Cuando Óscar llegó a mi casa esa tarde, yo andaba bien ocupado.
—¿Qué se supone que haces? — preguntó.
—¿Acaso no lo ves? Vamos a ser ricos — respondí, satisfecho.
—¿Y dónde queda Serricos? Porque no me suena.
Haciendo caso omiso a esa ocurrencia impertinente, permití que asomase el morro para otear mis asuntos.
—Bien… Esto, veo que no paras de darle vueltas a un calcetín ahí adentro. ¿Te encuentras bien, Víctor?
—Más que bien. Es una genialidad al alcance de muy pocos.
Procedí entonces a deleitarme en la enésima vuelta al calcetín.
—Observa, Óscar, ¿qué estoy haciendo?
Fried Chichón me miró algo atónito, mientras en voz baja lanzaba su mejor apuesta.
—¿Le das la vuelta?
Fue en ese momento cuando, con mi mejor sonrisa, alcé a mi amigo tanto la bolsa de supermercado como el calcetín reversible que contenía.
—Así es, compañero, estoy invirtiendo. Invirtiendo en bolsa.
Sí. La escena comenzó tal y como os la está planteando el Todopedoroso Víctor, soy testigo (no de Jehová, sino de aquello). Pero como yo soy el otro narrador, cuyo nombre empieza por “O”, os daré algunos datos más. El caso es que todo comenzó a complicarse y completarse a la vez. Y todo ello desde el momento en que yo, inocentemente (espíritu no culpable) pregunté:
—¿Quieres decir entonces que nos vamos a forrar?
Imaginaos, con el taco que se hace Víctor con las palabras, la que se lió desde ese instante.
—A ver… ¿Cómo nos vamos a forrar? ¿Con el calcetín o con la bolsa? Si el calcetín fuera gigante tal vez podríamos tapizarnos como sillones con su tela, pero el calcetín es mío y no llego a un 43 (en edad ya sí, casi, pero no en tamaño de pie).
—Ni sentado.
—Vale, no la líes más. Con el plástico, ya que tenemos una bolsa, se podría forrar algo, ya sabes: los libros del colegio se forran con plástico, pero es un plástico transparente, no como esta bolsa de Eroskodona.
—¡No hagas publicidad! — le reñí.
—¿Por qué, si estamos solos?
—Imagínate que un día escribimos estas cosas raras que nos ocurren y nos meten un puro por derechos de autor.
—Pero si los autores seríamos nosotros... —Víctor no tenía malicia. No se imaginaba que hay gente muy mala en el mundo.
—Da igual. Entonces en vez de forrarnos incluso nos arruinaríamos, que es... lo contrario.
—¿Son opuestos? —Víctor abrió los ojos como platos. Parecía un niño de seis años flipando.
—MIra el diccionario de la RAE. Ya verás: “Forrarse: dícese de justo lo contrario que arruinarse”.
Víctor sacó de su bolsillo el volumen nuevo con las últimas modificaciones. Vio que yo tenía razón. Y ya se había olvidado de su juego con el cubrepiés de lana y la bolsa. Lo dejó todo en un lado de la mesa y se fue a la cocina a hacerse un bocadillo de mermelada de pera.
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Editado: 16.04.2021