalla del celular, se trataba de Ella.
Con emoción, contestó la llamada mientras una enorme sonrisa invadía su rostro. Su mamá se muestra igualmente emocionada. Tenía conocimiento de la carta que había escrito su hijo, no con lujo de detalles, pero sabía de su existencia.
Tenían una relación muy bella, llena de confianza. Clark era capaz de contarle absolutamente todo a su madre.
Pero su sonrisa se desvanece mientras un grito ahogado se escucha del otro lado de la llamada. Los ojos azules de Clark se inyectan de sangre, resaltando su pupila. Su madre le observa confundida, sin saber qué hacer, deja la maleta en el suelo y se congela.
—E-Ella, ¿qué estás diciendo? —pregunta con cierta desconcierto.
Ahí es cuando el joven se echa a llorar, cortando la llamada y subiéndose de nuevo al vehículo. Su madre le hace compañía, tomando sus manos, esperando a que su hijo dijese algo.
¿Sería que Emma le rechazó? Se preguntó.
—¿Podemos regresar? —inquiere el joven entre sollozos y jadeos.
Su madre lo observa con tristeza y asiente con la cabeza. Vuelve a salir del vehículo para subir las maletas que ya había bajado. Le había hecho mucha ilusión el viaje, pero no podía negarse a su hijo viéndole de esa forma.
Eso quería decir que algo realmente malo había sucedido.
—¿Vas a decirme qué pasó, Clark? —interroga la mujer subiéndose al vehículo rentado.
—Es Emma... —musita, limpiando sus lágrimas, en vano, ya que vuelven a salir.
—¿Qué le pasa?
—Que le pasó —corrige, volviendo a sollozar—, mamá... —llama como un niño pequeño, aferrándose a ella— Emma ya no está...
Ver a Clark de esa forma me hubiese destruido. estaba triste por verlo así, pero ahora el sol.
—¿Cómo que no está? —inquiere la mujer confundida y con el corazón roto por la acción de su hijo.
—Que está... ella...
Clark era incapaz de moldear las palabras. No podía procesarlas. Algo lo detenía, una falsa esperanza de que, todo lo que dijo Ella entre gritos, no fuese real.
—¿Muerta? —pregunta la mujer con un ápice de esperanza de haberse equivocado. Prefería meter la pata a que fuese real su palabra.
Clark asiente con el corazón roto. Un dolor recorría su pecho con fuerza mientras se aferraba a su madre cada vez más. A ella igual se le llenaron los ojos de lágrimas.
—¿Por qué no fui yo? —espeta el joven entre sollozos.
—Emma era una buena persona, Clark —murmura la señora Lewis acariciando la melena de su hijo.
—¿Sabes qué es lo que más duele de esa oración? El era. No debería estar... debería ser: Emma es una buena persona.
Su mamá se apegó más a él, intentando consolarlos, sin hallar realmente las palabras o la acción correcta.
—¿Fue mi culpa por dejarla sola cuando estaba tan débil? ¿Fue mi culpa por pasear con ella de día? ¿Por intentar hacerla feliz? ¿Y si sus papás me echan la culpa y me demandan? —a penas sus palabras eran entendibles, se revolvían con sus jadeos.