Charles Brown.
La tenía gimiendo acostada boca abajo en el brazo del sofá de la oficina, con el trasero al aire y su cuerpo cayendo en el asiento, mi corbata en su cuello, pues minutos antes le había vendado los ojos, y con los tacones aun puestos; esa era una de mis tantas fantasías con ella.
Desde hace mucho, con precisión diría que desde que ella llegó a esta oficina, he querido tenerla así, empotrada en las paredes, sentada en mi escritorio mientras me hundo en su interior y la hago mía una y mil veces; pero que cosas de la vida, aquí estoy con ella y ella accediendo a algunas de esas tantas fantasías y sin protestar; porque para ser sincero otras ya las habíamos hecho en la habitación del hotel.
Bendito sea quien inventó los vidrios y paredes de aislamiento acústico que, en este momento se convirtieron en el mejor invento del mundo.
—Sí… Charles… Sí… —le escuchaba decir.
Los lujuriosos gemidos de Sara me tenían casi al borde de la locura, sobre todo me prendía ver mi miembro perderse entre sus pliegues y su humedad mojarme cada vez que la embestía como un animal. Eso era glorioso y majestuoso; podía escuchar en cada uno de sus gemidos un coro de ángeles entonando la O Fortuna de Carl Orff a nuestro alrededor e incentivando este maravilloso castigo.
Me dolía la palma de la mano de tanto azotar esas acarameladas nalgas, las cuales tenían ya un color rojizo; ella en vez de quejarse se excitaba más, la condenada pedía más.
—Maldición, te gusta… respóndeme…
Le exigía mientras la halaba del cabello y la hacía arquear su espalda para acercarla a mi pecho y atrapar su boca en un lujurioso beso que ahogaba nuestros gritos y gemidos. Lo mejor de esto era la flexibilidad de su espalda.
—Dime…
—Señor Brown… Señor Brown… Señor Brown, ¿está bien?, ¿se encuentra bien?
Parpadee varias veces y vi las miradas de todo el equipo de trabajo sobre mí. No me había dado cuenta en qué momento empecé a soñar despierto recordando mi encuentro con Sara en mi oficina en New York.
—Eh… Sí, sí, estaba pensando en algo. ¿Me decían? —respondí mirando como por quingentésima vez mi reloj y repara en que solo ha corrido cinco minutos desde la última vez que lo miré a las tres de la tarde. Ya tenía una semana de haber viajado a toda prisa a la sede de Londres para hacerme cargo de un cliente insatisfecho, pero no era cualquier cliente, era uno muy importante que nos haría cerrar muy bien el mes con lo que estaba dispuesto a pagar por la campaña publicitaria de su empresa.
En mi afán por atenderlo no logré despedirme de Sara. Después de haber follado con ella en mi oficina porque, lo que hicimos no fue el amor, fue follar, fornicar, coger, darnos como animales y dejarnos llevar por la lujuria y la pasión que sentíamos en esos momentos.
«Cuan glorioso fue ese momento en donde le di como bestia, azoté su trasero como tanto había querido, halé su cabelló con violencia solo con el propósito de verle la cara de dolor y placer a la vez, mordí y pellizqué sus pezones y todo su cuerpo, no hubo un solo lugar en su piel sin recorrer, sin marcar, sin poseer, y ella en vez de negarse o quejarse, solo pedía más y más y yo simplemente obedecía a su pedido como un sumiso, como un desquiciado y enfermo sexual que tiene la oportunidad de tomar su excitante medicina para mejorar; una medicina que en realidad me dejó más enfermo de lo que estaba porque ahora necesito de esa droga, que es su cuerpo.
Pocos minutos después de nuestro lujurioso encuentro, ella recibió una llamada de Ada, mi asistente de Londres informando que era necesaria mi presencia en la compañía debido a que el jefe encargado no había podido cerrar el trato con lo coreanos. Así que me vi obligado a llamar a Doménico, el encargado de mi seguridad y de todo el equipo que me rodea, e informar que alistaran el jet para viajar de inmediato».
No pude despedirme de ella y para colmo toda la maldita semana he estado ocupado con estos ineptos que no han sabido desarrollar una simple campaña publicitaria.
La semana ha transcurrido lenta y agotadora, el cansancio en mi cuerpo sólo me ha permitido llegar al hotel en el que me hospedo, y que es de mi propiedad; darme un baño y caer rendido hasta el día siguiente. No he tenido la oportunidad de llamar a Sara, no me ha dado tiempo de levantar el teléfono y hablar con ella y escuchar su increíble voz, como tampoco he comprado otro teléfono móvil porque el mío y, el cual, para mi suerte, había perdido, creo que se me cayó en el auto antes de abordar el jet.
Todo fue tan rápido que esta vez Sara no me pudo acompañar como otras veces lo ha hecho. Para mí era importante que ella se quedara encargada de la oficina en mi ausencia y a la vez finiquitara reuniones un poco menos importante. Además, ella es muy buena en la transcripción de los contratos, porque detecta rápidamente cualquier error, así que se está haciendo cargo de eso y de revisar otros más para poder ser firmados cuando vuelva.
Para colmo de males en toda esta semana no me la he podido sacar de la cabeza y he estado con una erección tan dolorosa que me tiene masturbándome como adolescente. En cada reunión mantuve mi mente en ese delicioso cuerpo, que parecía manjar blanco, y en esos voluminosos y apetecibles pechos que se bamboleaban de arriba a abajo cada vez que la embisto duro y firme. Y ni hablar de esa apetecible y húmeda vagina que me recibe sin protesta alguna. En definitiva, ese cuerpo está hecho para mí.
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Editado: 27.05.2023