Había pasado ya un buen tiempo y llovían cántaros. Tanto, que los médicos habían convertido mi escayola en escayadiós.
Uno podría pensar que, puestos a tener que guardar reposo, una pandemia no te lo puede poner más a tiro. Y precisamente tiros es lo que me disponía a pegar. Concretamente, en una tienda de discos.
Llevaba en el bolsillo una carta a medio escribir y un bolígrafo.
“Hola, querido Óscar” era todo cuanto había escrito en una de mis mayores sequías en la escritura de la historia.
Parecía que la escayola se había mudado de mi pierna a mis manos.
Por eso iba a la tienda de discos. Necesitaba encontrar algo en las musas musicales.
—¡Hombre, cuánto tiempo! — El dependiente, un rockero de mediana edad, me saludó efusivamente.
—Vengo a pegar unos tiros.
Ambos nos quedamos serios. Tras eso, una sonrisa iluminó el rostro del dependiente.
—¡A agujerear esos vinilos!
Avanzando hacia la primera fila de discos, no pude sino reparar en el nuevo reproductor que había adquirido Johnny, el dependiente.
—¿Has visto que pedazo de plato? — me dijo.
—Parece hecho por los más grandes filósofos…
—¿Cómo?
—Ya sabes, los que comen de un platón.
Aquello generó un silencio incómodo que me llevó a otear algunos discos sueltos.
—¿Tienes algo de satánicos con el pelo recogido?
Johnny me miró con una extraña expresión.
—Demoños… Murmuré, ya sin pretensiones de intentar hacerle reír más.
Cómo echaba de menos a mi amigo Óscar.
Mientras pensaba en cómo continuar mi carta, me pregunté qué diablos estaría haciendo…
En un restaurante de la zona, Óscar maldecía para sus adentros, víctima de un creciente pesar. Un camarero se acercó a su mesa.
—¿Vino?
Ante la pregunta, Óscar se derrumbó, echándose a llorar. Le habían plantado.
—¡Buaaaaaaá…!
—Bueno, señor, no me llore. —El camarero se sintió mal—. Me ha quedado claro: no “vino”.
—¡Pues si no vino me voy! —dije, pues para algo soy Óscar yo, y me levanté de repente. No quería llorar delante de Nadie, que es como se llamaba aquel camarero.
—Pero, habrá de pagar…
—Póngalo a mi cuenta.
—Perfecto.
Salí corriendo de allí. Minutos después Nadie se dio cuenta de que le había tomado el pelo: yo no tenía cuenta en ese restaurante pues era un desconocido para ellos. Así que había hecho un “simpa” por todo lo alto. Me habían salido gratis las aceitunas y el pan con alioli.
La verdad es que me había pirado como alma que lleva el diablo porque había presentido que mi colega Víctor estaba cerca y que, además, me estaba echando de menos.
Me paré delante de una tienda de discos, a mirar el escaparate. Había cedés de música ska. Y claro, cuando veo algo de ska me paro a mirar. El ska me dice: “Párate”. De ahí la palabra “escaparate”. Realmente habría de ser “skaparate”. Pero es sabido que los españoles ponemos siempre una “e” delante de palabras que empiezan por “s”, para pronunciarlas más cómodamente (sin necesidad de estar sentados en nuestro sofá preferido). Por eso escribimos “Spiderman” pero decimos “Espíderman”, o “El hombre-araña”. O sea, hacemos que empiece por “e” de “empezar”. ¿El Hombre-araña tiene las uñas largas y por eso araña? Mejor lo dejo aquí, para no perdernos. El caso es que alguien me vio desde la tienda de cedés (que discos ya hay menos) y salió a saludarme efusivamente.
—¡Ostras, Óscar, hostia! ¡Qué casualidad más casual! ¡Casualmente ahora estaba añorándote…!
—Cada año me añoras más, sí señor…
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Editado: 16.04.2021