Mi asombro y estupefacción fueron enormes cuando al día siguiente desperté y noté a un par de ojos grises mirándome con rabia. Y no siendo suficiente con eso, sentí de pronto un profundo dolor en el brazo, ¿¡y cómo no sentirlo!? Dúpin tenía sus garras enterradas en mi brazo, sujetándome, como no queriendo soltarse de mí. Dolía muchísimo. Incluso había sangre.
—Deberías estar muerta, ¡no tiene sentido!—Raro era el hecho de que me dijera esas palabras, más raro aún era entender cómo diablos había entrado el chico de la noche pasada a mi habitación. De ningún modo podía creer que mis padres le habían dejado entrar.
—¡¿Qué haces aquí?!—Me levanté de la cama de un salto y ni aun así Dúpin se soltó de mí. Mi brazo chorreaba sangre y dolía montones.
—Vamos, Dúpin, mátala ¿Qué esperas?—dijo el muchacho. Yo no entendía nada y como pude me zafé del gatito salvaje.
—¡Mamá! ¡Papá! ¡Mamá! ¡Papá!—Grité a todo pulmón. El chico pareció no alterarse y lo único que hizo fue sonreír de manera perversa. Oh no. ¿Qué le había hecho ese chiquillo loco a mis padres?
—No están—me explicó—, no estaban cuando llegué de hecho, así que no me mires así.
No estaba segura de cómo lo estaba mirando en aquel entonces, aunque sentía rabia y enojo, además de miedo.
—Los rasguños deberían haberte envenenado y tú, niña, deberías estar muerta, pero curiosamente no lo estás—por alguna razón me resultaba exquisito escuchar su voz. Tenía algo hipnotizante y rarísimo que me agradaba. ¡Lo cual era enfermo! Ese sujeto demente estaba diciendo sólo disparates y actuando de manera incoherente.
—Explícame qué demonios está pasando— empleé el tono más determinante posible y procuré proyectar seguridad. Todavía sentía ardor en el brazo, pero en aquel momento eso se volvió irrelevante.
—No tengo la menor idea, pero podrías explicármelo tú. Me robaste a mi gato, vine por él esperando encontrarte muerta y al llegar veo que sigues viva. Algo está mal.
Nada tenía sentido. La explicación del muchacho no tenía sentido. La situación era rarísima y de no ser porque todo se sentía tan real habría jurado que estaba dentro de un sueño.
—Eh, ya, tranquilo—me sentí a punto de estar shock. Necesitaba calmarme. Caminé sin tener ningún rumbo por mi habitación, divagando e intentando darle orden a todo lo que estaba aconteciendo.
La noche anterior salvé a un pequeño gatito de ser asesinado por perros. Un muchacho apareció a reclamar al gatito y yo no se lo entregué. Ahora ese muchacho está en mi habitación, el gato sobre mi cama y el muy lunático dice que ese pequeño y lindo gatito debería haberme matado.
—Dúpin no es un gato como los que conoces tú—me explicó—, llamarlo "gato" no es del todo adecuado, porque a pesar de que luce como uno su función principal es asesinar. Más que una linda mascota, es un arma.
—No tiene sentido— Y es que a pesar de tener mi brazo lleno de rasguños profundos y una nueva cicatriz en la cara, no conseguía meter en mi cabeza la idea de que un adorable minino pudiera ser usado como arma.
—Sí, puede que todo lo que diga para ti no tenga ningún sentido, pero es la verdad—Los ojos grises del muchacho se volvieron brillantes de un momento a otro y sus pupilas crecieron de tamaño. Noté una luz emanar de su mano derecha. Me enseñó la luz. Quedé hipnotizada observándola, era algo precioso. Una especie de humo negro y espeso salía de la luz—.Dime qué vez.
Tierra. Un hoyo profundo y mucha tierra cayendo sobre él. Mi cuerpo se sentía pesado. De pronto ya olvidaba como respirar. Más tierra. Más peso. Menos oxigeno.
Un maullido de gato y otro rasguño, esta vez en mi pierna. Me desconcentré. Se esfumó la luz y el humo espeso. Sentí mi cuerpo ligero otra vez.
—Creo que ya entiendo por qué no estás muerta—murmuró el muchacho, parecía molesto—Le agradas al gato.
Tomé al gatito en brazos y al instante empezó a emitir ronroneos. Seguía sin entender del todo lo que estaba pasando, pero ya comenzaba a creerle un poco los disparates al muchacho.
—No soy alguien corriente como tú. Tengo que hacer caos, esa es mi tarea y para eso necesito la ayuda de mi arma, pero parece que no quiere separarse de ti.
Frente a mí había un muchacho un poco más alto que yo, de rostro angelical aunque mirada perversa. No parecía muy diferente a mí, pero tenía que serlo. Algo extraño había hecho para hacer surgir esa luz, quería creer que de algún modo todo eso tenía que tener sentido.
—Si este gatito fuera un arma, no habría tenido tanto miedo de los perros anoche.
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Editado: 28.10.2018