Toda una vida ( Trilogía Destino #3) (2014)

CAPÍTULO 23

—¿Cuándo has llegado?—a medida que hablaba se sentía peor consigo misma—No, no vengas, es muy tarde y debes de estar cansado—seguía con la vista fija en el suelo mientras hablaba con su prometido—Sí, mañana comeremos juntos, te esperaré. Buenas noches—colgó el teléfono y se echó las manos a la cabeza—No me mires con esa cara, que a ti no es al que están engañando—se vistió a toda prisa.

—Te falta tiempo para salir tras él ¿Cómo quieres que te mire?—se puso el pantalón ya que se sentía ridículo al discutir de esa guisa.

—Se supone que me voy a casar con él, y sin embargo yo estoy aquí, contigo. ¡Jamás podré volver a mirarle a los ojos!—fue recogiendo las cosas que tenía desperdigadas por el suelo.

—No lo hagas, habla con él, sincérate y punto.

—¿Cómo puedes ser tan insensible? Tú no sabes lo que se siente al descubrir que te están engañando con otra persona. Yo pasé por eso y no es plato de buen gusto.

—¿Estás segura?—se dejó caer en el sofá—Por si no te has dado cuenta, ahora «el otro» soy yo, y no estoy contento con eso.

—Pero a ti no te engañado ¡Tú sabías que no era libre y aún así…!—se calló, de nada servía seguir hablando.

—Yo no te he obligado ¿A qué no?—esperó una respuesta que nunca llegó—No es sólo mi responsabilidad, también es tuya.

—Tienes razón, la culpa es mía—abrió la puerta del ático dispuesta a marcharse—El último favor que quiero que me hagas es, que en el tiempo que tengas que estar aquí, pongamos distancia. Considera lo que ha pasado esta noche una despedida, para siempre—cerró la puerta y se metió en el ascensor. Tenía una bomba de relojería en su interior y al paso que iba no iba a tardar mucho en saltar por los aires. Llegó a casa, comprobó que los niños seguían dormidos, se fumó cinco cigarrillos seguidos y después se metió en la cama.

Tata… ¿Tata estás despierta?—intentó abrir los ojos y pudo distinguir a sus hermanos, comprobó que era de noche y encendió la luz de la mesilla.

—¿Qué pasa? Aún es de noche…—le seguía costando abrir los ojos con la luz.

—Hay alguien en casa, yo he escuchado ruidos—susurró Rubén.

—Seguro que ha sido un sueño. Venga os llevaré a la cama—dijo entre bostezos.

—No ha sido un sueño porque los dos hemos escuchado lo mismo—añadió Rodrigo.

Ya le había entrado la duda ¿Y si en verdad había alguien allí? Abrió el cajón de la cómoda y sacó sus infalibles tijeras.

—Quedaos aquí, no salgáis hasta que yo os lo diga ¿De acuerdo?

—Nosotros vamos contigo—insistieron.

—¡No! Os quedaréis aquí, así me seréis más útiles—apagó la luz y abrió la puerta despacio y de puntillas salió afuera. Lo único que pudo ver fue la sombra de alguien cerrando la puerta. Después de asegurarse de que no había nadie más, encendió la luz y algo encima de la mesa le llamó la atención.

Era su móvil pero, ella no recordaba haberlo dejado allí. Después vio una cosa que le sonaba bastante ¡Era su colgante! En ese momento le vino a la mente que con las prisas se había dejado el móvil en el ático. Quién entró en mitad de la noche fue Dan, seguía teniendo llaves de su casa. Al oír los pasos de los niños, se guardó el colgante en el bolsillo.

—¿Veis?—abarcó la estancia con sus manos—Ya os dije que no había nadie y ahora vamos a dormir.

Tata, quiero dormir contigo, aunque sea sólo por hoy—comentó Rodri.

—De acuerdo, pero sólo por esta noche—miró a su otro hermano, él jamás se lo pediría—Ven tú también para que no te quedes solo—los tres se dirigieron a la habitación y se quedaron dormidos enseguida.

Aún no había amanecido, pero Nerea ya estaba despierta. Dormir con aquellos dos era casi misión imposible. Los miró con cariño, no podía creer como le había cambiado la vida en apenas ocho años. El destino les había arrebatado a sus padres, pero les dejó a sus dos ángeles, los consideraba así porque gracias a ellos volvió a tener ganas de salir adelante. Después se sacó el colgante del bolsillo. Ese era su otro dilema ¿Por qué tuvo que volver? Ya se había acostumbrado a su vida tranquila y sin sobresaltos, tal y como ella quería sin embargo…Jamás podría olvidarse de él y ahora menos que nunca. «Soy tu maldición y tú la mía» ¡Cuánta razón tenía!

La mañana transcurrió sin sobresaltos, los niños estaban en su lugar y ella en el suyo. Había decidido intentar olvidar todo lo que pasó el día anterior, haría como si nada hubiera cambiado desde hacía tres días. Pero a la hora del almuerzo su buena disposición se fue al garete…

—¿Qué pasa que en Liverpool no te enseñaron a tocar a la puerta?—gruñó.

—Pues si lo hicieron, no lo recuerdo—sin que nadie le dijera nada, se sentó en la silla que quedaba justo enfrente de ella—Bonita oficina, me gusta más así.

—¿A qué has venido? Porque dudo que sólo hayas venido hasta aquí para alabar mi oficina.

—Cierto, he venido aquí por otra cosa—cogió una de las fotografías que tenía sobre su mesa—Como buen amigo tuyo que soy—dijo con sorna—Me gustaría conocer a tu prometido.

—¿Qué?—le quitó la foto—¿Estarás bromeando?




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