Una visita afortunada

Víctor seguía comiéndose el bocadillo de mermelada mientras veíamos una película en la tele de esas que echan cada año por navidades. Se habían equivocado, no había llegado el verano ni siquiera. O estaban faltos de material y aprovecharon para poner aquello pensando que nadie veía la televisión a esas horas, quién sabe. Víctor seguía con su bocadillo, media hora después de haber comenzado a comérselo, por dos motivos, principalmente: uno es que se había hecho un bocadillo de mermelada de pera realmente largo, una baguette entera. El otro es que no tenía hambre, comía por comer, como quien muerde chicles, come pipas o va sorbiendo una infusión.

Llamaron a la puerta.

—¿Esperas a alguien? —nos preguntamos el uno al otro en estéreo.

—No —también respondimos en estéreo.

—Voy a abrir —dijo Víctor. Y abrió la puerta. 

Era alguien con buena suerte. Nada más dar un paso vio en el suelo un billete de veinte euros que se nos habría caído a alguno de los dos en algún momento. Por supuesto, nuestra visita inesperada nada dijo. Se agachó, recogió el billete azul, mientras fingía atarse un zapato y se lo guardó en el bolsillo del modo más disimulado posible.

Testigo del pícaro y deleznable acto, podría haber llamado la atención, recuperado el billete usurpado o, incluso, agredir al sujeto recién llegado de algún modo. En cierta forma fue lo que hice, pues como buen Todopedoroso me acerqué a él, que, agachado, no pudo más que tragarse de pleno una corta flatulencia.

—¡Pero bueno! —dejó ir, indignado.

—No, es de pera buena. Muy buena, de hecho. Gracias por tu interés. — Afirmé, mientras le mostraba mi bocadillo a medio mordisquear.

En ese momento Fried Chichón Óscar decidió ir directo al grano.

Tras exprimir la indeseable erupción en su rostro, se dirigió a quien había osado interrumpir nuestro visionado del film.

—¿Quién eres? ¿Qué haces aquí?

El extraño sujeto nos miró a ambos segundos antes de responder.

—Me… Me llamo Wespe.