Nunca una historia había comenzado tan rápido y esa razón fue la que me hizo pensar en que habría pasado si yo no lo habría acompañado. Era injusto e ilegal pero llevar la situación a alguna especie de juicio o denuncia era como un ratón peleando contra un gato; de alguna forma el roedor moriría.
Caminé a su lado en silencio, la situación me avergonzaba. Había hecho un buen trabajo en no abrir la boca ni comentarle nada a Sarah o a Brandon en el transcurso de la semana, el abuelo no estaba al tanto de nada y en pocas palabras nadie sabía absolutamente nada. Para el abuelo yo estaba con los chicos y para los chicos yo estaba de viaje, un viaje privado.
Mis viajes privados se resumían en que estaba visitando a la abuela en el cementerio y ellos me daban mi espacio tanto como lo necesitaba.
Luther, (porque ya éramos socios) llevaba un traje oscuro aunque lo había visto con su americana puesta solo cuando pasó por mi. Al contrario yo llevaba unos zapatos de tacón básicos que nunca había usado y un vestido simple que encontré tirado al fondo del armario, mi vestimenta era formal pero no tanto, odiaba parecer vendedora de tienda.
Había creído que ese vestido ya estaba en un tiradero de basura.
La verdad de todo era que había hecho caso omiso a su petición de vestimenta formal porque todos estarían de la misma forma. Lo había evitado toda la semana y no lo había olvidado, solo quería llevarle la contra.
Había muchas cosas que hacía la gente por dinero, y es que como se sobrevivía de otra forma.
La noche anterior había planteado al abuelo volver a abrir la cafetería de la abuela, la gente hasta hace un tiempo la amaba y la abuela se había encargado de escribir las recetas. Teníamos todo para volver a comenzar, menos dinero.
Caminamos por una especie de sendero más tarde. Y cuando paramos frente a una casa enorme tomó mi mano.
—Ya hablamos sobre esto, solo sígueme la corriente.
—No hemos hablado sobre nada señor Brandt.
—Cierra la boca. Pueden oírte.
—¿Qué. No puedes pasar por esa vergüenza? —piqué.
—Señor Brandt, bienvenido —saltó una señora a darle un abrazo con efusividad. —, señorita —me saludó y estuve a punto de decirle que no me llamara de esa forma pero el apretón en mi mano no pasó desapercibido.
Cuando caminamos atravesando el recibidor oculté todo lo que me sorprendía cada cosa y cuando llegamos a un salón con bastantes personas los nervios me invadieron, los ojos pasaban de Luther a mí y viceversa.
Caminamos saludando a cada uno de ellos con un seco apretón de mano o un abrazo forzado, la casa y cada persona parecía más fría de lo que creía. Cuando vi a dos cabezas pequeñas pasar por entre nosotros y correr por todos los sofás no logré reconocerlas, si lo hice segundos después cuando la señora de las gemelas del ascensor se acercó a nosotros y saludó al hombre de mi lado.
—Luther, ¿Cómo estás corazón? —preguntó la señora, creí la madre, quizás la tía, amiga de su madre, abuela...
Lo primero. Su madre.
Antes de siquiera poder hablar añadió mirándome: —Eres la chica del ascensor —sonrió.
Que lindo se sentía ser reconocida solo por desmayarme en el ascensor...
—La misma.
—Madre, ella es Belladonna. Mi..., novia —intenté no reír cuando noté que le había costado más de lo que había creído decir novia. Me costó trabajo.
La mujer arrugó su frente.
—Luther, acompáñame un minuto por favor, lo siento. —Se disculpó conmigo y corrió al chico junto a ella desapareciendo segundos después por el pasillo.
Mierda... Podía entender las razones que tenía el hombre para no exponer a su verdadera novia a su familia.
Miré disimuladamente a todos los que me rodeaban y me surgió la duda, ¿Qué estaba haciendo allí? Había aceptado una idea descabellada, había accedido a algo que cargaría más tarde peso en mi espalda, estaba envuelta en una mentira que solo estaba comenzando.
Millones de situaciones atacaron mi cabeza durante por al menos cinco minutos hasta que se dignaron a reaparecer a mi lado, con unas perfectas sonrisas.
—¿Muy desalineada para su gusto? —pregunté al hombre de mi lado.
—Muchísimo.
Comenzaron con una conversación absolutamente aburrida sobre caballos y su maravilloso establo ubicado a las afueras de la ciudad. Estaba por lanzarle una silla al señor que solo parloteaba sobre las carreras y la fuerza de sus caballos, solo para que entendiera que los animales no existían para su entretenimiento.
Mejor deseé que uno de ellos cobrara venganza con sus propias patas.
Cuan aburridos debían estar esos animales de cierto idiota, estaba odiando a cada uno y faltaban horas por soportar aún.
—¿Y tú Belladona, tu familia va también al turf? —preguntó uno de los hombres, supuse el abuelo o algo parecido.
Jamás había escuchado el turf pero debía actuar con rapidez, y Luther a mí lado no ayudaba. O no lo hizo hasta segundos después cuando respondió por mí:
—No Scott, la familia de Belladona no va a carreras de caballos. —enfatizó creí solo para que yo entendiera.
—Oh no, yo las condeno de todas las formas posibles —solté y cuando todas las miradas se posaron en mí incrédulas, me di cuenta.
Había metido la pata.
—¿Porqué sería eso? —Cuestionó nuevamente el hombre.
—Porque los animales no son el entretenimiento del humano.
Lo escuché reír y pensé, quizás, solo pensé que estaba haciendo calor dentro de la casa.
—Deberíamos pasar a la mesa, ya es tarde —interrumpió una señora de edad.
La miré durante unos segundos.
Y entonces, la abuela pasó por mi cabeza. Lo que estaba haciendo era lo mismo que alguna vez me había advertido no hacer, era eso que ella no quería que yo viviera. Que me rodeara de gente que salía de mi entorno, gente capaz de abrir tus heridas y darse por satisfechos solo cuando te veían en el suelo ya desangrado. Personas malas.