El gato me condujo por un camino totalmente opuesto al que habían tomado Ángel y Teodoro. Desde el principio me planteé que quizá podría haber tenido una mala idea, pero por otro lado confiaba bastante en Dúpin, así que me animé a seguir.
Por suerte la luna brillante se asomaba en el cielo y entrega una luz asombrosa en conjunto a las estrellas. Era un cielo precioso, incluso de pronto olvidaba a la chica y me quedaba hipnotizada observando a las estrellas.
El caminar del gato era tranquilo y parecía calculado, como si realmente el minino supiera a donde se dirigía. Tal vez mi decisión no presentara mucha lógica, pero siendo honesta, ya no había espacio para la racionalidad en mi vida. Con el descubrimiento de la existencia de la magia muchas cosas habían cambiado.
A veces pensaba que quizá todo sería más fácil si Ángel fuera un apuesto y sensual vampiro de cien años. Me salvaría del acoso en el colegio convirtiéndome en vampiresa y entonces yo atacaría a todos los idiotas que me hicieron sentir mal alguna vez.
Bueno, quizá esa fantasía era demasiado. Pero en mi cabeza nadie podría objetarme demencia.
—¿Quién eres?—El gato no se había equivocado. A unos cuantos metros de mí estaba Tasie, pero no sola. Tenía compañía.
—Soy Sofía. Tú eres Tasie, ¿no?—me apresuré a decir. Dos cocodrilos enormes y atemorizantes estaban junto a ella. Yo simplemente no encontraba un modo de explicar la situación—, tu hermano te está buscando.
—¿Buscándome…? Pero, ¿tú de dónde saliste?—Esta vez Anastasia sonaba descortés, a diferencia de la chica amable que yo recordaba.
—Es verdad… no me conoces. Bueno, ¿recuerdas a Ángel? Soy amiga suya. Te estamos buscando. Los tres. Ángel, Teo y yo. ¿Está todo en orden?
Observé mejor a Tasie. Aparentaba estar desarreglada y la expresión en su rostro no indicaba que estuviera pasando un agradable rato. Quizá los cocodrilos debieron habérmelo advertido, ¿no?
—Mis hytas no están siguiendo mis órdenes. No he podido moverme de este sitio porque si lo hago se lanzan sobre mí.
La confusión en mí fue enorme. Tardé segundos eternos en encontrar el significado de sus palabras. Por supuesto ella debía estar refiriéndose a los cocodrilos.
—Oh, vaya… Puedo distraerlos… creo—sugerí. En el fondo estaba asustada y al mismo tiempo presentaba una enorme falta de cordura. No estaba pensando bien las cosas.
—¡Tú estás loca!—con la exclamación de Tasie los cocodrilos dirigieron más atención a ella. La noté temblar—, escucha, chica, son mis hytas, si ni siquiera yo puedo controlar mis propios hytas nadie más podrá.
—¡Cocodrilos!—Yo no era del tipo de chica que hiciera del tipo de cosas que resultaran en un riesgo. ¡Era todo lo contrario! Pero algo ocurrió que justo en ese momento sentía unos impulsos gigantes por actuar. Quería ayudarla. Quería salir victoriosa del asunto.
—¿Qué diablos haces? ¡Estás loca!
—Tú sólo corre cuando estén cerca de mí.
—¿De verdad estás loca?—Tasie me observaba incrédula y a decir verdad su expresión era comprensible. ¿Qué podía hacer yo? No era una bruja.
—¿No puedes usar tus poderes o algo?
—¿Me crees idiota? Ya lo he intentado, pero es obvio que no me fue bien.
De repente tuve una idea brillante y ligeramente peligrosa. Entonces no lo pensé dos veces y actué.
Tomé algunas piedras del suelo y las lancé en dirección a los cocodrilos. Escuché a Dúpin maullar, como si estuviera realizándome algún tipo de advertencia. Yo seguí en lo mío. Había conseguido llamar la atención de los cocodrilos y ya se acercaban lentamente hacía mí.
—Unos metros más y huiré dignamente…—musité. Tasie ya estaba a salvo, a una distancia segura para arrancar, pero no lo hacía.
—En serio no es una buena idea—señaló Tasie con voz quebradiza.
—No quiero lastimarlos, sólo distraerlos…
—Yo no me preocupo por ellos, yo lo digo por ti. ¡Cuidado!
De repente los tenía a menos de un metro de distancia. Eran enormes. Ya sentía el verdadero miedo y el coraje ya abandonado.
Grité y maldije a mi estupidez.
¿Por qué diablos había actuado de ese modo?
Pensé, aún puedo correr, pero el pánico de tener a los animales frente a mí me congeló. Mi ritmo cardiaco era frenético. Observé a Dúpin. Se mantenía junto a mí. Pobre gatito, de seguro sufría las consecuencias del miedo al igual que yo.
—Tu hyda…—soltó la chica. No entendía por qué ella aún no corría. Mi vida no estaba siendo sacrificada por nada.
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Editado: 28.10.2018