Titanes-La destrucción de un Imperio.

Capítulo 40- Atenea

Atenea se transportó hasta el lado de su hija hurtandole la espada.

-¡Madre!-La altiva desconocía el poder que podía tener esa arma, sólo deseaba darle una buena lucha, rendirlo frente a ella y verlo pedir perdón a la memoria del Hombre que tanto amaba. 

-¡Señora Atenea, no haga eso!- Gritaron con desesperación los jóvenes pero la furia que corría por sus venas era más fuerte, desplazadose alrededor del padre atendiendo cada uno de sus movimientos.

Los dioses desde cada extremo del lugar contemplaron asombrados el combate entablado, mientras Nehuem y Noah no daban abasto, Horiamy mantenía su mirada fija sobre los dos contendientes, moviéndose desesperadamente queriendo soltarse y arrancarle la cabeza al Padre.

-¡Sueltenme! ¡Déjenme! ¡Es mi madre!-Apesar de las súplicas, ambos se mantuvieron inflexibles sabían que sí la soltaban está vez no habría vuelta atrás.

-¡Madre!- Horiamy gritó una y otra vez intentandola hacer abandonar el combate pero ella sólo avanzó un pasó a la vez hasta Júpiter, esquivó su taque doblandose sobre su propio cuerpo, pero antes de poder tocarla el filo de su espada lo obligó a retroceder de un saltó se irgio nuevamente impulsandose con las piernas a su dirección, haciendo hacer volar su espada por los aires. 

Zeus vio aquel acto como una verdadera ofensa imperdonable, Atenea lo había dejado en ridículo y no se lo perdonaría ni a ella ni nadie. Espero su ataque cegado en emociones siendo la mejor arma. La altiva se abalanzó sobre él velozmente pero él aguantó hasta verla lo suficiente cerca deslizándose a un lado, rodó la mano casi indetectable por su cintura contrayendola mientras la otra se deslizó hacia la derecha tomándola con fuerza, quebró de un movimiento su muñeca y engullo el filo ardiente de plata en su vientre.

-¡MADRE!

Atenea cayó de rodillas sintiendo la quemason naciendo desde la herida punzante en su cuerpo, se llevó las manos al frente cubriendose los dedos con su propia sangre escarlata.

-¡NO!-Horiamy sacudió sus brazos con violencia liberandose. Corrió hasta ella tirándose a su lado.

-Madre. La Diosa apoyo la cabeza en su pecho dejándose guiar hasta el calido refugió entre sus brazos, notando la fragilidad que rodeaba sus ojos, triste y temerosos por ella. 

- No debías hacer esto, este no era tú caminó. Ella sonrió aliviada ante sus ojos acuosos, aún contra todo lo que había ocurrido Horiamy demostraba por primera vez el cariño que sentía por ella, permitiéndole a su corazón estar más tranquilo. Observó los ojos de la muchacha haciéndole llevar su mano a la cara.

-Mira, por favor. La joven cerró los ojos buscando concentrarle, permitiendo que aquella bruma entre las dos se dicipara entrando en los recuerdos que guardaba.

 

 

La dulce Mirra apareció delante de sus ojos sosteniendo apenas una vela escabullendose por aquel familiar corredor con una línea de miedo fijada en su rostro, la ninfa estiró su mano pidiéndole acercarse.

-Rápido, antes que alguna se de cuenta. Ella avanzó detrás de Mirra entrando en el cuarto, casi vacío pero distinguible entre millones.

-¿Cómo ha estado? 

-Mal, no se prende al pecho y su temperatura está subiendo, tal vez..usted pudiera hacer algo. Atenea tenía una mirada triste pero aún así caminó hasta la cuna, tomando el pequeño cuerpecito frágil como el cristal ubicandola suavemente contra su cuerpo. La pequeña bebé se movió entre sus brazos molesta, pero las suaves manos de la diosa fueron suficientes para calmarla.

-Ya mi amor, estoy aquí no dejaré que nada malo te pasé. Atenea sacó su pecho y la amamanto viéndola nuevamente hallar paz hasta quedarse dormida. El recuerdo se disipo llevándola hasta otro, pudo verse en el bosque de Artemisa sentada alrededor de sus amigas juntando margaritas mientras a la distancia Atenea veía escondida entre los árboles su desarrolló junto a su hermana.

-¿Seguirás viéndola sólo desde aquí? Estoy segura que ambas serían mucho más felices si estuvieras allí.

- El padre lo estipulo así, pero no puedo dejar de verla, es tan hermosa...Me recuerda mucho a él.

-Atenea aún hay tiempo, puedes estar con tu hija aunque sea en secreto, ambas sabemos lo que es vivir sin una ¿quieres eso para ella?

Recuerdo tras recuerdo similar corrió por su mente cada momento único e irrepetible de su infancia ella había permanecido en las sombras observandola, aún cuando se alejó, Atenea la había buscado en cada lugar que solia visitar. Aquellas imágenes se volvieron una espina clavandose en su corazón, la había juzgado y apartado cuando siempre estuvo allí disfrutando cada paso que daba como la mayor alegría, no podía respirar al sentir sus sentimientos  mezclándose con los suyos, igual a una pesada bola subiendo y bajando por su pecho. Abrió los ojos encontrándose con su mirada reflejó de la suya.

-Madre...¿Por qué? Yo sólo  te quería conmigo.

-Siempre me haz tenido aún que no me vieras, eres lo más bonito que tuve en esta vida hija mía, nunca me arrepentire de haberte tenido.

-Perdóname por no comprenderte, quisiera cambiar el tiempo. Su madre acarició su mejilla sintiendo el sabor del tiempo arremolinarse a su alrededor.

-Todo ha valido la pena mi amor, este tiempo ha sido escrito para ti...una profecía recae sobre tus hombros y hoy comprendo su valor, naciste para cambiar este mundo recobrar el balance que yo no pude...se que me harás sentir orgullosa, siempre lo haz hecho. 

- No me dejes sola, por favor.

-Ya no puedo...pero tienes hermanos...ellos Te cuidaran, estoy segura. Horiamy acarició su rostro pacífico y alegré.

- No llores hija, pronto estaré nuevamente entre los brazos de tú padre. Un nudo se formó en su estómago apretandole el pecho, viendo aquella luz de alegría entre tanta oscuridad.

-Ve con él, estará feliz de volver a encontrarte. Atenea cerró sus ojos dejándose ir, mientras su cuerpo se reducía a un fino fulgor perdiendose en la habitación.




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